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Domingo, 16 de septiembre de 2007

FENóMENOS > EL REPENTINO ESTRELLATO DE LOS METEORITOS CHAQUEñOS

Cayó piedra

Campo del Cielo, en la provincia del Chaco, es el área de dispersión meteorítica más grande de la Tierra. Cerca de sus veintiséis cráteres y alrededor de las piedras dispersas en el desierto se reúnen científicos, cazadores de botines cósmicos, funcionarios bienintencionados y curiosos varios; la zona convoca fiestas del meteorito y hoteles cercanos reproducen la arquitectura de estaciones espaciales. Pero este año, además, el mayor de los meteoritos caídos, llamado sencillamente El Chaco –el segundo más grande del mundo– , se convirtió en la primera estampilla tridimensional de la historia argentina y puede verse colgada en la pared principal de la oficina de Filatelia del Palacio de Correos de Buenos Aires durante este mes. La foto 3-D es parte de un work in progress de los artistas Guillermo Faivovich y Nicolás Goldberg, que llevan adelante el proyecto Una Guía a Campo del Cielo, mezcla de arte conceptual, viaje beat, meteorofilia amateur, fotografía etnográfica y reivindicación nacional. Aquí, una historia de la extraña fascinación que producen esos bloques de hierro caídos del firmamento.

 Por Alan Pauls

En el centro de la imagen el meteorito las Viboras, junto al estadounidense Dr.William Cassidy y lugareños. Durante los sesenta el geologo planetario realizó una decena de campañas donde se extrajo una nueva camada de meteoritos de tamaños mas grandes de lo imaginado y renovando la forma de entender Campo del Cielo.

De las estrellas extranjeras que vinieron a dar con sus huesos a la Argentina (Christina Onassis, Guy "El Zorro" Williams, etc.), la menos reconocida, más fulgurante y sin duda más forastera de todas es de hierro, pesa cuarenta toneladas y desciende de un asteroide de ochocientas que venía de un oscuro suburbio encajado entre Marte y Júpiter y estalló al entrar en la atmósfera terrestre: es el meteorito que hace unos cuatro mil años se desplomó en el desierto de lo que hoy es la provincia argentina de Chaco. El Chaco --como se lo bautizó, según la lógica un poco perezosa de las costumbres locales o la disciplina astronómica-- es el segundo meteorito más grande del mundo (el primero, el Hoba, de 60 toneladas, se incrustó en Namibia, demasiado lejos para hacerle sombra) y es la vedette indiscutida de Campo del Cielo, el área de la frontera chaco-santiagueña donde cayó junto con los otros veintiséis colegas cósmicos --todos hijos del mismo asteroide-- inventariados hasta el momento por el soñoliento escrutinio oficial.

A lo largo de su dilatada vida, los meteoritos de Campo del Cielo pasaron de raudos bólidos ígneos a masas de hierro inertes, embutidas en la tierra, que atrajeron la curiosidad de indios, conquistadores españoles y cronistas y despertaron el interés analítico de locales ilustrados como el doctor Antenor Alvarez, autor, en 1926, de la memoir El meteorito del Chaco, estudio de referencia clave para la posteridad meteorófila. El Chaco fue un privilegiado: deslumbró como una bella evidencia de la historia cósmica a más de una eminencia científica en los años '60 e hizo babear (pero no se rindió) a cierto encarnizado cazameteoritos norteamericano. Y ahora, desde hace apenas dos meses, brilla como una flamante rara avis en la galería de los símbolos de la argentinidad. Ahora El Chaco es una estampilla. La primera estampilla tridimensional de la historia de la filatelia argentina. El retrato --con ese extraño temblor cromático que es el sello de fábrica de las estereografías-- cuelga hoy de la pared principal de la oficina de Filatelia del Palacio de Correos de Buenos Aires --en alguno de cuyos cajones acechan también los anteojos necesarios para contemplarlo-- y puede visitarse hasta fines de este mes.

