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Domingo, 9 de marzo de 2003

CRóNICAS

La fiesta vigilada

Fue un carnaval distinto. Río de Janeiro ardió: hubo multitudes, desfiles sin fin, euforia, máscaras, alcohol y las clásicas licencias lascivas que autoriza el Rey Momo. Pero Lula ya había empezado a ajustar, y las amenazas del comando narco liderado por Fernandinho Veira Mar obligaron a monitorear el delirio con las armas del ejército. Relato de un frenesí custodiado.

Por Abel Gilbert

Alegorías de cartón piedra machucadas. Carrozas y estatuas a la vera del camino. Retazos de trajes, de pelucas imperiales, de una bota. La mitad de una careta (su risa trunca). Basura. Olor a birra y meo: el perfume de una ciudad en maravillosa decadencia. Hay un momento, al final de carnaval, en el que Rio exhibe todo su desarreglo, el caos de un paisaje después de la batalla. Ceniza de los miércoles: los restos de un big bang efímero, de una intervención de masas que no prescinde del protocolo bélico para hablar de sí misma.
–Mientras el mundo se prepara para una guerra de codicia en la que va a predominar la muerte, aquí, en Brasil, estamos al borde de una guerra de la alegría —dijo Joazinho Trinta, el más célebre de los “carnavalescos” (como se llama a los régies de las escolas de samba), apenas comenzó la fiesta. Y para no ser menos, Golden Cross, la operadora del Plan de Salud Oficial del Carnaval, ofreció a los que poblaron el Sambódromo un “kit de sobrevivencia”: antiácidos, analgésicos y una camisinha.
En un principio no es el verbo hecho carne ni la guerra. En un principio es la grasa. Y mucha. El Rey Momo recibe solemnemente las llaves de la ciudad y Rio se somete al peso de su autoridad. El arquitecto Alex de Oliveira pesa 135 kilogramos. Bisturí mediante, perdió noventa kilos en los últimos dos años.
–Y esto no es nada: quiero seguir bajando –anunció desafiante.
–¿No ven lo que está sucediendo? Hasta el Rey Momo se hace una cirugía -escuchó decir.
Y él, bailando samba en cámara lenta:
–A mí no me eligieron por ser el más pesado: hay que tener simpatía y carisma.
El alcalde de Río, César Maia, lo tiene en la mira y no deja de pensar en voz alta en destronarlo. Quiere una figura más estilizada. Se dice que hasta pensó en ungir a un gay para los fastos del 2004. Total, quién puede hablar de moralidad pública a estas alturas del baile.

