radar

Domingo, 8 de diciembre de 2002

LUGARES

Fabricando cultura

Tras el impacto de sus ya célebres campañas publicitarias y de esa rara avis editorial que es la revista Colors, Benetton decidió dar un paso más allá y creó Fabrica. Mezcla de universidad babilónica y polo de investigación en comunicación y arte, todos los años beca a cuarenta jóvenes de los cinco continentes, y ya ha dado que hablar a través de los trabajos que se pergeñan en su campus: óperas, CD, objetos, libros, revistas y películas (como No Man’s Land, ganadora del último Oscar extranjero). Radar tuvo acceso a esta usina y habló con Luciano Benetton sobre este proyecto, la Patagonia, la deuda externa argentina, sus museos y eso que vislumbra como el futuro cultural inmediato: la “cultura industrial”.

Por Alicia Martínez Pardíes, desde Treviso
El nombre-marca Benetton es conocido desde 1965, el año en que cuatro hermanos italianos con ese apellido comenzaron a fabricar en la ciudad de Treviso (en el norte de Italia), remeras, pantalones y sweters, bajo la firma United Colors of Benetton. La apuesta era reinventar el color –con colores fuertes e intensos– para suplir los grises que había dejado la Segunda Guerra Mundial. Con el tiempo, el apellido siguió difundiéndose en casi todo el mundo, a través de los curiosos afiches publicitarios que acompañaron, desde los años 80, los lanzamientos de cada una de sus colecciones, y en los que podía aparecer un grupo de chicos de distintas razas y color; un enfermo de sida agónico en su cama, acompañado por su padre desesperado; y hasta el mismo creador del emporio textil, Luciano, desnudo, junto al famoso fotógrafo Oliviero Toscani, también desnudo, para impulsar una campaña de recolección de ropa usada a distribuir en países subdesarrollados. Pero además de las telas, colores, negocios –y polémicas varias– que esta megaindustria se supo conseguir en las últimas cuatro décadas, el nombre Benetton alcanza también al ámbito de la cultura, a través de Fabrica, un polo de investigación en comunicación y arte experimental que con cuarenta jóvenes procedentes de los cinco continentes, cada año dan que hablar a la crítica especializada con óperas, CD, muestras interactivas, objetos insólitos, libros y revistas. La idea es producir creatividad. Si es buena, mejor. Si es original, mucho mejor. Y si además es mucha, mucho pero mucho mejor.

