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Domingo, 7 de junio de 2009

ENTREVISTAS > LATINOAMERICA SEGUN ERNESTO LACLAU

El boom latinoamericano

Tras una década de políticas liberales, el siglo XXI encontró a buena parte de los países latinoamericanos emprendiendo procesos que tendieron, de un modo u otro, a atender las demandas de grandes masas de excluidos, no sólo del sistema económico sino también del político. Ese proceso, complejo y particular en cada país, ha sido denominado por la derecha con el eufemismo de “populismo”. Ernesto Laclau, uno de los referentes intelectuales indiscutidos a la hora de pensar y comprender América latina, disecciona el continente para analizar pasado, presente y futuro de los cambios en cada país.

 Por Gabriel D. Lerman

Ernesto Laclau llegó a Buenos Aires para la Feria del Libro, y está recorriendo el país con una agenda apretada de conferencias, homenajes y entrevistas, en otro de sus viajes habituales, ya que reside en Londres desde hace treinta años. No es fácil ubicarlo, pero nadie que haya querido contactarlo se ha quedado con las ganas. Desde hace décadas es un intelectual clave de la teoría política, pero algo ha pasado entre el correlato de su libro La razón populista, donde analiza la agregación de demandas a partir de las apelaciones entre el líder y la masa, y la tendencia política de la región a gobiernos que peyorativamente son tildados de populistas como eufemismo de demagógicos, clientelares o tiránicos. La hora lo ha puesto en el ojo de la tormenta, sobre todo en la Argentina. El desplazamiento reciente del peronismo o la reubicación kirchnerista del movimiento de Perón, ha requerido de las artes del campo intelectual, y ha provocado no pocas escisiones, abroquelamientos y reacciones en las arenas locales del pensamiento, a punto tal de rediseñar su mapa, que tan consolidado parecía a finales de los ‘90. Laclau viene de afuera y viene revestido de un prestigio que, además, le permite sobrevolar la escena con paso firme. Su trabajo se ha centrado en el populismo como práctica política históricamente desdeñada, como lógica social y modo de construir lo político, desde un enfoque que se aleja del punto de vista sociológico. Ha polemizado largamente con Slavoj Zizek, Michael Hardt y Toni Negri. Según él, la relación entre el concepto de hegemonía y el objeto de Lacan consiste en que lo pleno sólo puede ser tocado a través de su investimiento en un objeto parcial. Y esa parcialidad no es una parte de la totalidad, un fragmento, sino que es en sí misma la totalidad. Se accede a un universal a través de un particular. Lo pleno, la Cosa freudiana, es inalcanzable, dice Laclau. La simbolización política, la construcción de prácticas y discursos políticos no son un desvío, una falsedad, un lastre, sino la razón de ser de la política. Ese particular, hoy, sería el populismo, las demandas de los de abajo que todavía no están demasiado inscriptas en el discurso político, pero que empiezan a expresarse.

–Yo creo que todo gobierno político democrático –dice Laclau para romper el hielo, acaso desmarcándose del lugar común sobre los gobiernos de izquierda buenos y malos, dialoguistas y antagonistas, consensualistas y populistas del continente–, todo gobierno oscila entre dos polos. El polo de la movilización de masas, para que las demandas de las bases del sistema lleguen al aparato político y, si esto se basa en la movilización, tenemos una democracia de tipo populista. Y, del otro lado, tenemos la absorción individual de las demandas por parte de un aparato estatal expandido, y en ese caso tenemos el institucionalismo. Yo creo que todo régimen político democrático tiene dos polos extremos, el populismo y el institucionalismo. Y de alguna manera la estabilización de un régimen político tiene lugar en un punto intermedio de este continuo entre los dos polos. Se combinan momentos de institucionalismo y momentos de populismo. Por ejemplo, están las teorías institucionalistas puras como aquella que afirma que toda movilización de masas es por definición caótica, y que por consiguiente hay que reemplazar la política por la administración. Este era un lema que en el siglo XIX había lanzado Saint Simon: hay que pasar del gobierno de los hombres, que implicaba la movilización, a la administración de las cosas. Hay, de otro lado, toda la teoría política tradicional del positivismo latinoamericano, donde también había que reemplazar el momento popular de la movilización por la administración. El lema del general Roca era “Paz y Administración”. Y todavía se ve en la bandera brasileña la frase “Orden y Progreso”. De otro lado tenemos democracias populistas, simplemente porque el aparato institucional del Estado es incapaz por sí mismo de absorber las demandas que vienen de las bases. En este momento tenemos lo que hemos llamado sistemas de equivalencia, que implican el momento de la movilización, y que hoy las vemos como democracia nacional popular o populista.

