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Domingo, 16 de enero de 2011

CINE > IMPARABLE, DE TONY SCOTT

Qué rápido ruedan las ruedas del ferrocarril

El tren viene acompañando al cine desde sus comienzos, y siempre ha sabido regalarle dinamismo, escenarios y misterio a todo tipo de géneros: desde el suspense hasta el western, pasando por la comedia y las bélicas. Pero Tony Scott, el director que hace actuar a las máquinas mejor que a los actores, llega con Imparable para darle al chucu-chú su primer protagónico indiscutible: una película de trenes que inaugura el “thriller ferroviario”.

 Por Alfredo Garcia

Ya desde sus más lejanos orígenes, el cine vino en tren. Una de las primeras muestras de estas imágenes en movimiento proyectadas por los hermanos Lumière era la llegada del tren a la estación, que por algún motivo espantaba al público, como si la locomotora le fuera a pasar por arriba, mientras que cuando estos espectadores esperaban ellos mismos el tren en la estación lo hacían con total tranquilidad: evidentemente la combinación del tren y el celuloide tenía algo especial.

En realidad no hay mucho que pensar: si se tiene que trabajar con imágenes en movimiento, se mueve más una locomotora andando a mil por hora que dos tipos charlando en un bar de San Telmo (escena clave en todo corto de estudiante de cine argentino, que debería ver más películas con trenes).

De hecho, los estudiantes de cine deberían estudiar atentamente un corto de 1903: Asalto y robo a un tren, de Edwin S. Porter, que fue producido por la Edison Company, y que está considerado la primera pieza cinematográfica con la coherencia narrativa propia del cine tal como lo concebimos en la actualidad. Pero, claro, este The Great Train Robbery de 1903 era finalmente un western: terminaba con un cowboy disparándole al espectador en una de esas escenas que con el paso del tiempo se convirtieron en iconos inconfundibles de la historia del cine. Y aquí es donde nos damos cuenta de que los trenes generalmente han sido un recurso que le da dinamismo a una historia de otro género cualquiera, ya sea una comedia como en El maquinista de la General de Buster Keaton, un thriller como La dama desaparece, que es la primera gran obra maestra de Alfred Hitchcock, o un impresionante film bélico no siempre recordado como se merece –aunque ahora lo están pasando en el Malba–: El tren, de John Frankenheimer (The Train, 1964), donde Burt Lancaster, un jefe de ferrocarril no necesariamente asociado a los maquis, decidía mandarse una patriada y salvar de los nazis un tren lleno de obras de arte a ser robadas de la Francia ocupada. Salvo el ya citado caso de Buster Keaton en su comedia (y en otra de sus otras obras maestras, Nuestra hospitalidad), El tren es el único film que apela a todos los artilugios y gadgets ferroviarios, señales, cambios de vía, zorras, estudiados por Frankenheimer con una obsesión tal que la convierte en una gran película de guerra, y una gran película de trenes.

Viendo Imparable (Unstoppable), de Tony Scott, el espectador afecto a los films ferroviarios se puede dar cuenta de que aquí hay un ingrediente faltante, ausencia que justamente es lo que le da una arista especial a esta flamante película recién estrenada en los cines argentinos: a diferencia de todos los films citados –exceptuando al corto de los Lumière, claro–, Imparable no es un western, ni un thriller policial, ni una de espías, ni tampoco una de terror (como era Pánico en el Transiberiano, de Eugenio Martino, con Alberto de Mendoza como un Rasputín metido en un tren con un alien a bordo, además de Peter Cushing y Telly Savalas); siquiera tampoco un auténtico film de cine catástrofe, aunque si se le buscara un género ortodoxo habría que pensarlo así. Lo que pasa es que Imparable tal vez sea la primera superproducción de trenes a secas, sin necesidad de una trama perteneciente a otro género a la hora de abordar el tren en cuestión.

En la película de Tony Scott tenemos dos maquinistas, uno viejo y curtido (Denzel Washington) y otro más joven e inexperto (Chris Pine) a los que la casualidad los hace tener que actuar heroicamente más allá del deber para tratar de detener una locomotora fuera de control debido a una negligencia ajena, negligencia que puede costar muchas vidas: el tren, de 800 metros de largo, transporta una carga de peligrosos productos químicos. Tony Scott a veces filma mejor las máquinas que a los seres humanos, tal como se ha visto en Top Gun, con sus gloriosas tomas de aviones caza –y lamentablemente piloteados por una de las peores encarnaciones de Tom Cruise– o la gran película olvidada que adoptaba como ninguna la estética de las carreras de autos: Días de trueno (Days of Thunder), una de las películas favoritas de todos los tiempos de Quentin Tarantino. Como en estos dos casos, pero con el ojo mejorado para las máquinas, Tony Scott nos ofrece una aventura ferroviaria destinada a convertirse en otro de esos placeres culposos que no podremos dejar de ver una y otra vez cuando se repitan en el cable, aunque podemos recomendar enfáticamente no perdérsela en buen cine, dado que el tren de Imparable es un monstruo grande que pisa fuerte y que debería apreciarse en pantalla grande provisto de buen sonido digital.

Sus detractores podrán decir que las escenas con seres humanos de Imparable no son especialmente atractivas, y tendrán razón. Incluso los diálogos de una buena actriz como Rosario Dawson están plagados de zooms digitales totalmente innecesarios que intentan darle un dinamismo a esos pasajes más estáticos del film. Pero una o dos veces por acto hay tomas impresionantes del tren desbocado como casi nunca se hizo en este tipo de películas, a las que podríamos llamar “thrillers ferroviarios”, al menos a partir de este nuevo film de Tony Scott.

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