radar

Domingo, 2 de junio de 2002

PLASTICA

LOS CHICHES DE GUMIER

Lejos de la ironía y cerca, muy cerca, de la fascinación, Gumier Maier vuelve a la carga con Chi Chi, una muestra parida a la luz del calor del verano, la hecatombe argentina y los augurios del I Ching que pone la madera en movimiento y reconstruye una infancia en la que arte y juguete eran sinónimos minuciosos.

 Por María Moreno

“¿Qué son estas cosas? Todo lo que me salía era con ch: chiches, chucherías, chafalonías. Me sentía un chichipío que hace cositas. Y también me acordaba mucho de Omar (Schiliro) porque nunca había hecho una muestra con tanto color y movimiento: cada obra se dispara para un mundo, no digo totalmente distinto y autónomo, pero cada una tiene su personalidad. ‘Dejá esas rayas’ era la máxima de Omar, que también era Chichi, Chichita. Entonces pensé: ¿Chiches? Me parecía que todos los nombres enfatizaban algo infantil que no me interesaba. Y no le quería poner Chi chi porque era muy críptico. Entonces decidí consultar el I Ching, que siempre es la sabiduría. Y no con la idea de que me diera el título sino que me orientara. Me salió el hexagrama 63, que nunca me había salido. ¿Cómo se llamaba? Chi chi.”
Entonces Gumier Maier se enteró de que el I Ching podía ser tan generoso como para despojarse de la metáfora y, en solidaridad con la crisis argentina, convertirse en un manual de instrucciones para primeros auxilios y volverse literal en honor a un artista que había sudado la gota gorda trabajando en el verano cacerolero para llegar a tiempo con su muestra en la galería Luisa Pedrouzo. Mientras el país cambiaba, la obra de Gumier Maier se adaptaba al nuevo bolsillo, pero no cayendo en el miserabilismo de materiales del arte pobre sino –como la comuna de Buenos Aires– poniéndose en movimiento.
–Mi última muestra individual fue en Belleza y Felicidad en el año 99. Había hecho otra en Córdoba en el 98, y siempre era obra de pared. En el 2000 ya saqué una obra de la pared que era como una ménsula. La puse en el piso sobre un pedestal. O sea que estaba necesitando ir al espacio. Algunas obras empezaron a tener doble capa. Una, a principio del año pasado, llegó a tener cinco. Pero seguían sin volumen, que finalmente apareció solo. En pleno enero, en medio de la hecatombe, hice toda una estructura atravesada por palos, una especie de jaula rococó. Como una semana calando. (Típico.) La paro. ¡Paf! Se cae. Me deprimí. ¡El país se cae, me caigo yo, se cae la obra!
¿Y por qué se cae?
–Nena, porque no soy carpintero. Porque no me sale, porque los agujeros son grandes y entonces no tiene peso: baila.
Pero fue una caída que te puso de pie.
–Esa caída dio la pauta para las obras que hoy están en la pared de la galería y que son articuladas. Son fijas pero pueden moverse. Todo empezó con una que corté para pintarla y de pronto noté que necesitaba cuerpo, grosor. Y esto tiene que ver con el contexto. Me habían cortado dos veces el teléfono y una el gas. No tenía un mango. Me dije: “Yo estoy loco si hago una muestra en este momento”.
No entiendo.
–Creo que el volumen en el piso fue una respuesta de afirmación para que la cosa existiera de verdad. Yo trabajé en esta muestra enero, febrero, marzo, abril, en condiciones paupérrimas. No compré ni una madera. Trabajaba con lo que encontraba en mi casa, sobre todo restos de otras obras. En un momento dije: “Me chupa un huevo, no hago la muestra porque no tengo un mango”. Hasta que me dije: “Yo la muestra la tengo que hacer con lo que tengo y cagarme de risa lo máximo posible”. Cuando trabajo voy escribiendo cosas en la pared que son como apuntes para mí, guías para ver adónde va la muestra. Uno decía “Boluda total”. Otro, que creo es muy Chi, fue un diálogo: “¿Ma per ché?” “Perche mi piace”.

