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Domingo, 15 de noviembre de 2009

CINE 1 > LOS AMANTES, LA úLTIMA PELíCULA DE JOAQUIN PHOENIX

El último papel

Joaquin Phoenix ya anunció que deja la actuación... y que lo hace por el rap. Para muchos, enloqueció: canta horrible, se viste de rabino y no se saca los anteojos oscuros. Pero antes de todo eso, filmó una última película: Two Lovers, de James Gray. Y –misteriosamente o no– tal vez sea el modo más apropiado de despedirlo.

 Por Mercedes Halfon

Two Lovers parece ser la última película en que veremos actuar a Joaquin Phoenix. No es poco el interés que despierta el dato. No será Batman, The Dark Knight, con Heath Ledger irremediablemente muerto, pero es algo que entristece: ya no veremos su expresión torva y su labio raro, encarnando toda clase de muchachitos torturados. Esta vez puede que Joaquin haya enloquecido del todo, y no sea sólo una broma el dixit que produjo en el pico de su carrera: “Dejo todo por el rap”. Desde hace más o menos un año Joaquin Phoenix comenzó a vestirse como un judío ortodoxo y a no sacarse los anteojos negros ni a sol ni a sombra. Además de eso y hasta ahora, no volvió a actuar en ningún otro film (ni corto ni largo) y el proyecto musical sigue en pie (hay videos en YouTube que testifican). No es tan mala la idea teniendo en cuenta que el mejor papel que hizo en su vida fue, precisamente, el de un cantante, Johnny Cash.

Pero antes de dejar los hábitos Phoenix hizo (¿premonición?) este film de James Gray donde es Leonard, un chico que se recupera de una grave depresión. La película empieza con él caminando por una costa de Brooklyn donde el cielo de las seis de la tarde tiene el mismo color que el agua en la que se sumerge tirándose desde un puente, completamente vestido. Debe ser la vez número mil que intenta suicidarse, pero una vez que toca fondo algo lo obliga a salir a la superficie. Y sale. En esos días va a cambiar todo porque va a conocer no a una sino a dos chicas. Two Lovers. La bipolaridad –eso es lo que dicen que tiene, por eso se recupera en casa de sus padres– va a mutar ahora y estará representada en estas dos: la rubia y la morocha, dos modelos de mujer, de pareja, entre los que tiene que optar.

Pero a la vez pareciera que no hay mucho que decidir, sino que la decisión está tomada de antemano y lo único que Leonard o cualquiera podría hacer, es intentar detener eso, el destino que avanza como un tren al que hay que intentar detener con un dedo índice, aunque ese acto, sabemos, termine en una catástrofe. Su familia judía –madre Isabella Rossellini, padre Moni Monoshov– está a punto de vender su negocio, y ese comprador tiene una hija, Sandra (Vanessa Shaw). Ella es hermosa, dulce y judía. Pero el mismo día en que llega a su vida esa oportunidad irrechazable, Leonard se cruza con Michelle (Gwyneth Paltrow), una vecina que ve por su ventana y que es casi la antítesis de Sandra: no es judía, no es dulce y es imposible. Hacia ella apuntará todos sus disparos entonces, huyendo de su destino de tren.

La película tiene un marcado punto de vista masculino: las chicas aparecen delineadas en grueso; Michelle, como la típica enamorada del hombre mayor, rico y casado (que nunca va a separarse); Sandra, como esa mujer algo insulsa a la que sus genes dictan pensar en una casa, un marido a quien cuidar como un niño, hasta la llegada de los niños. La mirada masculina se vuelve melancólica en pantalla, los paisajes son nublados y hace frío. Leonard carga a cuestas un fracaso sentimental que sucedió antes del comienzo de esta historia, y las imágenes se tiñen de esa desesperación. Pero en este nuevo amor, Michelle ve una tabla, un sentido que puede alinear de una forma nueva todo lo anterior. Tenga su amor o no, ella le permite viajar con la mente, esconderse en su cuarto de adolescente crecido y mirar por la ventana una casa que podría ser la suya.

Two Lovers está plagada de escenas donde las imágenes se desdoblan: Leonard se acuesta con Sandra, pero mira por la ventana la luz apagada del cuarto de Michelle. Leonard le grita a Michelle: “¡Yo te entiendo!”, y escucha de Sandra esa misma declaración. Para ser la última película de alguien, la tristeza del tono es bastante acertada. Al margen de ciertos parcos pasos de comedia de Joaquin, el film no tiene nada de festivo. Hay un tono opresivo hasta en sus colores, como si nunca saliéramos de esa casa familiar sobreprotectora, hiperdecorada y añeja. El final es casi tan triste como el principio: tal vez no era posible otra forma de despedir de la pantalla a Joaquin Phoenix.

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