BENETTONLANDIA
A pocos metros de Villa Minelli –una imponente casa de campo del siglo XVII, que alberga la sede central de Benetton– se encuentra Fabrica, el laboratorio de creatividad ideado por Luciano Benetton en 1994, como una auténtica fábrica de productos culturales. Apenas se abre la puerta de Fabrica, el visitante puede imaginar que está en una especie de universidad babilónica del futuro: jóvenes que van y vienen en rollers con diseños en la mano, japoneses, latinoamericanos y europeos que hablan en inglés, italiano o francés, mientras un punk de melena rosa y amarilla analiza la maqueta para una muestra de objetos insólitos, o un africano pasa corriendo, cámara en mano, hacia el departamento de cine del laboratorio. Todo es movimiento. Todos son jovencísimos (menos de 25 años) y están becados por un año para experimentar aquí sus dones creativas en proyectos de diseño, música, cine, fotografía, productos editoriales e Internet. Lo único que deben hacer durante doce meses es crear, con todos los recursos imaginables –e inimaginables también– a su disposición. Y quienes consiguen deslumbrar a sus pares en ese tiempo se quedan un tiempo más (algo que huelga aclarar, desean todos), como Jaime Hayon, un creativo español de 27 años que entre maquetas y bosquejos de una próxima muestra de objetos insólitos dialoga con Radar. Y cuenta cómo funciona este centro que ha logrado convocar la participación de músicos, cineastas, fotógrafos y arquitectos de renombre internacional, como Peter Gabriel, Danis Tanovic, Oliviero Toscani y Tadao Ando, entre otros, y a quienes se sumaron con su apoyo organizaciones sin fines de lucro (Acnur, FAO, ONU, SOS Rascisme), museos y teatros.
¿Podría resumir los criterios con que se produce en este laboratorio?
–Es bastante simple y claro: el desafío de Fabrica es la innovación y la internacionalidad. Para la innovación tenemos en cuenta los modos de conjugar cultura e industria, a través de una forma de comunicación que se confía no a las formas publicitarias ya conocidas, sino a la “cultura industrial”, como si habláramos de una inteligencia de la empresa que se puede exteriorizar desde el diseño, la música, el cine, la fotografía, el periodismo, los productos editoriales o Internet. Y en cuanto a la internacionalidad, bueno, usted ya ha visto, la tenemos garantizada en lamezcla del grupo de jóvenes artistas experimentales provenientes de países, lenguas, cultura y sensibilidad diversas.
El carácter internacional también viene garantizado a través de los 120 países en los que Benetton tiene sus tiendas, ¿no?
–Pues sí, arrancamos ya con la facilidad de saber que su nombre es bien conocido en casi cualquier parte del mundo.
¿Puede señalar algunos de los proyectos de Fabrica?
–Hablemos de cine: tenemos el departamento Fabrica Cinema, cuyos proyectos apuntan a las nuevas voces independientes del cine del “resto del mundo” (sobre todo Africa, el mundo árabe y Asia, y próximamente Latinoamérica). Con la dirección de Marco Müller, esta sección coprodujo una serie de films presentados a concurso en los festivales europeos más importantes. Como el film de la directora Samira Makhmalbaf, Lavagne (Blackboards) que obtuvo el Premio Especial del Jurado en Cannes 2000. Y otros, como No Man’s Land, del bosnio Danis Tanovic (Premio Mejor Guión Cannes 2001, Golden Globe Mejor Film Extranjero y Oscar Mejor Film Extranjero 2002); Secret Ballot, del iraní Babak Payami (Premio Mejor Dirección en Venecia 2001) y Seventeen Years, del joven chino Zhang Yuan (León de Plata a la mejor dirección, Festival de Venecia 1999) En fin, la lista sigue y es larga, pero déjeme decirle que además de las coproducciones, Fabrica Cinema está en condiciones de presentar sus propios trabajos independientes, como algunos documentales ya listos para la televisión.
¿Qué otros espacios funcionan acá?
–El de música, por ejemplo, donde se explora desde la capacidad de contaminación de la música contemporánea con sonidos orientales –que devino en una serie de conciertos con jóvenes músicos indios, europeos y japoneses–, hasta la experimentación con los nuevos lenguajes de la música contemporánea, proyecto que culminará con la realización de un Festival. Desde hace un año, Fabrica también puso en marcha dos Fabrica Features (en las ciudades de Bolonia y Lisboa), concebidos como espacios especiales para la realización de conciertos, proyecciones de video, performances de artistas, conferencias, muestras personales y exhibición de productos culturales varios, como CD, videos, objetos de diseño y ropa creados en diferentes partes del mundo, con la idea de integrar una galería de arte contemporánea, entendida no como objeto de contemplación estética, sino como algo más accesible y usufructuable para el visitante.

