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Domingo, 9 de febrero de 2003

Cada día cuenta mejor

Música. Si creían que Nick Cave había entrado definitivamente en el camino de la madurez solemne, su último disco, Nocturama, lo vuelve a poner en la senda del gran contador de historias sentimentales al límite. Nick Cave y los Bad Seeds revelan el secreto de cómo ser punks a los 40 y hacer lo de siempre, pero mejor.

POR MARIANA ENRIQUEZ
Hasta hace poco, Nick Cave parecía creer que madurar iba de la mano con aquietarse y escribir canciones minimalistas, sobrias, al piano. The Boatman’s Call y No More Shall We Part, sus dos últimos discos, eran dolorosamente autorreferenciales, solemnes, preocupados por la elegancia y la mesura. Eran discos excelentes de un hombre de cuarenta años que había dejado atrás sus días de poeta punk sucio de sangre y atiborrado de heroína. Pero ahora, ante Nocturama, su nuevo álbum que acaba de editarse, aquellos discos parecen fruto de la inseguridad: como si entonces Cave hubiera tenido que demostrar(se) que era un compositor serio, aplicado y adulto, que controlaba las tempestades y tenía a su banda, los Bad Seeds, en silencio, ofreciendo detalles casuales. Con Nocturama, Nick Cave tiró la solemnidad por la borda, como si hubiera comprendido que madurar es trabajar en serio, pero sin tomarse demasiado en serio y al mismo tiempo evitar caer en la parodia. Y permitirse algún recreo. Lograr ese equilibrio es la módica ambición de Nocturama, que se grabó en sólo siete días en un estudio de Melbourne, aunque las canciones fueron construidas en los estructurados tiempos de Cave, que escribe de lunes a viernes, de ocho de la mañana a cinco de la tarde, como un oficinista. Metódico en su trabajo y feroz en su arte, Cave logró un disco que suena tan despreocupado como riguroso, combinando frenesí y calma, con la inquietud domada por un compositor genial que sabe cuándo hacer callar a la estruendosa tripulación. El título da una pista: un “nocturama” es un bestiario oscurecido artificialmente para animales nocturnos, a los que se engaña para que los visitantes del zoológico puedan verlos en acción en pleno día. Y Nocturama es eso: el trabajo de un artesano en el juego del disfraz y la combinación de la noche con el día.
Así, la melodía siniestra en un piano pesado que acompaña “Wonderful Life” contradice la afirmación de que la vida pueda ser tan maravillosa. En “He Wants you”, con su estribillo glorioso/gozoso, Cave perfecciona su ambición de mezclar el lenguaje del Nuevo Testamento con el deseo sexual: “Él surca la oscuridad en su bote/ encadenado al remo y a la noche, y al viento que sopla horrendo sobre sus oídos/ Se remonta bajo el puente, dentro de tus sueños/ Cuando estás acostada, sola, en ese sueño inconsciente que has estado soñando desde hace años/ Y él te desea, te desea/ Es sincero y es verdadero/ Se moverá bajo los riscos y las estrellas/ Hasta tu pelo enredado y en lo profundo del mar/ Y te despertarás y caminarás y conducirás a los ciegos/ Y sentirás una presencia detrás/ te darás vuelta para descubrir que soy yo”. “Right Out of your Hand” es una canción de amor, con violines trágicos, y su tema es la entrega, la de un hombre/león que come nieve de la palma de la mano de una chica. “Bring it On” (el primer tema en el que los Bad Seeds muestran los dientes) rescata del olvido para un dúo al héroe punk, Chris Bailey, líder de The Saints, una banda australiana que tenía asistencia perfecta del Cave adolescente en sus shows. La recuperación de jóvenes salvajes se completa con el productor de Nocturama, Nick Launay, que trabajó con The Birthday Party, la banda de punk psicótico que lideraba Cave en los ochenta.
Por supuesto, Nick Cave sigue eligiendo temas macabros. Éste es el vampiro negro que en sus canciones mató más mujeres que Eminem. Pero como el compositor sofisticado que es, elige sus matices. Lo macabro puede ser dulce, como en “Still in Love”. Policías forenses visitan la casa de una mujer algo indiferente que les prepara café y se niega a descansar un rato. ¿Es la viuda de un suicida? ¿Es la asesina? Cave no lo devela, pero le habla a la mujer desde la tumba: “Escondé tus ojos, tus lágrimas, tu rostro, mi amor/ Tus moños, tus lazos, tus coloridos guantes de algodón/ Tus chucherías, tus tesoros, tus rizos prolijamente cortados/ Tus recuerdos, escondé todo dentro de una caja de cartón/ O tiralo a la calle, al viento y la lluvia y la nieve/ Podés pensar que estoy loco, perotodavía te amo”. Lo macabro puede ser una pesadilla de humor negro. En “Dead Man in my Bed” hay otra mujer, pero está desesperada ante la apatía de su compañero. “Se levantó de la silla y gritó: ‘¡Alguien aquí no está prestando atención! Hay un hombre muerto en mi cama’, dijo, y no estoy hablando metafóricamente/ Tiene los ojos abiertos, pero no puede ver/ Ahora ella está en la cocina, haciendo ruido con sus ollas y sartenes/ ‘Le cocinaría algo rico’, dijo, pero no quiere lavarse las manos/ Solía ser tan bueno conmigo, pero ahora huele tan mal/ Hay un hombre muerto en mi cama/ Lo toco una y otra vez con un palito/ pero su piel está tan gruesa.” La primera es una canción que crece alrededor de un piano y un violín, con la voz de Cave al borde de la emoción. La segunda es puro ruido, con la banda tocando endemoniada y Cave gruñendo como el demonio mayor.
Hacía mucho tiempo que los Bad Seeds no daban tanto miedo. Quizá Nick Cave necesitó estar solo con sus fantasmas en sus discos anteriores para poder reencontrarse con su banda. Y los Bad Seeds parecen encantados de volver al ruedo. Ahí están los dieciséis minutos desquiciantes de “Babe I’m On Fire” para demostrarlo, una enumeración de personajes que arden, desde miembros de Ku Klux Klan hasta bestias en concursos de belleza, donde Cave se atreve a hacer rimar “referí ciego” (“blind referee”) con “amputado desafortunado” (“unlucky amputee”). Es la última canción, y los músicos de mediana edad tocan como si estuvieran en un flashback de todas las anfetaminas que consumieron en sus años mozos.
Y si hay mucho de Bad Seeds, hay menos del Nick Cave “real”. Parece decir que ya basta, que no desmenuzará más sus relaciones sentimentales ni sus conflictos existenciales (“A veces, nuestros secretos es todo lo que tenemos”, murmura en “Wonderful Life”) y que se zambulle otra vez en la ficción. ¿Que siempre cuenta las mismas historias? Cierto. Pero cada día las cuenta mejor, y pocos están a su altura. En vez de sentarse en el trono y hacer de taquito otro disco más, Cave humilla logrando lo más difícil. Parece que todo le sale tan fácil, pero sus canciones son tan espontáneas y exuberantes como orquídeas de invernadero.

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