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Domingo, 26 de diciembre de 2010

DVD > NURSE JACKIE: LA SEñORA SOPRANO SE HIZO ENFERMERA

Santo remedio

Después de la imagen de cuerpos médicos con estampa de Adonis y cráneos brillantes que dejaron quince años de ER, la sorprendente Edie Falco decidió hacer por el mundo de la salud lo mismo que había ayudado a hacer por la mafia con Los Soprano: mostrarla al desnudo, para volverla miserable y querible al mismo tiempo. Adicta, infiel y cínica, su enfermera en Nurse Jackie se volvió atrapante desde el primer capítulo.

 Por Mariano Kairuz

A mediados del año pasado, la Asociación de Enfermeras del estado de Nueva York lanzó una protesta pública contra una nueva serie del cable norteamericano porque su protagonista, decían, mancillaba la imagen de su profesión. Para empezar, hay que decir que este tipo de quejas suele ser una gran promoción para los productos de la ficción televisiva y cinematográfica, o al menos dan ganas de asomarse a un relato capaz de provocar reacciones airadas como ésta. Es cierto que la enfermera Jackie Peyton puede ponerse un poco áspera e irritable, que lo primero que hace al entrar al trabajo cada día es esconder su alianza de matrimonio, que tiene encuentros sexuales al mediodía con el farmacéutico del hospital, quien es además su proveedor libre de pastillas legales, y que para atravesar las amarguras y tensiones de su jornada laboral debe munirse de –además de su defensa química: Oxycontin, Vicodin, Percocet– cierto nivel de cinismo. Y también es cierto que, cada tanto, viola el Código de Etica de su profesión, pero en general lo hace en nombre de su propia moral personal. Como cuando, en uno de los primeros episodios, tira por el inodoro la oreja de un paciente. La oreja que una mujer le arrancó al hombre por llenarla de golpes y cortes en el cuerpo.

Pero, dicen sus creadoras, las guionistas Lix Brixius y Linda Wallem, éste es tan sólo el retrato de una enfermera, no de todas las enfermeras del mundo, y ni siquiera de todas las de Nueva York. Por otro lado, la protagonista de Nurse Jackie debe ser el único personaje capaz de ganarse a su público, a pesar de todos sus “problemas”, antes de terminar los breves y velocísimos 25 minutos de su primer episodio. Esto se debe en buena medida a ese pequeño milagro que descendió sobre la televisión hace poco más de una década, llamado Edie Falco. Es decir, la Señora de Tony Soprano.

Nacida en Brooklyn hace 47 años, hija de una actriz desconocida de origen sueco y de un baterista de jazz de familia italiana, Falco trajinó teatros y películas independientes hasta que, casi contra todas sus expectativas, la pegó en 1999, al empezar una de las series más importantes de la “nueva televisión norteamericana”, Los Soprano. A lo largo de unos ocho años hizo de su Carmella Soprano un personaje impresionante, con el carácter necesario para mantener a raya a un pesado como su marido, mafioso psicoanalizado, creando un monstruo casi a la par. El tiempo que pasó en Los Soprano representó un giro complicado para ella: “En la escuela de actuación me obligaron a perder el acento de mi familia sólo para que después esta serie me obligara a recuperarlo”. A pesar de la fama y los premios –tres Emmys ganados sobre seis nominaciones por Los Soprano, otro por Nurse Jackie– nunca llamó demasiado la atención por su vida privada: su pasado de alcohólica recuperada la obligó a apartarse un poco de la fiesta permanente en la que, dice, vivían sus compañeros de reparto televisivo. Luego, hacia la cuarta temporada le detectaron un cáncer de mama, del que se curó por completo y del que empezó a hablar públicamente en las entrevistas un tiempo más tarde. Es notable verla contar detalles de su vida personal (sobre sus ex adicciones, su cáncer o sus dos hijos adoptivos), porque resulta noble y encantadora, incluso si alguna vez se permite ser un poco mala onda y casi nunca intenta caer simpática: hay una naturalidad en ella, cierta actitud de no-nos-andemos-con-vueltas, que se vincula de manera directa con su Jackie Peyton: no podemos evitar que nos guste a pesar de todo.

A pesar de todo, porque no es cuestión de ponerse moralista, pero la serie se reserva un truco complicado para hablar de los “problemas” de Jackie: la cuestión nunca es tanto que ella mantenga una relación extramatrimonial, como que los guionistas se esmeran en presentar a su marido –también el padre de sus dos hijas– como un tipo querible y esforzado y, cada vez que aparece en escena, tan afectuoso, afable y comprensivo, es difícil no sentir un poco de pena por el muy cornudo. A la vez, Jackie le oculta a su amante su condición de casada y sus adicciones claramente no son de lo más saludables: la marca visual más clara del programa son los planos en los que vemos flotar, contra la gravedad, pastillitas de colores que salen volando de un armario o partículas aspiradas con una cánula.

Falco, dicen las guionistas, pone equilibrio en cada escena: “¿Puedo decir esto mismo con menos palabras?”, pregunta seguido, y es increíble cómo se las arregla para decir tanto con un par de expresiones faciales. Ella no es sin embargo la única razón para ver Nurse Jackie. Comedia dramática de media hora capaz de plantear tantas situaciones como las de cualquier dramón médico de esos que abundan y llenan una hora entera por semana, Nurse Jackie se distingue de este género largamente abusado por la televisión norteamericana desde hace décadas y en especial desde ER, por mostrar una visión bastante menos heroica y grandiosa del oficio médico. “Los médicos se quedan con todo: tus sandwiches, tu estetoscopio, el crédito”, le explica Jackie a su insegura asistente, la principiante Zoey (la muy graciosa Merritt Weber), con humor pero para nada en broma. La serie les da crédito a enfermeros y enfermeras, pero no canoniza a nadie: todos los profesionales del hospital exhiben defectos y contradicciones con abrumadora frecuencia. Las guionistas tienen además cierta predilección por los casos al borde del ridículo (como el del tipo que llega con el escroto arañado por su gato en un, parece, no tan raro ejemplo de accidente doméstico) y no dudan en describir a los pacientes como una jauría de bestias muy comúnmente negligentes, irresponsables, maleducados y hasta cretinos. En un muy celebrado capítulo de la primera temporada, Jackie asiste en su suicidio a una vieja compañera de trabajo con un cáncer terminal. Otro momento notable fue protagonizado por Eli Wallach como un paciente moribundo que se resiste a seguir esclavizado por la medicina y prefiere irse en paz. Y lo hace con una frase de antología: “No más angioplastías. Como decía un amigo mío, así es la vida en los Balcanes”.

Para Brixius y Wallem, una serie sobre médicos tiene que tratar sobre todas estas cosas: la sobremedicalización de nuestra vida cotidiana y un sistema de salud descalabrado. “No de superhéroes de veintipico con cuerpos publicitarios”, dice Brixius, quien suele contar que pasó su cumpleaños 21 en su tercera internación para rehabilitación, así que conoce de cerca algunos de los temas sobre los que está escribiendo. “Con las adicciones viene cierta obsesión, y con la obsesión una penetrante capacidad para hacer foco en algunas cosas. No tenemos ningún interés por ahora en permitir que Jackie se vuelva sobria. No creo que vaya a dejar las pastillas por al menos cinco temporadas”.

La primera temporada acaba de ser editada por primera vez en una caja de dvd con todos los capítulos y varios extras, por el sello SBP, que el año entrante sacará a la venta los capítulos de su segundo año. Actualmente hay una tercera temporada en camino que, se supone, podrá verse por Studio Universal a lo largo de 2011.

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