1 Con el desfile en el sambódromo diseñado por Oscar Niemeyer –un modernista puro al servicio del pastiche de estilos–, el carnaval alcanza su punto máximo. El retumbar mántrico de centenares de tambores te estruja el estómago. Unos 40 mil figurantes y bailarines componen las catorce escolas principales. Setenta mil espectadores los aplauden o vivan en las tribunas y camarotes vip. En cada gesto dejan la marca de su pertenencia social. El samba enredo es el libreto de la historia cinética que componen sobre el espacio las escolas. Algunos la ven como una suerte de ópera barroca. La escola es otro acto de canibalismo cultural donde se cruza lo alto y lo bajo, lo banal y lo trascendente, el lujo hollywoodense y el compromiso político.
Bella Flor, la ganadora del carnaval, se “lulizó” para ponerse en sintonía con el momento de esperanza que vive Brasil.
–Queremos protestar contra las desigualdades, sensibilizar a las personas –dijeron sus directores.
–Paren con esa ganancia porque la tolerancia se puede acabar –bramó en la pasarela Luiz Antonio Feliciano Marcondes, su principal cantante.
Los de Bella Flor no tuvieron remordimientos y fueron hasta la “casa” donde “viven” los participantes de Big Brother, les recordaron que el carnaval también existe para ellos y, al salir, hablaron de su participación en el programa “Hambre Cero” lanzado por el gobierno para atacar las causas de la desnutrición que afecta a millones de personas. Sobre las carrozas hubo toda clase de alusiones a los sufrimientos nacionales. Una de las alas, “El Paraíso Celestial”, incluyó una cascada; el segundo carro, “El Apocalipsis”, un monstruo de unos cinco metros. En “El Brasil de hoy”, el Cristo fue finalmente desarmado para evitarmalentendidos. Y hubo también un estricto apego naturalista. Mendigos bañándose en una fuente. Y automovilistas a punto de ser asaltados en
los semáforos.
Sin embargo, Bella Flor eligió un final feliz para su historia. En “El gran banquete del pueblo”, la despampanante mulata Sonia Capeta bailó en cueros delante de un Lula enorme de cartón piedra y con los brazos en alto. Lula el nordestino, el tornero mecánico que en su iniciación política pierde el dedo meñique, el hombre que construye el partido de izquierda más importante de Occidente y gana las elecciones, el presidente que –según la definición de Gilberto Gil– debe, con un dedo menos en la mano derecha, luchar “contra los múltiples tentáculos del mercado”.
Pulularon por las calles las caretas de plástico con su cara. Años atrás, el fabricante –el catalán Armando Valles Castañé– solía diseñarlas con el pelo oscuro y la mirada crispada, a tono con las posiciones más duras, de “clase contra clase”, que Lula asumía entonces. La nueva máscara es distinta. Ya no muestra los dientes: Lula está contento, como las 15 mil personas que compraron las caretas. ¿Qué les causa tanta gracia?, debió preguntarse el modelo al ver sus réplicas en el mismo momento en que siente los primeros rigores de la gobernabilidad, se ve obligado a ir contra sus principios y adopta medidas coyunturales recesivas –el aumento de las tasas de interés– para contener la inflación. “Me levanto agobiado”, le dijo el presidente a unos diputados del PT.
Allí va la carroza de Bella Flor, avanzando milimétricamente por la pasarela, empujada “desde abajo”, y su “lentitud” también habla de cómo es el tránsito de la “cultura de la pobreza” a la “cultura de la transformación” que encarna Lula en un escenario de tan brutales complejidades.

2 Durante el carnaval el país se detiene y acepta gustoso el recambio de “instituciones”. Pero la discusión prosigue entre serpentinas. Vestido con una remera amarillo patito con la leyenda Carnaval 2003, el ministro de la casa civil y número dos del gobierno, José Dirceu, pidió a los dirigentes que eviten excesos y actuaciones impresentables como la que a mediados de los ‘90 protagonizó el presidente Itamar Franco, que se lanzó cual baboso sobre una mulata. José Genoino, ex guerrillero y actual presidente del PT, desfiló en San Pablo al frente de una escola y salió airoso de las terribles tentaciones que lo circundaban. Marta Suplicy, prefecta de San Pablo, lo vio desde “arriba”, desde su camarote. Heloisa Elena, la senadora petista que corre por izquierda al ministro de Hacienda y ex trotskista Antonio Palocci, fue al carnaval de Olinda, uno de los más antiguos y populares del país, y decidió fundirse “con la gente común, ser una más”. Elena aprovechó para lanzar nuevas invectivas contra el presidente del Banco Central y ex número uno del Boston Bank, Henrique Mireilles, a quien considera un topo neoliberal. “Pobre Mireilles”, dicen a su alrededor: se fracturó dos dedos de un pie en Davos y se quedó sincarnaval. Justo él que, según la revista Carta Capital, es un experto bailarín de samba que no escatima tiempo para tomar clases particulares.
El carnaval como deseo de otra vida. Las máscaras permiten que el cuerpo trascienda su papel rutinario de hombres, padres, trabajadores, desocupados, favelados, amas de casa. No hay envejecimiento bajo semejante anonimato. Pero algunas se lo toman demasiado al pie de la letra: las prótesis mamarias y de nalgas se agotaron después de aumentar su precio entre un 20 y 40 por ciento.
–Pero ¿cómo que no hay más? ¿Y ahora qué hago? –se quejaba una cuarentona en vísperas del desborde en la Rua Vizconde de Pirajá al 300, frente a las puertas del consultorio del doctor Carneiro. Llevaba en sus manos el último número de Plástica, en cuya portada la blonda Joana Prado exhibía sus nuevas y enormes tetas bajo la leyenda de Adelgazó nueve kilos. La despechada señora tenía el ejemplar de Plástica, pero bien pudo haber tenido uno de Boa forma, o Estilo, o Dieta ya! –un título que evoca la consigna antidictatorial Directas ya–, o Corpo, o Pence leve, o La dieta de los artistas, o Cuerpo y estilo y sus “recetas para mantenerse llenas de curvas”, o Sport y vida, o Body building, o Feliz con su cuerpo, o Calorías, o Generación salud...
Los “sueños quirúrgicos” y la compulsión a la belleza absoluta son el reverso obsceno de la exclusión que deja marcas indelebles en el cuerpo. Una encuesta de principios de los ‘90 –citada por Joseph Page en su libro Brasil, el gigante dormido– reveló que el 67 por ciento de los brasileños mayores de 18 años no tenía dentadura. Rivaldo suele recordar que era uno de ellos.

