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Domingo, 7 de junio de 2009

FAN > UNA ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA: MARISA RUBIO Y EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES, DE VELASQUEZ

Hay algo en tu nariz que escondes muy bien

 Por Marisa Rubio

Buscando imágenes de Condes me encontré con la del Conde-Duque de Olivares.

Empecé por guardarla entre otras que iba encontrando. Después, para tenerla más a la vista, la imprimí. Más adelante volví a imprimirla por partes hasta llevar al personaje a escala real y armar un mural. Conviví con el Conde-Duque casi un año. Todavía no sé si su compañía me gusta o no, pero su presencia constante, cargada de esa fija insistencia, terminó por descomponer algo dentro de mi percepción cotidiana.

Así es como el Conde-Duque de Olivares pasó a formar parte de una pequeña colección de personajes o situaciones que me causaron una impresión parecida: las escenas de los mafiosos en Ghost Dog de Jim Jarmush o en general la película Songs from the Second Floor de Roy Andersson, o el estatismo del rubio de Fargo de los hermanos Coen y los personajes como la señora de La gran comilona de Marco Ferreri, Franco Rojas, Severino Díaz, Luciano Quinteros, Divine, Osvaldo Stagnaro, Javier Cámara, el Sr. T., etc.

La imagen del Conde-Duque la encontré en un blog donde no se decía nada sobre quién había sido su autor, por lo que decidí emprender una ardua investigación hasta dar con el que, seguramente, sería responsable de una exquisita fauna de personajes asombrosos.

La investigación no duró mucho: Velásquez. Así que decidí seguir investigando al Conde-Duque. Descubrí, entre otras cosas, que Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde-Duque de Olivares, fue merecedor de cierta admiración por los acontecimientos resultantes del desarrollo de varios aspectos de su personalidad como valido del rey Felipe IV, lo que lo llevó a ser retratado innumerables veces.

Pero tampoco era eso lo que estaba buscando, así que volví a la imagen. En el mural fragmentado del retrato de Velásquez del Conde-Duque, Gaspar de Guzmán y Pimentel, un miembro de la nobleza, uno de los más destacados mecenas del momento y una de las figuras más allegadas al rey, aparece con el rostro ligeramente ladeado hacia la derecha, en una pose de tres cuartos que le permite disimular las dimensiones reales de la nariz, sonreír y al mismo tiempo ofrecer esa mirada que, concentrada en el ojo menos visible pero más convincente, despliega su terrible y asombrosa existencia.

Lo que me impresiona es el lugar que se me da para ver lo que en realidad no está ahí precisamente. Esa atmósfera que, una vez conocida, termina por teñir mi visión de las cosas de todos los días, transformándolas en escenas que a pesar de que se desplieguen con naturalidad no dejan de resultarme imposibles. Me pregunté entonces: ¿cómo es posible que me guste algo tan feo? Me imagino que este hombre fue retratado de manera que su tan poca solemnidad no estorbase a su honorable figura dentro del reino, lo que no debió ser una tarea fácil. De todos modos tampoco debe haber distado de la realidad lo que hoy vemos en el retrato. Si nos detenemos y observamos con cuidado, podemos ver que se trata de un personaje sugestivo, por demás expresivo, en el preciso momento en el que queda suspendido en una postura que abarca gran parte de sus posibilidades gestuales. El contraste entre los pequeños ojos a la vez cansados y voluptuosos, la sonrisa que dibuja una curva perfecta paralela a la gran nariz que concentra a tal punto su personalidad que termina siendo la figura central del retrato, la que descansa sobre un rostro mullido, disimulado con unos espesos bigotes y una barba que va oscureciéndose hasta fundirse con el gran cuerpo que abarca toda la parte inferior del cuadro, desde la que asoman unas solapas blandas que sostienen como si fueran una bandeja la majestuosa cabeza del Conde-Duque de Olivares. Entonces me pregunto: ¿Cómo algo tan hermoso podría no gustarme?

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Retrato del Conde-Duque de Olivares Diego Velásquez, 1635 Oleo sobre madera, 67 x 54.4 cm Hermitage, St. Petersburg
 
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