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Domingo, 28 de septiembre de 2008

Camino, campo, lo que sucede, gente

Hace cinco años, Mariano Llinás se convirtió en una sorpresa inesperada en el cine argentino: su documental Balnearios, peculiar hasta la médula y producido con escasos recursos a espaldas del Incaa, empezó lenta y sostenidamente a ser un fenómeno de culto. Ahora estrena una obra infinitamente más ambiciosa: una ficción monumental de cuatro horas, tan cinematográfica como literaria, amparada tanto en Hitchcock y Truffaut como en Borges y Bioy, Verne y Stevenson. A continuación, el mismo Llinás presenta Historias extraordinarias y explica por qué recurrió a una biblioteca, a dos amigos de toda la vida y a un puñado de actores del teatro independiente para filmar algo completamente nuevo incluso dentro del más nuevo cine argentino.

 Por Mariano Kairuz

En el principio fue el viaje. Con Historias extraordinarias, su tercer largo como director, Mariano Llinás (Balnearios, 2002) apostó al viaje como origen y centro de sus relatos; a viajes de rumbos indefinidos y senderos que se bifurcan sin un lugar de llegada evidente. Recorridos por la provincia de Buenos Aires, amplia y llana, recostada, como dormida y sobresaltada por sueños de lo fantástico que habita este mundo. En su prólogo a Historias fantásticas, Bioy Casares escribió que con Borges recelaron durante algún tiempo de esa “palabrita (fantástico), que parece prevenir sobre la irrealidad de los hechos narrados. Nos sugería la imagen de una señora lanzando gritos de placer: ¡Fantástico! ¡Fantástico!”. En un cuento de ese mismo libro, “La trama celeste”, que Llinás cita como un referente posible, se habla de “viajes entre Buenos Aires de distintos mundos”: “Se preguntarán por qué los viajeros llegan siempre a Buenos Aires...”. De ese mismo Buenos Aires al que llegan los viajeros se compone Historias extraordinarias; de una idea semejante de lo extraordinario y lo fantástico, irrumpiendo en medio de lo ordinario y lo perfectamente real, obtiene su materia vital este mastodonte de cuatro horas y cinco minutos de duración (más intervalos). Una mole abundante en palabras y en literatura y que sin embargo, aplastando expectativas y prejuicios de la cinefilia, es más cine que mucho del cine que se hace y se estrena semana a semana.

Intentando encapsular lo que no fue concebido para contarse en unas pocas líneas, puede decirse que hay tres historias principales en H.E.: la de X, de quien no sabemos en principio cuál es el trabajo que anda haciendo por la localidad de Azul, y a quien vemos devenir testigo accidental (y partícipe voluntario) de un crimen a campo abierto; la de Z, que arriba a unas oficinas de pueblo para ocupar su aburrido, burocrático, cargo jerárquico, y que a poco de llegar se obsesiona con la vida del hombre (finado) que lo antecedió en su puesto; y la de H, que navega el río Salado con un encargo: rastrear los monolitos que sirven de únicos vestigios de un antiguo y monumental proyecto de corredor fluvial que quedó en la nada. Luego, esas tres líneas argumentales originales se desbandan, abriéndose a nuevas historias y nuevos viajes: X se planta en una habitación de hotel a lucubrar disparatadas teorías sobre el caso policial en el que cree haberse envuelto; Z, en lo que podría ser la caza de un tesoro, misteriosa bifurcación de las múltiples vidas de su impensado predecesor, conoce a dos hermanas encantadoras y a un majestuoso león moribundo llamado El Coronel; y H se encuentra con un hombre viejo, quizá peligroso, con quien serán prisioneros de una inesperada unidad militar. Cada ruta se abre en rutas nuevas, que llevan hacia delante, hacia atrás, o se abren como paréntesis de aquellas arterias principales: enumerar las bifurcaciones del mapa abrumador de Historias extraordinarias es casi imposible; ése ha sido uno de sus desafíos.