¿Cómo llegan cuarenta toneladas de hierro espacial a sobresaltar la elegancia un poco fanée de una institución pública que en los '50 fue emblema de modestia, esfuerzo y prosperidad y en los '60 estrella total del firmamento Simulcop? ¿Por qué extraño rodeo esa aleación de imaginario sci-fi años '50 y estética pop viene a resucitar arcaicos orgullos nacionales? La respuesta, como de costumbre, no viene de la política sino del arte: la foto 3-D de El Chaco --cuya versión estampilla cuesta $6 en Argentina (precio que incluye los anteojos) y oscila entre u$s 3 y u$s 30 en e-Bay-- es quizá la operación más visible, pero no la única, de un notable work in progress en el que se funden el arte conceptual, el viaje beat, la meteorofilia amateur, la fotografía etnográfica y un sutil ímpetu de reivindicación nacional: el proyecto Una Guía a Campo del Cielo, de Guillermo Faivovich y Nicolás Goldberg.

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Muy en el origen de Una Guía a Campo del Cielo hay dos pasiones compartidas: la devoción por planetas, supernovas, agujeros negros, astrofotografías y demás prodigios del imaginario cósmico; el culto ferviente de la secuencia de apertura de 2001 Odisea del espacio, donde una pandilla de simios desconcertados recela, se alborota y termina sucumbiendo al aura casi sagrada de un gigantesco monolito alienígena incrustado en la tierra. El niño Goldberg coleccionaba piedras (un video casero lo muestra a los 6 años haciendo una visita guiada por su colección, perdida más tarde, para desconsuelo de su propietario, en una mudanza de Estados Unidos a la Argentina). Faivovich, de grande, en viaje hacia Paraguay, paró una vez en el Chaco, descubrió unas viejas molas de granito grabadas a mano en un ingenio azucarero abandonado y pensó que sacarlas de ese contexto ruinoso y exponerlas en un espacio artístico no sólo las convertiría en arte sino que las reivindicaría. La idea no prosperó, pero hizo carambola con el pasado lapidópata de Goldberg y persistió como una anticipación del proyecto que ambos emprenderían juntos poco después, en 2006, cuando salieron por fin tras la pista de Campo del Cielo.

Faivovich era el explorador; Goldberg, fotógrafo, una especie de insomne que documentaba todo como un maniático. El propósito de ese primer viaje era modesto, casi tanto como el Peugeot 404 en el que pretendieron encararlo, objetado a último momento por un mecánico pusilánime: censar de manera más o menos metódica --nombre, peso, localización, año de descubrimiento-- los meteoritos dispersos en el país. Visitaron El Mataco en Rosario (una tonelada, Museo Histórico Provincial Dr. Julio Marc, 1937) y El Silva en Rafaela (132 kilos, Museo Municipal, 1959). Tres días después llegaron al hot spot del recorrido, Campo del Cielo, el área de dispersión meteorítica más grande de la Tierra: dieciocho kilómetros delimitados por veintiséis cráteres clarísimos (cuando el promedio de las dispersiones importantes es de un kilómetro o kilómetro y medio). Los esperaban el desierto de Otumpa --"Polvo, polvo, polvo: para nosotros era como Marte"-- y un mundo alucinatorio, como de David Lynch, donde se celebra una Fiesta Nacional del Meteorito, un Hotel Meteorito (a 70 kilómetros de Gancedo, el pueblo que tiene jurisdicción sobre la zona donde está El Chaco) que reproduce la arquitectura de las estaciones espaciales y un mozo de estación de servicio baja la voz para mostrar la carpeta donde guarda el proyecto que lo hará rico: un complejo turístico cinco estrellas en una región seca como el Sahara, donde no hay nada a 300 kilómetros a la redonda. Los esperaba, también, una paradoja bien argentina: Campo del Cielo es un prodigio tan excepcional como desamparado. Hasta el 10 de agosto pasado, cuando el Senado Nacional declaró a todos "los meteoritos y demás cuerpos celestes que se encuentren o ingresen en el territorio de la República Argentina, espacio aéreo y aguas jurisdiccionales, 'bienes y objetos culturales de la República Argentina'", la única legislación que protegía el área era provincial; penalizaba el robo de meteoritos dentro del Chaco, donde formaban parte de un Parque Provincial, pero era completamente inoperante una vez que cruzaban la frontera.