¿Cómo se explica que en América latina la salida del neoliberalismo se haya dado a través de este tipo de gobiernos?

–Creo que en América latina venimos de dos experiencias terribles, una de ellas son las dictaduras militares de los últimos treinta o cuarenta años, y el otro la vigencia del neoliberalismo desde fines de los ‘80 y durante los ‘90. En ambos casos, lo que se trató fue de implantar un modelo que aliaba un poder militar salvaje a proyectos de reorganización drástica de la estructura económica, y los dos se dieron juntos. No se hubiera podido dar la experiencia de los Chicago Boys en Chile sin la dictadura de Pinochet. Y José Alfredo Martínez de Hoz hubiera sido imposible en la Argentina sin la dictadura de Videla. Cuando salimos de esto, por empezar hay una remodelación de los valores democráticos frente al autoritarismo extremo que predominó durante esos años, y por el otro lado hay una percepción de los límites históricos que todas estas teorías de la desregulación habían creado, que llegaron a poner prácticamente al borde del colapso las economías latinoamericanas. Entre neoliberalismo y autoritarismo hay una correlación estrecha en todas estas experiencias. Entonces cuando salimos, son estos dos ejes los que empiezan a modificarse. Por un lado, tenemos que pasar a formas de participación democráticas más amplias. Y por otro, esto exige modelos económicos en que la regulación estatal juegue un rol más importante que en el pasado. Cuando llegamos a la crisis económica actual, esto es más visible. No hay tentativa de supresión de la democracia formal en América latina, pero al mismo tiempo hay percepción de que los modelos económicos van a tener que ser modelos más pragmáticos que combinen las leyes del mercado con la regulación estatal. O sea que estamos volviendo de alguna manera al modelo keynesiano.

En el largo plazo, el desemboque del neoliberalismo parecería reencontrarnos con formas políticas que tuvieron su presencia en otros momentos de la historia de Latinoamérica.