3 El carnaval es en realidad un interminable juego de cajas chinas. Está primero el del sambódromo, con su exuberancia por momentos irritante. “Si yo elijo un enredo sobre la pobreza, nadie va a participar. Esta gente es pobre todo el año, ¿por qué van a querer disfrazarse de miserables? A los pobres les gusta el lujo. Los intelectuales son los que aman la pobreza”, se despachó en 1987 Trinta, que todavía aparece citado. Todos los años, dos escolas descienden de categoría y otras tantas ascienden. A su vez, un tercer grupo de escolas desfila en el viejo centro. A medida que se aleja del certamen, el impacto visual decrece hasta lo irrisorio.
–Pero ése no es el verdadero carnaval –alertan algunos.
El carnaval “verdadero” sería el que se vive en las calles, donde decenas de blocos –comparsas barriales– ocupan la ciudad con sus tambores, sus acurrucamientos, su olor a alcohol y transpiración, su llamado a la aventura. Y además están los bailes, en centenares de clubes.En el Copacabana Palace, el jet-set carioca se disfraza al estilo de las mascaradas venecianas. En las favelas y sus alrededores sucede casi lo mismo que en el Gran Buenos Aires, mientras los gays del mundo vienen a Rio a vivir su propia bacanal romana. Pero ya no están las “Noches de Bagdad” que solían celebrarse en el Monte Líbano; nada más inapropiado que ese ritual chic en medio del pavor que provoca la guerra de Estados Unidos contra Irak y la sensación extendida de inminente Apocalipsis planetario.
Por otra parte, el carnaval-espectáculo tiene una estrecha relación con el universo ilegal. Poner en marcha una samba enredo cuesta unos dos millones de dólares. Ni el municipio, el aporte de las empresas o el dinero que entra por derechos de transmisión televisiva y ventas de discos alcanzan para cubrir los gastos. Las cosas funcionan, en buena medida, gracias al aporte de los “banqueros” del juego del bicho, la lotería clandestina de las favelas. El de los bicheiros es un mecenazgo peculiar: a cambio sólo reciben prestigio social, una visibilidad aceptada. En otras palabras: no hay forma de entretenimiento que no tenga su soporte mafioso. Se asegura, sin embargo, que los bicheiros están en decadencia, pero nadie aclara si hay alguien que los reemplace en el tráfico de favores.

4 –¡A cerrar todo! –ordenó el comando. Una de las variedades del antiguo carnaval portugués, el entrudo, contemplaba una farsa de combate entre aldeas que culminaba en una gran fiesta. Pero ya no son días de simulacro: Río tuvo que ser militarizada ante el acecho “real” del narcotráfico que se parapeta en las favelas y que obligó a custodiar las carrozas con motociclistas, “disfrazando” a policías con ropa civil en las tribunas del sambódromo para prevenir desastres. Antes y durante el carnaval hubo de todo: ómnibus quemados, saqueos, comercios cerrados, más de 70 muertos. El Comando Vermelho (CV) hizo otra demostración de su poder. Fernandinho Veira Mar, su enigmático líder, fue sacado de una prisión del Estado y llevado a una cárcel de máxima seguridad en San Pablo. Fernandinho es considerado uno de los traficantes de armas y drogas más poderoso de América latina. El CV –se dice– controla el 80 por ciento de las favelas. El temor a que baje sediento del morro paraliza a más de un carioca.
En septiembre, diecinueve arquitectos participaron de un proyecto llamado “Pensar la ciudad”. Las distopías urbanas expuestas incluyeron, además de la alteración de las jerarquías –el sur rico pasaba a estar en el norte pobre–, la sigla del Comando Vermelho en lugar de la de McDonald’s. Algunos creen, sin embargo, que la demonización absoluta de Fernandinho impide que se hable de los que están por encima de él, los que realmente manejan parte del Poder Judicial y la policía, viven en lujosos edificios y no dejan de pavonearse en los camarotes selectos del sambódromo.
Un editorial del Jornal do Brasil pidió una enérgica política de “criminalidad cero”.
–Nuestro bloco está en la calle. Si alguien tiene que morir en un conflicto armado, que muera –respondió el secretario de Seguridad Pública Josías Quintal. En una de ésas, el aire del carnaval lo llevó a dotar a las comparsas de un poder de fuego hasta el momento desconocido.