Fruto de esa desidia jurídica, Campo del Cielo se convertía en una suerte de far west impredecible, tierra de nadie en la que confluían propietarios rurales distraídos (el caso de Víctor Hugo Conradi, dueño del campo de donde en 1998 robaron el meteorito Tañigo II, de entre 4 y 8 toneladas, reemplazándolo --golpe maestro de la delincuencia conceptual-- por un sosías de cemento), funcionarios bienintencionados como Alberto Korovaichuk (el intendente de Gancedo), científicos de primera línea como el geólogo William Cassidy --autor del paper que lanzó al Chaco al estrellato académico desde las páginas de la revista Science--, coleccionistas de todo el mundo y rastreadores de botines cósmicos como Robert Haag, el norteamericano que en 1970 vendía por diez dólares pasaportes espaciales en las plazas de California al grito de "¡Pronto los necesitarán!" y en 1990, reconvertido al rubro cazameteoritos, fue detenido en la frontera chaco-santiagueña cuando intentaba contrabandear las cuarenta toneladas de El Chaco en el acoplado de un camión. Haag pasó un mes preso y recién quedó libre tras la intervención de la embajada norteamericana. Hoy su nombre en el Chaco es sinónimo de traficante, de sátrapa, de bandolero: una especie de buscador de oro estelar que explota las lagunas de la ley para hacer buenos negocios con un botín que debería ser patrimonio nacional. A Faivovich y Goldberg, que no se apuran a juzgarlo ("Acá está demonizado, pero cualquier página de Internet que no sea punto.ar habla de Haag como del 'gran cazador que tuvo ese problema en la Argentina'. Allá los tipos son como detectives. Sólo que se llevan lo que descubren"), les costó sacárselo de la cabeza el resto del año. En los dos nuevos viajes que hicieron al Chaco llevaron una muestra de fotos de todos los meteoritos localizados fuera de Campo del Cielo, conocieron a William Cassidy --que lideraba una campaña financiada por la Nasa-- y hasta bautizaron un meteorito, La Sorpresa --según el nombre que ya tenía el cráter--, que había quedado anónimo desde el momento de su excavación, en el 2005.

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De hecho fueron ellos, Haag y Cassidy --el sabueso tránsfuga y el hombre de ciencia intachable-- quienes motorizaron el capítulo siguiente del proyecto: la etapa norteamericana. La cultura meteorito en versión Primer Mundo. La primera mitad de la gira --la costa este-- fue estrictamente académica. Invitados por Cassidy, aterrizaron en la Universidad de Pittsburgh, acamparon durante 48 horas en su despacho y husmearon sin restricciones en el archivo más importante del mundo sobre Campo del Cielo. "Mientras nosotros escaneábamos su correspondencia en un cuarto ---copias en papel carbónico de cartas entre él y su interlocutora argentina, la doctora Villar, cartas en las que hablan de la dictadura del '76, fotos--, Cassidy trabajaba en su computadora en el cuarto de al lado, grabado sin pausa por la cámara que habíamos instalado en un trípode, como en una obra de Warhol". Luego de un desvío por Nueva York y Washington (donde sopesaron el meteorito más famoso del mundo, el Life on Mars, nativo de Marte, e infiltraron documentos del proyecto en los archivos del Smithsonian), Faivovich y Goldberg rumbearon hacia la costa oeste siguiendo la pista Haag y se zambulleron en Tucson, Arizona, donde ardía la Feria de Fósiles y Minerales, una suerte de mercado persa diseminado en suites de hotel donde los coleccionistas japoneses pagan pequeñas fortunas por piedras con forma de tortuga y una esquirla de meteorito de Campo del Cielo del tamaño de una pelota de ping pong puede costar hasta 50 dólares. Se toparon con Campo del Cielo en llaveros, aros, moneditas incrustadas, fuentes con Budas tallados y balas de cañón, bagatelas de un merchandising que en Gancedo, para mal o para bien, aún brilla por su ausencia. Descubrieron a Haag en su suite, detrás de un mostrador, moviendo piedras como un fullero, con sus crenchas y su look de cantante de rock metálico de los '80, y volvieron a verlo a la noche siguiente, en la Fiesta de la Gema --"Igual que una fiesta del Bafici pero de piedras"--, donde se presentaron como "artistas visuales" y le arrancaron la promesa de una entrevista para el día siguiente, en su hotel, a las dos en punto de la tarde. Haag nunca apareció.