–Hay que ver que liberalismo y democracia no son términos que se impliquen mutuamente. A principios del siglo XIX en Europa, el liberalismo era una forma de Estado absolutamente aceptable. Había existido en Inglaterra desde fines del siglo XVII, y en Francia al menos desde 1830. Por tanto, era una forma respetable de organización estatal. Y, del otro lado, democracia era un término peyorativo, como lo es populismo hoy día. Porque se consideraba que era el gobierno de la turba. Y requirió todo un largo proceso en el siglo XIX de revoluciones y reacciones, para crear una articulación estable entre liberalismo y democracia. Al punto que hoy hablamos de regímenes liberales democráticos como si fueran lo mismo. Ahora, yo creo que esa articulación entre liberalismo y democracia nunca se dio en América latina enteramente. Porque en la segunda mitad del siglo XIX, los Estados oligárquicos adoptan como forma de organización el liberalismo, o sea que son gobiernos formalmente parlamentarios, con división de poderes, etc., pero a la vez eran regímenes que no absorbían en absoluto las demandas de las masas. De modo que cuando estas demandas se expanden y empiezan a presionar a las instituciones políticas, en las primeras tres décadas del siglo XX empieza a expresarse a través de formas nacional populares que son formalmente antiliberales. En general, a través de dictaduras militares de tipo nacionalistas. Las reformas democráticas en Brasil se imponen a través del varguismo y del Estado Novo, que era una formación política formalmente antiliberal. En Chile comienzan bajo el régimen del general Allende, que constituye una dictadura militar que se prolonga después en la llamada República Socialista de Chile, a comienzo de los ‘30. En Bolivia ocurre lo mismo con el MNR (Movimiento Nacional Reformista). Hubiera ocurrido lo mismo en Colombia si hubiera llegado al poder Gaitán, que no lo hizo porque lo asesinaron. Y en la Argentina ocurre lo mismo con el peronismo, que no destruyó las instituciones liberales pero que las sometió a una presión claramente violenta. Entonces esa distancia entre liberalismo y democracia no se elimina en la experiencia histórica de los pueblos latinoamericanos. En los últimos treinta años, como resultado de las dictaduras que golpean igualmente a la tradición liberal democrática y a la tradición nacional popular, comienza a ocurrir una cierta confluencia entre las dos. Ahora esa confluencia adopta la característica de estos regímenes de centroizquierda que tenemos hoy en día en el continente. Que ponen juntas las demandas populares de las bases del sistema que cristalizan lo nacional popular, y al mismo tiempo no ponen en cuestión las instituciones formales de la democracia liberal.


Ecuador

Hay Correa para rato

“Probablemente el régimen de Correa sea el régimen latinoamericano en el que se ha dado un mejor ajuste de estas dos dimensiones, la movilización y la institucionalización. Porque a través de la reforma constitucional están creando un orden institucional nuevo que se basa en la movilización popular. Y al mismo tiempo se está construyendo un Estado de carácter distinto. No hay tensiones allí. La mayoría es tal en Ecuador que yo creo que están construyendo un régimen estable que va a durar mucho tiempo. Siempre hay cierto regionalismo, pero incluso en Guayaquil los sectores anticorreístas han sido marginados.”


Venezuela

El que quiera Patria que venga conmigo

“En el caso de Venezuela, evidentemente el momento nacional populista de la movilización pesa mucho más que el institucional. Y, por otro lado, si uno piensa una situación polar extrema, aparece el régimen de Tabaré Vásquez en Uruguay: allí el momento institucionalista predomina totalmente a expensas del momento de la movilización. Ahora, hay que entender la historia de Venezuela para entender por qué esto se produce así. Venezuela era una sociedad organizada clientelísticamente en la cual había poca forma de canalización de las demandas a nivel del Estado. Y se necesitaba un discurso ruptural que lanzara a masas vírgenes al centro del sistema político. O sea que la condición de una democracia en Venezuela es que el polo populista de esta ecuación que estamos definiendo va necesariamente a predominar sobre el polo institucionalista. Si predominara este último tendríamos que el viejo sistema, la vieja partidocracia, se habría puesto nuevamente. O sea que el momento popular de ruptura en la sociedad venezolana va necesariamente a predominar.”


Perú y Colombia

Al fondo a la derecha

“En el caso de Perú evidentemente se dio esa oposición entre (Ollanta) Humala y Alan García. García fue votado por la derecha simplemente porque querían evitar por todos los medios el triunfo de Humala. Lo lograron por un muy estrecho margen, pero allí también la derecha tradicional está muy desarticulada y no consiguen constituir un frente político sólido. En el caso de Colombia, ahí lo que aparece es un populismo de derecha ligado a un régimen oligárquico que penetra todos los aspectos del gobierno más conservador de América latina. Las interpelaciones contra la guerrilla le dan un tipo de apelativo popular a la gestión de Uribe.”