EL SEÑOR DEL EMPORIO
Fabrica apunta en otras direcciones, como la fotografía, la creación de museos y hasta cuenta con una oferta editorial bastante ecléctica. Pero para hablar de esto, quien responde es el mismísimo Luciano Benetton. Sin rollers ni cabellos coloreados, pero con larga melena blanca, jeans y remera de color (no preguntar la marca) y lentes al mejor estilo John Lenon, parece haber firmado un buen acuerdo –quién sabe con quién– para desmentir sus sesenta y siete años. (Aclaración entre líneas: en general Benetton no otorga entrevistas, pero esta vez sí aceptó, curioso y atraído por la nacionalidad de esta periodista, y porque el tema de la nota no tenía que ver con negocios, acciones en la Bolsa o los últimos balances de sus dieciocho empresas, sino la cultura, uno de sus objetos de deseo más fuertes.)
¿Por qué decidió crear Fabrica?
–Por dos motivos: el primero, porque quería tener un espacio para el aprendizaje recíproco, entendido en el sentido más literal del término, dedicado a los jóvenes y en el que ellos pudieran expresarse con absoluta libertad. Y el segundo, porque pensé que el futuro de la empresa está allí, en Fabrica, donde ya hemos logrado productos interesantes, como el libro 1000 Extra/Ordinary Objects, que compila los objetos más locos del siglo XX y que salió editado por Taschen en cuatro ediciones bilingües,con una introducción exclusiva del músico Peter Gabriel; o la revista bimestral Colors, uno de las iniciativas de Fabrica más conocidas en casi todo el mundo.
Hasta hace poco tiempo, tanto en Colors como en sus campañas publicitarias, parte del éxito estaba asegurado por las imágenes de Oliviero Toscani. ¿Cómo fue su relación con el fotógrafo?
–El balance de los dieciocho años de trabajo con Oliviero es más que positivo: no sólo nos divertimos mucho, sino que pudimos hacer una forma de publicidad y de tratamiento de las imágenes que no dejara indiferente al espectador. No vendíamos sólo ropa, sino una ideología.
¿Qué tipo de ideología?
–En sentido amplio, social. Trabajamos sobre la base de un espacio que ha dejado vacío el Estado, es decir, mostrar y denunciar lo que ocurre en el mundo a través de distintos proyectos privados (sobre todo, Colors); algo que debería hacer el gobierno, o mejor, los gobiernos, pero que no hacen.
Acaba de mencionar la política. Usted fue senador por el Partido Republicano Italiano, ¿qué lo llevó a la política y por qué la dejó después?
–Hablamos de una época muy difícil en mi país, el año ‘92, la Italia de Mani Pulite, cuando una de las urgencias clave era cambiar la forma de hacer política y renovar la clase dirigente. Decidí dar ese paso convencido de que hacer política es un oficio como cualquier otro, y que mi entrada a la política podía convocar a otros que, como yo, privilegiaran los intereses del país por encima de cualquier otro. Y también, confieso, porque quería ver, conocer de cerca, a las pocas personas que, en general, deciden por todos nosotros. La experiencia no me resultó indiferente, pero la abandoné después de dos años y medio, cuando sentí que había logrado cumplir lo propuesto: ya teníamos diez diputados en el Parlamento que podían continuar esa línea de pensamiento. Pero volvamos a la cultura...
¿Quisiera referirse a otras de sus inversiones culturales, el Museo Leleque en la Patagonia?
–Sí, claro, aunque la persona indicada para hablar del tema es mi hermano Carlo, que en este momento está, precisamente, en la Patagonia. Carlo fue el encargado de casi todo lo del Museo: desde buscar a especialistas e investigadores de universidades nacionales de su país para clasificar las piezas de la colección, hasta de elegir el lugar para construirlo y estar siempre atento a su funcionamiento. Nos encanta la realización de este Museo que alberga testimonios (arqueológicos y de otros tipos) de miles de años de historia de la Patagonia, incluyendo todas sus poblaciones, desde las indígenas hasta los inmigrantes de todos los orígenes: galeses, vascos, españoles, libaneses, norteamericanos, ingleses, italianos. Según tengo entendido, hace poco el museo publicó un libro, Patagonia: 13.000 años de historia, ¿no?
Sí, efectivamente ya está a la venta. Una pregunta más sobre esa región. Sus hermanos y usted poseen una enorme porción de tierras en la Patagonia argentina. ¿Está al tanto de la existencia de algunos proyectos que aluden a la posibilidad de vender parte de ese territorio para pagar parte de la deuda externa?
–Estoy informado. Y permítame decirle que me parece un disparate. La Patagonia es uno de los pocos lugares del mundo que realmente parece un paraíso. Si ustedes, o mejor dicho, si los políticos argentinos descuidan esa parte de su territorio, la Argentina estará perdida: habrá perdido lo mejor que tiene ese país. Vender parte de la Patagonia sería una catástrofe para la Argentina. Y creo que ya tienen bastantes, ¿no?

Compartir: 

Twitter

RADAR
 indice

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.