El nene colgado
En la ficción freudiana del fort da, un niño haría aparecer y desaparecer a la madre jugando con un carrete de hilo. En su madurez, ¿habrá recordado ese niño la textura retorcida del hilo, las vetas de la madera tosca? Gumier Maier imagina sus obras como reconstrucciones de objetos de unainfancia evocada en detalles. Los recortes de metal y chapa de la fábrica de su padre Gino, los colores pastel del interior de la peluquería de su tía Ester, los muebles artesanales que un tío abuelo decoraba con pájaros que primero pintaba con lápices de colores en hojas de papel canson, las combinaciones de las fórmicas de las mesitas, los almanaques y los azulejos de las pizzerías y heladerías que otros parientes hacían rendir para poder veranear en Mar del Plata, donde la retina de Gumier Maier recogió la estética copetinera de los años ‘50.
–Ésas fueron las formas primeras, talladas. Cuando empecé a deambular por la ciudad esas formas reaparecieron en las molduras. Para mí no hay nada mejor que tomarme un colectivo y ver los balcones de las casas antiguas. Hoy mismo, caminando por Catamarca, apareció en una arista una especie de helecho que se deshace. En realidad estoy cada vez más tentado de pasar a la tridimensión.
En realidad es como si, para mirar, vos rompieras con la figuración.
–Mi mirada infantil era la de un nene colgado que miraba el rulito de no sé qué. Y luego lo veía en las molduras, en los muebles. Es como si tuviera una visión abstracta de la realidad, pero todo lo que yo hago parece animado: “Esto es un perrito”, “esto un dragón”. Alguien me dice: “¿Viste la farmacia ésa?” Y yo no me acuerdo de la farmacia ésa. Cuando paso me doy cuenta de que lo que recuerdo son ciertas formas en la vidriera, colores. Tengo una visión abstracta porque la desgajo del sentido que tiene.
Tampoco es una mirada perceptiva.
–Y por eso no sé si tengo que ver tanto con el movimiento Madi, como me han señalado. El Madi y el arte concreto nacieron en contra del arte representativo ilusionista, que era considerado burgués. Me acuerdo que todo lo que vi de los Madi –yo debía tener quince años, estaba en Bellas Artes– para mí era puro paisaje e ilusión. Lozza dice que lo de él es sólo forma y color, que su obra no remite a ninguna experiencia, ni imaginaria ni sensorial: es pura percepción. De ahí la palabra perceptismo. Pero yo a los quince años veía en sus obras pájaros, montañas, caminos. En el arte concreto siempre encontré paisajes. Por eso pienso que mi relación con el arte concreto es tangencial. Aunque hay parentescos.
O citas.
–No creo. Cuando hacía obras rectilíneas estaba de moda citar. Pero yo funciono desde la fascinación. Hay un cuadro que tengo y que nunca mostré: “es” un Fernand Léger que yo siempre vi reproducido en blanco y negro. Entonces hice el mismo cuadro pero en colores. Una aberración. Para mí ya es una obra mía. La titulé Hommage, sin decir para quien era ese hommage. Puede que haya diálogos, pero no es una operación consciente tipo “estoy citando a”.

Juguetería Satie
Primero salieron de la pared y se pararon sin abandonar su esquema de plano engrosado. Pero como dice Gumier Maier, los chi chi piden movimiento, incluso música. Su aire modernista evoca el desafío de Nijinsky a la ley de gravedad, la yunta entre Cocteau y Chanel, las geometrías de un París donde La consagración de la primavera de Stravinsky desencadenaba una batalla campal.
¿Hacia dónde vas?
–Hacia el juguete.
¿No será más bien hacia el títere? Tenés una obra con unas figuritas que se persiguen y que me hicieron pensar en hilos de marionetas.
–Pensé mucho en los títeres de Tailandia, que se manejan con palitos. A veces, cuando trabajo, me rodeo de un montón de material que por ahí no tiene que ver directamente con la obra. En este caso, de unos dibujos muy antiguos y toscos de ballets europeos. O tal vez los movimientos de los ballets fueran toscos y entonces los bailarines aparecen como marionetas.
En las dos figuras en movimiento de esa obra yo veo a las travestis que juegan a correrse en la esquina de Costa Rica y Uriarte.
–Durante la colgada yo descubrí en una de esas figuras una cabecita y la coloqué pensando: “Mira para allá”. Las dos están como a punto de caminar. Por eso pienso que lo que me falta es el movimiento real. O la posibilidad de la articulación en un juguete. Lo que me encanta de esas figuras es que donde vos ves dos travestis otros me dijeron que vieron “dos enamorados que se escapan a hacer sus cosas juntos” o que “él la está corriendo a ella a patadas”.
También aparecen pentagramas imaginarios. Dan ganas de mirar la muestra con un fondo de música de Satie.
–Yo hice todo esto escuchando la FM tango. Y fue muy raro, porque escuchando tango me aparecían Satie y Debussy. Antes escuchaba música clásica. Y sin embargo ahí está la música escuchada y recordada.
No sólo hay pentagramas. Las obras de pared son como escrituras arábigas o en sánscrito.
A veces nos ponemos un poco antropomórficos. Eso está muy mal visto.
–Estaba mal visto desde la idea del arte como una especie de ascesis arrancada de cuajo de lo sensible y lo vivencial. Cuando vos te colgás de cualquier cosa es porque estás fantaseando. Si bien no planeo “voy a hacer una mujer cacerolera con un vestido calipso”, me salen formas y colores que vienen casi siempre de otras formas y colores que veo. Pueden ser obras de arte o no. Permanentemente hay cosas que me inspiran, pero no se qué. Y después empiezo a hacer mis cosas, que tampoco sé qué son, y yo mismo, a una a la que le digo “perro”, al mes la llamo “planta” y a los dos meses “una señora”. Esta posibilidad de fantasear, de engancharse, es lo que George Steiner llama resonancia.