Argentina

Qué te pasha

“Creo que en 2001 se da aquí una movilización de tipo nuevo como resultado de la crisis. Sectores que estaban excluidos del espacio público, obreros que ocupan fábricas, desocupados en las rutas, todo ese tipo de mundo de las movilizaciones locales empieza a expandir horizontalmente lo que llamamos nosotros la cadena de equivalencia. Esa protesta social, sin embargo, no se proyecta en una transformación del sistema político. Lo que se decía es que se vayan todos, y eso está bien en un sentido porque excluye la clase política como un todo, pero del otro lado cercena la posibilidad de participación de ese nuevo movimiento de protestas en el sistema político como tal. Cuando este tipo de fenómeno ocurre, la unidad parece dividida entre un sistema político que ha dejado de representar las demandas de la población y demandas sociales que no encuentran expresión política. Ahora se llega a las elecciones de 2003 con una escasísima participación ciudadana en las selecciones, nadie creía mucho que podía haber un proceso de cambio. Yo mismo en 2003 no tenía la menor idea de quién era Kirchner. Para mí era un fenómeno de aparato creado por el duhaldismo, y la sorpresa vino después. Las cosas salieron bien porque el elegido fue Kirchner, ¿te imaginás si hubiera sido De la Sota o Reutemann? Todo lo que ocurrió después hubiera sido completamente diferente. Entonces Kirchner tuvo la suficiente visión como para tratar no de limitar la expansión de la protesta popular sino de canalizarla a través del Estado, de modo que la dimensión horizontal de la protesta y la tensión vertical de la política encontraron puntos de articulación y confluencias. Toda la primera etapa del kirchnerismo fue una etapa de una serie de transformaciones. Un plan de transformación social, que nadie hubiera pensado que era posible en la Argentina, empieza a lanzarse. Y ese proceso llega más o menos hasta el año pasado. Todavía yo diría que las medidas que está tomando el gobierno son muy radicales: la modificación del régimen jubilatorio, la nacionalización de las empresas aéreas, la reforma del sistema de medios, el intento de implantar las retenciones agrarias. Todo eso es un programa de cambios radicales. Pero eso dio lugar a que la derecha empezara a reorganizarse con un proyecto hegemónico alternativo. La situación actual es un poco más complicada porque para mí el kirchnerismo se ha lanzado demasiado a la interna del PJ y todo ese momento de protesta radical de alguna manera ha sido un tanto descuidado. De la transversalidad se habla muy poco hoy en día, entonces no sabemos muy bien qué va a ocurrir. Pero tengo esperanzas de que finalmente se consiga el equilibrio entre estas dos dimensiones.”


Bolivia

Tihuanuku,Wipala y Jefazo

“En el caso de Bolivia se da una situación similar al venezolano con una variante. Con Evo Morales, se da la incorporación de masas vírgenes que jamás habían participado del sistema político, que tienen ahora acceso a la esfera pública. O sea que también hay un momento de ruptura populista. Lo que pasa es que en el caso de Evo Morales esto se complica con una división regional, donde hay fuerzas del statu quo que resisten, y esto complica necesariamente el panorama. Pero los sectores centrales, que son los sectores andinos, es donde se da el momento más claro de ruptura. El sector indigenista, las masas estaban totalmente excluidas del poder político. Y ahora son incorporadas a ese poder político. O sea que el momento de ruptura, porque no había formas institucionales tradicionales de absorción de la demanda de estos actores, pesa enormemente.”


Chile y Uruguay

Los que no rompieron

“De otro lado tenemos el otro modelo latinoamericano, que es el modelo institucionalista puro. El caso más típico es el de Uruguay, en menor medida el caso chileno. En estos casos, lo que se da es el predominio del institucionalismo. Por ejemplo, si en otras democracias latinoamericanas la ruptura con el pasado ha sido un momento fundamental, en estos regímenes, por ejemplo en el chileno, de lo que se habla es de la ‘reconciliación nacional’. Tardaron mucho tiempo en romper con el pasado dictatorial de Pinochet, lo mismo que en el caso de Uruguay. En el caso argentino, esta ruptura radical con el pasado fue uno de los primeros logros del gobierno de Kirchner.”

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