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Lunes, 4 de febrero de 2002

En esta dulce tierra

En 1989, Susana Fiorito y el escritor Andrés Rivera llegaron a Córdoba con los fondos que venían juntando desde 1981 y compraron un depósito de forraje en el barrio de Bella Vista. Apenas cuatrocientos libros apoyados sobre tablones y ladrillos les alcanzó para inaugurar lo que hoy es el secreto mejor guardado de la provincia: una Biblioteca Popular donde funciona además un centro cultural que ofrece cursos de toda clase (arte, oficios, computación y hasta una huerta orgánica), inspirados en el trabajo de una figura emblemática de la lucha sindical del siglo XX: Pedro Milesi.

POR CLAUDIO ZEIGER

La historia de la Biblioteca Popular de Bella Vista empieza en 1990, pero si se quiere rastrear sus orígenes más finamente, si se quiere, inclusive, hundir las manos en las raíces sociales y culturales de este emprendimiento que va en camino de convertirse en uno de los mejores tesoros ocultos (o no tan oculto) de la ciudad de Córdoba, hay que remontarse mucho más atrás; recrear un tiempo y un territorio despoblados, y a un hombre llamado Pedro Milesi, que viviría muchos años recorriendo esos campos de la “pampa gringa” empeñado en peleas clandestinas y luchas contra los poderosos de entonces, los dueños de la tierra. En su nombre, y en honor de su memoria, se creó la Fundación que hoy en día, doce años después, sostiene a la biblioteca popular y al centro cultural que fueron creciendo al calor de un primer aporte de cuatrocientos libros en plena Bella Vista, populosa barriada ubicada a unas quince cuadras de los Tribunales, situado sobre un río emparedado conocido como La Cañada. Susana Fiorito, alma mater de la Biblioteca Popular de Bella Vista, lo recuerda así:
“Pedro Milesi había sido militante sindical de los de antes: empezó como anarquista pero después firmó las 21 condiciones de la Primera Internacional, así que pasó al comunismo. Se había formado como autodidacta gracias a la prédica de un tal Boglich, un intelectual que vivía en medio del campo en la provincia de Santa Fe y había participado en el Grito de Alcorta, una huelga contra los terratenientes de Santa Fe y el este de Córdoba. Pedro Milesi era un autodidacta que estudió hasta tercer grado porque el padre lo había sacado de la escuela para cargar baldes con arena. Después de formarse en el estudio de idiomas terminó carteándose con los sindicalistas revolucionarios del movimiento italiano y francés. Trabajó en los sindicatos de oficios varios –él hacía vitraux d’art– y estuvo en la fundación de lo que después fue la UOM. Fue muy amigo del dirigente Agustín Tosco a fines de los años ‘60 y presidió el congreso de los gremios clasistas Sitrac-Sitram.”
Este hombre murió a avanzada edad –92 años– en la clandestinidad, escapando a la represión de la dictadura militar, que ya se había cobrado muchas víctimas entre sus allegados. “Cuando murió, sus amigos pensamos que lo que necesitaba no era ni una placa ni ninguno de esos homenajes. Él había fundado muchas bibliotecas y centros de estudios sociales en la pampa gringa. Los centros de estudios eran creación del Sindicato de Oficios Varios: unas piecitas donde había una vitrina con una bandera roja, un libro de Kropotkin, uno de Marx, un diccionario, un cuaderno y un montón de lápices para ir aprendiendo a leer en castellano porque la mayoría de los trabajadores eran extranjeros. En memoria de estos centros y bibliotecas populares que fueron creados por trabajadores, nos planteamos crear una biblioteca en su memoria.”

