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Domingo, 12 de diciembre de 2004

FAN

El primer carrito

Un plástico elige una obra de su artista favorito: Martín Kovensky y el carrito de Liliana Maresca

Por Martín Kovensky

Yo soy fan de Liliana Maresca. Lili murió hace ya diez años y dejó una obra artística extraordinaria que va tomando trascendencia según pasan los años. Quiero rendirle homenaje de la manera más eficaz que conozco: ejerciendo la memoria. A veces asusta usar tanto esa palabra, pero mayor aún es el riesgo del olvido, de la repetición insensata, del triunfo de la idiotez.
Aclarado el asunto, es impresionante pensar que Maresca hizo esta obra del carrito en pleno auge del menemismo, cuando la pobreza era la cara oculta del modelo reinante y el oropel convertible se fundía al calor de las cuotas hipotecarias, los negociados y la perversa irresponsabilidad de ricos, poderosos y sus empleados, la mayoría de la clase política. Realmente pocos artistas tomaron en cuenta esa injusticia social, y muchos caímos en la contradicción de colgar nuestras obras en las paredes de las casas y museos de quienes eran los más favorecidos por el modelo. Liliana no. Liliana se fue a poner el cuerpo. En el albergue Warnes, entonces todavía en pie, apalabró a los primeros cartoneros y llevó varios de sus carritos a la Recoleta, donde organizó una muestra memorable.
Maresca fue un ser extraordinario. Básicamente alguien comprometido con la libertad. Y hablar de libertad viene al caso: Maresca empezó a tener gravitación en la escena del arte porteño apenas cae la dictadura, en el ‘83. En los primeros ‘80 despertamos de una pesadilla y empezamos a reconstruirnos con lo que había quedado en pie. Quizá por eso eligió, para su obra de aquellos años, materiales que encontraba en la calle, desperdicios que reciclaba y ensamblaba en esculturas y objetos que de alguna manera exorcizaban el dolor de nuestra sociedad antropofágica. Pocos artistas de estas pampas han realizado una obra tan coherente con su existencia como ella.
Podríamos decir que su trabajo era desmesurado, innovador, erótico, visceral, intuitivo. Y lo mismo podríamos decir de su vida, sus amores, su manera de hacer arte. Al mismo tiempo, conforme pasó el tiempo, su obra evolucionó desde formas más evidentes y directas a acciones más conceptuales y sutiles. Y hay otro asunto esencial: Maresca siempre apostó a las respuestas colectivas. Se sentía a sus anchas entre las diversas tribus que iba conociendo. No tenía prejuicios: le interesaba todo tipo de respuesta creativa. Fue construyendo proyectos grupales y ensamblando artistas igual que lo hacía con los distintos materiales de sus esculturas.
Como todo creador auténtico, Liliana se adelantó a su época. En su obra vibraron aspectos ocultos de la realidad que tuvieron su manifestación más evidente en la crisis de 2001. Su casa de San Telmo era territorio liberado: un espacio mágico, una gigantesca tertulia expresionista por donde pasó una parte importante de los protagonistas de la escena cultural porteña de aquellos años. Músicos, escritores, actores y artistas nos mezclábamos en encuentros, fiestas y cenas con porros interminables. Yo la conocí una tarde de verano, en la redacción de la revista El Porteño. Me acuerdo cómo me deslumbró. Su belleza era evidente y especial. Conversamos y pronto nos hicimos amigos. Después fueron muchas tardes de charlas en San Telmo. Discutir sobre nuestras obras, tratar de entender los mecanismos culturales de Buenos Aires, elaborar proyectos y estrategias para mostrar nuestro trabajo e infinitas cuestiones sobre el sentido o el sinsentido que tenía esa tarea, los porqué y los para qué del arte.
Participé con ella, Halito Dardik y Ezequiel Furguielle en una inolvidable muestra en un LaveRap del centro de la ciudad. Después fuimos juntos muchos miércoles a dar clase a la Carrera de Diseño Gráfico. Más adelante pude verla poner el alma en tres muestras antológicas en el Centro Cultural Recoleta: La Kermesse, La Conquista y su retrospectiva final. Hablando del alma, cuando la vi por última vez, en su velorio, tuve la clara sensación de que se había ido a curtir con algún amante a la eternidad.

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