5 –Los culos son corazones al revés –le dice un francés a una mulata al costado de la piscina de un lujoso hotel de Copacabana.
Aquí los cronistas sociales no se cansan de decir que el éxito del carnaval está garantizado porque las mujeres superan en número a los hombres. Que no hay mujer sin carnaval ni carnaval sin mujeres: virgen, madre, puta, mujer centro, objeto.
El Jornal do Brasil anuncia eufórico: “Ha surgido una nueva generación de musas”. Todas en bolas. Hubo un tiempo en que la liberación de los vestuarios coincidió con el fin de las restricciones políticas. Hoy, el escándalo sería la vuelta al recato: una exhibición regulada de las imágenes. En algo el francés tenía razón: el carnaval es un ditirámbico ensayo sobre el culo. Mulata, india, blanca, italiana, alemana, japonesa, la nalga ecuménica atrae al voyeur. Esto es ojo contra ojo. O Globo, Bandeirantes, SBT y otros medios no paran de elaborar cada uno su propio ranking carnal y van de culo en culo en busca del más perfecto. La bunda –o bumbum– es una obsesión especial, un objeto de culto que busca sus propias genealogías. Hace 20 años, una tal Gretchen fue coronada reina del bumbum. Dos décadas más tarde, su hija perpetúa la dinastía. “Thammy Gretchen. ¿No es la cara de la madre?”, anunció la revista Sexy al presentarla.
6 El 80 por ciento de los integrantes de las escolas viven en las favelas. Por unos días, la gente “del asfalto” los hace sentir que son “como ellos”.
–¿Una tregua social?
–Sí, la chica de Leblon baila con un enano de Mangueira sin entrar en pánico.
De ahí la idea de que el carnaval es un momento de disolución de las normativas. Para Da Matta, las regulaciones se debilitan y se desencadenan las individualidades. La propia realización del carnaval, dice, es un paso en la construcción de un espacio libertario. La socióloga María Isaura Pereira de Queiroz, autora de Carnaval brasileiro, el vivido y el mito, no se hace muchas ilusiones al respecto. Sus estudios la llevaron a concluir que los comportamientos de los que participan del carnaval están regidos por los mismos valores. “La efervescencia no anula ninguna configuración, ningún preconcepto”. Y agrega: “No hay que olvidar que durante el carnaval, las camadas superiores de la sociedad carioca, en lo alto de los camarotes reservados donde se reúnen para aplaudir con entusiasmo el desfile, siguen afirmando su posición socioeconómica”. La propia disciplina del desfile, bajo la estricta vigilancia de las cámaras ocultas, es una prueba más de la hegemonía.

7 Hambre cero. Criminalidad cero. Grasa cero.
En la radio, los Tribalistas –la hermosa Marisa Monte, Arnaldo Antunes y Carlinhos Brown– repiten hasta el cansancio que hoy “es día de gloria” porque “nuestra escola va a desfilar y hacer historia”.
Entrar en los anales y vivir para contarlo.
El carnaval es un tiempo cíclico. Cuando termina hay que empezar a prepararse para el año que viene. Vivir en carnaval cansa. Pero hay algo peor: su ausencia, su simple inventario, la foto ajada por el dedo. La nostalgia de no haberlo vivido nunca.

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