El marche preso del sentido
Contra el ascetismo rojo y Discépolo, los colores de Gumier Maier parecen los de un couturier fantasioso: verde nilo, amarillo patito, rosa salmón, naranja krishna. Con estos chi chis Stalin hubiera hecho una hoguera, Proust un biombo y Warhol, que era más justo y menos frívolo, los hubiera puesto donde están: en una galería de arte. Los chi chis son talismanes contra el peso opresivo del mensaje, juguetes para una mnemotecnia privada, juegos de ajos y cruces contra los curadores vampiros que ahora estudian sociología.
–El curador es un personaje bastante siniestro en el arte contemporáneo. Porque lo que hace es hacer prevalecer lo discursivo por sobre los demás elementos del arte. Y lo discursivo está condensado siempre en un deber ser. ¿Qué privilegian los curadores hoy? Las nuevas tecnologías. Por ejemplo la fotografía, que la descubrieron ahora pero ya tiene un siglo y medio de existencia, y no cualquier fotografía sino una que cuestiona el papel de o la visión desde. Creo que gran parte del arte actual no es más que un disciplinamiento del arte. La gente ya produce cosas en función de que sabe cuáles son las que van a circular. Se está apuntando a algo muy sociológico, muy atento al contexto, o más bien a la CNN. Las dos primeras obras que tematizaron la desocupación en la Argentina aparecieron en el 2001, y la desocupación viene de 1991. O sea que esta alerta a lo social no es un ojo puesto en lo social sino en el discurso de los curadores. El problema con los curadores es que buscan un sentido unívoco y no creen en la polisemia. Se está confundiendo el arte con la publicidad. La estructura es la misma: qué tengo que decir, cómo lo digo, a quién se lo comunico.
Dejemos a los curadores y hablemos de los críticos. ¿Qué crítica te molestó más?
–Las que me adjudican ironía. Yo no soy irónico. Cuando mostré con otros artistas en Nueva York se hizo una mesa redonda. Kacero, Burgos y yo estábamos entre el público. Y de pronto los críticos que hablaban –dos yanquis y uno argentino– insistían sobre “la ironía de estos artistas”, yde pronto Siquier, que estaba en la mesa, dijo: “Perdón, yo quiero decir a título personal que en mi obra no hay ironía”. Entonces saltamos nosotros: “Queremos dejar en claro que nosotros tampoco somos irónicos”. ¿Sabés qué dijeron? Nada. Siguieron hablando de la ironía. O sea: la palabra del artista no vale, y eso forma parte del contexto actual. El artista sería un boludo que no sabe. El que sabe es el crítico de la mirada sabia, que considera que la mirada del artista es naïve.
La ironía es sobre algo. En el sobre ya está la horca del sentido.
–La ironía presupone un objeto delimitado absolutamente, y eso no está en estas producciones. Fabián Lebenglik dice que la distancia que yo tomo no es la de la ironía sino la de la fascinación y la nostalgia.

El catálogo de Chi chi lleva un acápite de Truman Capote: “A mí que me den una playa desierta, en un día de invierno, cuando el mar está calmo”. Y tratándose de Gumier Maier habría que agregar: “Y que la marea traiga a mis pies una maderita que ignore por completo que algún día se llamará ‘perro’, ‘dragón’, ‘chi chi’”.

Compartir: 

Twitter

 
RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.