¿QUE HACÉS VOS ACA?
“Desde 1981 a 1989 juntamos plata en pequeñas cuotas y en 1989 compramos un depósito de forraje en el barrio de Córdoba que era más barato, Bella Vista, en la esquina de las calles Rufino Zado e Iriarte. Tenía que ser un barrio de trabajadores porque él siempre había estado en el movimiento proletario. Pusimos unos 400 libros sobre pilas de ladrillos sostenidos en tablones de andamio. Y entonces abrimos las puertas. No entraba nadie, ni un solo adulto. Pero pronto se llenó de chicos, que entraban por las ventanas. No sé por qué les gustaba más entrar por la ventana que por la puerta. Nosotros habíamos entrado al barrio como un aerolito. Compramos allí porque era el barrio más barato, así que no conocíamos a nadie. ¿Quiénes éramos nosotros? Había gente que había estado en los sindicatos Sitrac-Sitram, como Carlos José Masera, que había llegado a ser su secretario general. Había otros militantes provenientes de la enorme cantidad de grupos de izquierda existentes en Córdoba en los ‘70, y estábamos Andrés y yo. Entre nosotros había un muchacho, activista sindical, que había nacido en ese barrio pero que se había ido de jovencito. Un buen día estábamos todos sentados en laentrada, con la puerta abierta, cuando pasa una mujer, se vuelve, se lleva las manos a la cintura y le dice a este muchacho: Josecito, ¿qué hacés vos acá? Ella era Isabel Carreño, una mujer ya mayor que fue la que finalmente nos introdujo en el barrio y que después, con otros ancianos del barrio, trabajaron en una historia oral de Bella Vista. Esto empezó a darle a la gente la idea de que nosotros no éramos unos extraterrestres.”

DOÑA FIORITO Y DON ANDRES
Quien habló hasta ahora es Susana Fiorito, presidenta del Centro Cultural. Es hora entonces de hablar de esta mujer de energía increíble, extremadamente lúcida y cruda a la hora de describir la vida cotidiana en el barrio de Bella Vista y de analizar cómo se relaciona el centro cultural con la geografía territorial y humana del lugar. Susana Fiorito vive en la ciudad de Córdoba desde 1990 junto a su pareja, el escritor Andrés Rivera. Se habían unido en los fogosos días de 1968. Y juntos habían vivido en La Docta durante cuatro años en la década del ‘70, hasta 1974. Luego regresaron a Buenos Aires hasta fines de los ‘80, es decir, que en esta ciudad pasaron los años duros de la dictadura. Ahora, la casa de Rivera y Fiorito queda a escasa cuadra y media de la biblioteca popular en Bella Vista; allí el teléfono y el mail están activos todo el día, porque es en la casa del matrimonio donde funciona la Fundación Pedro Milesi.
Susana militó en política desde los veinte años, pero desde que su organización, el MLN (Movimiento de Liberación Nacional, familiarmente conocido como el MALENA), se disolvió a fines de los ‘70, dice, no encontró partido que la representara. También trabajó en el ya mítico sindicato clasista de Sitrac-Sitram, donde “hacía los boletines y también limpiaba los inodoros”. Pero además del pasado militante, el apellido Fiorito trae resonancias de dos ámbitos conocidos: la villa donde nació el Diego y el Hospital de Avellaneda. Susana cuenta sin problemas la historia de estos lugares que llevan el apellido de su familia.
“El Hospital Fiorito lo donaron el padre y los hermanos del padre de mi padre porque Barceló, el caudillo conservador de Avellaneda, les había dado a su empresa gran parte de la pavimentación de Avellaneda.” Barceló hacía que la empresa donara algo, y ellos donaron ese hospital, que alrededor del año 1914 costó 16 millones de pesos. “Imaginate lo que habrán ganado para donar semejante obra”, dice Susana. “Mi bisabuela compraba grandes extensiones de tierra porque venía de una zona de Italia donde las parcelas eran muy pequeñas. Ella, aquí, compraba la tierra por leguas, y mi abuelo las loteaba. Él, entre los años 1900 a 1910, sostenía que los pobres pagaban los créditos mejor que los ricos. Se lotearon esas tierras a pagar a diez o veinte años, a diez centavos por mes. Y nunca perdió plata. Villa Fiorito es uno de los loteos. Mi abuelo, vale aclararlo, se hizo rico.”
En el barrio es “don Andrés”; un hombre más bien callado que se dedica al duro oficio de escribir por el que actualmente se lo reconoce (no sólo por los premios, sino también en la consideración del público) como uno de los narradores más destacados que dio esta dulce tierra. Pero Andrés Rivera se ubica en un discreto segundo plano cuando se habla de las actividades que desarrolla actualmente el centro cultural (que van de cursos de toda clase, de arte y oficios, incluyendo la computación y una huerta orgánica) y lo hace, en principio, por respeto a la actividad protagónica de su mujer. Él se considera su acompañante en esta aventura que, entre otras cosas, los decidió a radicarse en Córdoba.
“Mi función es muy secundaria”, considera el autor de La revolución es un sueño eterno. “Colaboro en la biblioteca en el área de cine, y participo en las reuniones de coordinadores y asambleas generales codo a codo. Conozco la vida de la biblioteca, y la vida y las desventuras de los chicos que concurren a la biblioteca. Eso ya es bastante. Escribir es otra historia. No tengo que apartarme ni encerrarme para escribir. Yo no lo necesito. La nuestra es una casa de planta baja, y da a la calle, así queescucho los ruidos y escribo. No me produce impedimento alguno. O me siento debajo del limonero. El limonero ha participado de algún libro mío.”
Con respecto a la decisión de irse a vivir a Córdoba, Rivera considera que fue algo bastante fácil. “En el fondo me daba lo mismo vivir en Buenos Aires o en Córdoba. Con Susana ya habíamos vivido en Córdoba de 1970 a 1974. Cuando regresamos en 1990, ¿cuáles eran los improbables impedimentos? Las relaciones con mis amigos se dan una vez por mes. Vengo a Buenos Aires a cobrar la jubilación, el premio nacional, o a ver a mi madre. Eventualmente hay alguna reunión con escritores, de esas que se dan cada vez menos. Esto ocurre en la Capital Federal y es para mí una noche de viaje muy placentero.”