Y es que Llinás se propuso, como le contó a Radar poco antes de su presentación en la última edición del Bafici –donde no fue la más premiada de la competencia nacional, pero sí la más celebrada–, construir una película que se pareciera todo lo posible a una novela. “Me interesa la novela de aventuras del siglo XIX, y ver en qué medida era posible que el cine volviese a hacerse cargo de ese tipo de relatos”, dijo entonces, y acto seguido citó a Stevenson, a Julio Verne. Del autor de La vuelta al mundo en 80 días puede reconocerse, por ejemplo, el prefacio de la historia de H, que consiste en una apuesta en la Asociación de Mayo, una suerte de club social de propósito difuso, que adapta a los antiguos clubes de caballeros del autor francés amante de las aventuras extraordinarias. Una película-novela sería la posibilidad de desarrollar tramas largas y tiempos largos, de volcar grandes cantidades de información: “Procedimientos que en la literatura son naturales y que para el cine llevan mucho más esfuerzo”. El sistema diseñado por Llinás para llevar adelante este proyecto épico se apoya en una voz en off superpuesta a tres de las cuatro horas de película, dándole cierta unidad en su multiplicidad y abundancia de relatos. La voz son en rigor voces: las de Daniel Hendler y Juan Minujín y, en un episodio, la de la ex Gambas al Ajillo (y hermana del director) Verónica Llinás. La construcción de esa narración mutante que conduce el relato requería, por supuesto, literatura; una utilización precisa de palabras, fluidez verbal.

El sistema fue un éxito, lo que, atención –ahí los prejuicios, esos que provienen de la idea de que el cine es más “puro” cuando más se acerca a ser pura imagen, masivamente pulverizados–, significa que Historias extraordinarias no es, de ninguna manera, “literatura ilustrada”. La voice-over en juego permanente con la imagen. Narrando aquello mismo que estamos viendo, de pronto adelantándose unos segundos o muchos minutos, hasta un capítulo entero; asomándose a una pantalla dividida; dándole dinamismo y velocidad al relato de un golpe criminal que se completa en una asombrosa sucesión de fotos fijas; siguiendo una pesquisa a través de las páginas policiales de un diario pueblerino –alternativamente siguiendo los titulares o complementándose con ellos–; interactuando con los diálogos, replicándolos o cediéndoles lugar; jugando con las canciones. Se cuenta lo que ocurre, lo que ocurrió y un poco también lo que pudo haber ocurrido (y como derivación de las febriles y equívocas especulaciones de X, asistimos al maravilloso “Caso de Lola Gallo”). También se narra el proceso de la narración. “Bueno, es así: un hombre, llamémoslo X, llega en medio de la noche a una ciudad cualquiera de la provincia”: eso es lo primero que se escucha en la película, un poco a la manera en que Bioy podía introducir con un “He aquí, pues, el comienzo de la historia” (“Historia prodigiosa”). El efecto es por momentos vertiginoso; alcanzando hacia el final de cada uno de los tres bloques en que se divide picos de emoción, en los que juega un papel fundamental la música. Especialmente las canciones, integradas a una banda sonora también gigante y en perpetua metamorfosis a cargo de Gabriel Chwojnik, que en algún momento evoca –un poco como chiste, pero también como homenaje a la aventura cinematográfica clásica– los acordes de Ennio Morricone para el western spaghetti de Sergio Leone.

Pero quizás el gran secreto del funcionamiento del total desmesurado de Historias extraordinarias sea que todo en ella responde a un principio rector clásico y esencial, perfectamente cinematográfico: el McGuffin hitchcockiano. Para Hitchcock, las metas finales de toda anécdota no fueron nunca otra cosa que argucias falsas, puras fabricaciones destinadas a lo que de verdad importa, que es ver a sus personajes, gente más o menos común y corriente, en movimiento, moviéndose todo el tiempo, arreglándoselas para salir adelante en situaciones extraordinarias.

En la tercera y última parte de la película de Llinás se cuenta sin aliento la historia de Francisco Salomone, el arquitecto siciliano cuyas monumentales y demenciales obras de hormigón –sembradas durante unos pocos años en la década del ‘30– estallan sobre el horizonte chato de la provincia, y parece lo fantástico irrumpiendo sin vuelta atrás en lo mundano. Bioy, de vuelta: “Se preguntarán por qué los viajeros llegan siempre a Buenos Aires, y no a otras regiones, a los mares o a los desiertos. La única respuesta que puedo ofrecer a una cuestión tan ajena a mi incumbencia, es que tal vez estos mundos sean como haces de espacios y tiempos paralelos”.

Filmada y financiada de forma independiente, ajena a los créditos y al papeleo del Instituto y de la industria, Historias extraordinarias fue también como producción y experiencia de rodaje una aventura ídem que ahora sale a la búsqueda de su público, con sus cuatro horas más intervalos, en el Malba y en el 25 de Mayo. Qué más puede esperarse que la repetición del impacto que produjo en su estreno el Bafici, con más y más gente saliendo de cada función gritando, como la señora hipotética de Borges y Bioy: “¡Fantástico! ¡Fantástico!”.

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