"Está todo documentado", dice Goldberg, atajándose, cuando escucha que la historia es casi demasiado atractiva para ser verdadera. Volcado en cientos de fotos, horas de video y archivo y páginas y páginas de notas y transcripciones, ese frenesí de registro es la marca singular de un proyecto cuyos autores, más que la intención artística, pone en primer plano el gesto asertivo del informante y el poder de constatación del testimonio. "Estuvimos ahí y lo vimos", juran las imágenes de Una Guía a Campo del Cielo. Son imágenes frontales, de una severidad traviesa, dedicadas sospechosamente a borrarse ante lo que muestran o sólo a encuadrarlo, que declaran hay meteoritos en Argentina como quien cada tanto, sin pompa pero con orgullo, diría que hay vida inteligente en Marte, y que acusan algo tan sencillo y tan espeluznante como una presencia. Pero en la mirada de Faivovich y Goldberg, esos cascotes cósmicos, ángeles caídos en el desierto chaqueño, son menos vestigios de una naturaleza espacial que objetos sobrecargados de cultura, reliquias de un imaginario forastero que quizás ahora pueda empezar a ser argentino.

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Hasta el momento, Una Guía a Campo del Cielo se dio a conocer en cuentagotas, mediante pequeñas intervenciones puntuales: la muestra de fotos La Sorpresa y los meteoritos que ya no están en Campo del Cielo (en la sala de exposiciones del Parque Provincial de los Meteoritos, en Gancedo), la presentación del retrato del meteorito La Sorpresa en Buenos Aires Photo 2006 (más tarde exhibido en la galería Ruth Benzacar) y la estereografía de El Chaco que aparece en la estampilla 3-D del Correo Argentino y preside la oficina de Filatelia en el edificio de Leandro Alem. Goldberg y Faivovich ya venían trabajando en 3-D desde el tercer viaje a Chaco; les parecía que era el registro ideal para representar el volumen, una cualidad meteorítica clave que las representaciones convencionales suelen ignorar. De regreso en Buenos Aires se enteraron de que la oficina de Filatelia del Correo Argentino llamaba a convocatoria para crear nuevos sellos postales. Presentaron la idea de la estampilla sobre Campo del Cielo y ganaron. La pregunta es: ¿por qué una estampilla? ¿Por qué un soporte tan escolar, tan cándido, tan fechado? "Porque así podíamos instalar el meteorito en una esfera nacional", dice Goldberg. Faivovich: "Y también por una necesidad de legitimación. Porque en los '90 se dictó una ley de protección de fósiles y bosques petrificados y no incluyeron los meteoritos. Nunca se habló de los meteoritos como de algo que es nuestro". Goldberg: "Poner al Chaco en una estampilla es volver a ponerlo en el aire. Echarlo a volar por el espacio en miles de sobres. Es una manera muy simple de devolver los meteoritos al cielo".

Tercera Fiesta Nacional del Meteorito: 28 y 29 de septiempre
Ultimo día de exhibición de Chaco en Oficina de Filatelia: 20 de Septiembre
El blog: campodelcielo.blogspot.com

Mercado

"Los meteoritos tienen un mercado institucional (el académico) y uno privado (los coleccionistas). Los cazameteoritos proveen a los dos. Cuando un tipo como Haag encuentra una piedra de Marte, los académicos la examinan con microscopio, la certifican y la compran tal como el tipo se la vende, cortada en tajadas. Y los coleccionistas son como cualquier coleccionista: quieren las piezas para tenerlas y exhibirlas en su galería privada. Ahora apareció un neocoleccionismo, el de los tipos que compran meteoritos por razones estéticas. El año pasado, la Bonhams, una casa de remates especializada en historia natural, vendió una piedra de Campo del Cielo de 161 kilos en un precio que parecía impensable: 93 mil dólares" (Goldberg)

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