RADIOGRAFIA DE BELLA VISTA
“Empezamos con cuatrocientos libros y hoy tenemos unos catorce mil. Es un barrio de ocho mil personas y hay unas dos mil inscriptas con ficha en actividades que van del yoga al cine-debate pasando por plástica, deportes, gimnasia, y una huerta orgánica a donde van los chicos de la escuela del barrio con las maestras a hacer todo el ciclo del cultivo. Hace tres años que se dan cursos de computación, de operador básico a Internet. Hay chicos que empezaron aprendiendo en el centro cultural, fueron a la universidad y hoy están de vuelta en el centro: ellos son los profesores de computación”, dice Susana Fiorito.
A pesar de la inserción que han logrado en el barrio y de las actividades exitosas en cuanto a concurrencia de vecinos, ella hace un diagnóstico más que objetivo de la situación económica y social de un barrio que podría ser válido para tantos otros barrios de grandes ciudades como Córdoba, Rosario, o del conurbano bonaerense.
“Hay una guerra de pobres contra pobres. Aunque en realidad el barrio tiene una mala fama por encima de lo que es en la realidad. Hay dinastías de choros, como les dicen allá a los chorros. Es, además, zona libre para la distribución de droga. Viene Blanquita, el distribuidor, toca la bocina de determinada manera y van los chicos a buscar. Los chicos llevan los paquetitos para los boliches y los lugares donde la venden. Ahí mismo mucha cocaína no se consume porque es cara, pero sí la fana, que le dicen al pegamento”, cuenta Susana Fiorito y enseguida, en la mejor tradición de educadora, busca encontrar las causas del efecto. “El problema es que los hombres que trabajaban en fábricas ya no lo hacen. La Renault, de once mil obreros que tuvo, hoy no llega a dos mil; la mujer mantenía la casa limpiando en los barrios de clase media o alta, y todo esto fue trayendo muchos cambios en las relaciones familiares, mucho abuso, mucho maltrato, golpes. Pero de dos o tres años a esta parte las mujeres también se fueron quedando sin trabajo en los hogares de clase media porque éstos se fueron ajustando. Una madre me dijo: Mi hijo no se pincha ni snifea: trae buena plata a casa. El que trae la plata a casa es entonces el chico de 12 o 13 años. Todo está dado vuelta para abajo.”
No siempre se trata de conflictos sociales agudos. Susana cuenta otro caso de cómo intervenir, con paciencia, en la realidad del lugar al que alguna vez llegaron con unos cuatrocientos libros, ladrillos y maderas de andamios. “A veces tiramos alguna propuesta, a ver si prende o no prende. Por ejemplo, nos llevó tres años poder hacer un campamento de mujeres solas. ¡Había que conseguir que sus maridos las dejaran ir un sábado a quedarse a dormir en un campamento! Ese tipo de trabajo es por otro lado muy fascinante, porque vos te das cuenta entonces que un cambio cultural es posible, aunque sea lento, o algo tan primitivo como que los hombres autoricen a las mujeres a dormir fuera de casa.”
Cuando se le pregunta algo un tanto obvio, si frente a tanto problema, el centro cultural no puede verse desbordado por pedidos que no están directamente ligados a su quehacer, la respuesta es tajante.
“Nosotros tenemos prohibido el asistencialismo y el cluequismo, eso que nos da a los que alguna vez pudimos estudiar o tener trabajos fijos, deproteger a los pobrecitos bajo el ala de la gallina. Partimos de las potencialidades de las personas, no de sus carencias. La palabra carenciados, como los llama la iglesia, está prohibida entre nosotros.”

EL LIBRO DE ESTOS AÑOS
Inevitable, y necesaria, sobre el final de la conversación surge el tema de los tumultuosos días de este verano. ¿Se pueden sacar conclusiones, avizorar un panorama de alguna clase de salida, o por lo menos presagiar cómo se van a ir encauzando las mil y una protestas que atraviesan no sólo la Capital, también las provincias (Córdoba entre las más agitadas desde bastante antes de que cayera el gobierno de De la Rúa). Para Susana Fiorito, si se trata de reflexionar a partir de la actividad cultural que desarrollan en un medio “difícil”, lo considera un proyecto que si bien lleva más de una década, igual se plantea a largo plazo. “El trabajo tiene objetivos políticos aunque no es nada partidario. No es un proyecto de transformación de la sociedad sino de transformación de la gente, permitir que surjan condiciones a través de las cuales la gente pueda crecer y organizarse.”
Como escritor, Rivera aporta una atendible opinión: “Me parece que sería un error, al menos en mi caso, llevar estos tumultos y estas insubordinaciones espontáneas, esta aparente disolución del país y del Estado, al papel. La fórmula es clásica pero por eso no deja de ser correcta: uno tiene que tomar distancia. Hay que dejar enfriar esto. Otros lo harán, bien o mal”.
La tentación para los escritores (sobre todo aquellos que responden a una tradición de realismo político o histórico) es bastante fuerte. Rivera reconoce que pudo frenarla tras largo aprendizaje. “Muchas lecturas de buenos escritores que supieron tomar distancia. No hablemos de Borges que quizá no sirve para este ejemplo, pero me pregunto a veces qué hubiera pasado con Rodolfo Walsh con respecto al mundo de la clandestinidad y de los grupos guerrilleros. ¿Qué hubiera escrito? En mi caso, bueno, tomé mucho distancia para abordar a Castelli en el caso de La revolución es un sueño eterno, o a Rosas en El Farmer. Saldrán, en los próximos meses, unas cuatro nouvelles que transcurren en el siglo XX. Algunas son historias de militancia, algo de lo que mencionaba Susana: ¿cómo eran estos señores que tenían poder y grandes fortunas o tierras y eran burgueses del siglo XIX, con mentalidad positivista? Hay una historia que nos toca a todos de una forma o de otra, sobre un torturador. Son relatos que fui escribiendo durante estos años. Y hay historias más cercanas, como un cuento que reelabora nuestra estancia en Córdoba de los últimos años, cuando Córdoba dejó de ser una ciudad industrial, cuando empezó a ser cruzada por la droga y cuando apareció una delincuencia ‘familiar’ entre comillas, pero cuyos integrantes ya conocieron los precintos, como les dicen a las comisarías. En fin, es la historia de estos años.”

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    Susana Fiorito y Andrés Rivera cuentan como una biblioteca popular se convirtió en el secreto...
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