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Domingo, 14 de abril de 2013

INVESTIGACIONES > EL LIBRO DE ALBERTO SALCEDO RAMOS SOBRE EL MíTICO KID PAMBELé

El Kid de la cuestión

Niño humilde en un entorno hostil, donde aprendió que los puños eran la mejor manera de defenderse y hasta cobrarle alguna recompensa al destino de pobreza, alcanzó la cima como campeón welter junior durante 8 años y 21 peleas, la fortuna y la gloria, desde la que se desbarrancó en una tromba de drogas, alcohol, burla y escarnio. Hoy, vivo, recuperado y afectado por un extraño delirio que lo lleva a creer a veces que todavía es campeón, Kid Pambelé es el objeto de El oro y la oscuridad, el extraordinario libro de Alberto Salcedo Ramos, el gran cronista colombiano que expone con corazón, inteligencia, lirismo y crudeza la vida y figura de “el García Márquez del boxeo”.

 Por Angel Berlanga

“El eterno campeón mundial, el negro más grande, el patrono del nocaut, la máquina de los boxeadores, el que pega como con un martillo, el que enseñó a ganar a los colombianos, el de siempre, no hay con quién, el que a la hora de rematar no parece usar dos puños sino las aspas de un ventilador asesino, el único otra vez, el invencibleeeeeee Kid Pambeleeeeeeeeeeeé.” Ese cuento, escribe Alberto Salcedo Ramos, es el que murmura o grita incesante en los pensamientos de Antonio Cervantes Reyes, considerado el mejor deportista del siglo XX en Colombia, una leyenda del boxeo con sitio en el Salón de la Fama, el mejor welter junior de la historia. Todas aquellas voces de gloria que oyó en sus años dorados, los ’70, se entreveraron luego con su propia voz, como si el tiempo no hubiera pasado, como si no se le hubiera ido casi todo a la mierda, el cuerpo chupado por el alcohol y las drogas, la guita que vuela y los amigos que también, una enfermedad que avanza, los escándalos y la bancarrota, sus familias machucadas por sus arrebatos de violencia doméstica, por esa marcha vertiginosa de ascenso y caída, de estrella a estrellado.

El oro y la oscuridad es un gran título que escogió este periodista colombiano para narrar “La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé”. Publicado inicialmente en Colombia, en 2005, Libros del Náufrago lo editó aquí a fines del año pasado. Con la parábola de Pambelé se piensa también en Gatica, en Monzón, en Tyson, el boxeo como inclemente “puerta de entrada al gran mundo” para pibes pobres a quienes espera un abismo al que pueden caer, arrastrando también a otros. Hay una búsqueda, en esta crónica, por establecer los vasos comunicantes entre los relumbrones y la negrura, por entender y mostrar las conexiones y los procesos más allá de los grandes titulares. Y por contar sin golpes bajos y con mucho afecto su historia. Salcedo Ramos, que nació en 1963, escribe casi al final: “Cuando yo era niño no perdía mi tiempo viendo a Superman ni a Tarzán: mi superhéroe era de verdad y se llamaba Pambelé”.

LA ÚNICA OPCIÓN

“Tenía una percepción errada sobre él antes de hacer el libro: pensaba que se trataba, simplemente, de un campeón mundial de boxeo que luego cayó en las drogas y se volvió un desastre –explica Salcedo Ramos desde Bogotá, la ciudad en la que vive–. Mi premisa era ésa, entonces, y yo me proponía averiguar cómo se produjo el paso de héroe a antihéroe. Sin embargo, en cuanto empecé el trabajo de campo descubrí que esa premisa era simplista y absurda. La historia de Pambelé es mucho más compleja. Es la historia de un hombre que tiene delirios y a veces cree que todavía es campeón mundial. Me conmueve esa lucha de un hombre contra sí mismo por estar aferrado a un fantasma.”

“Antes de Pambelé, los grandes boxeadores colombianos que merecían el título mundial no lo buscaban, porque pensaban que era mucho para ellos –le dice a Salcedo Ramos el periodista Juan Gossain, que cubrió sus combates por todo el mundo–. Después de Pambelé, hasta los boxeadores más malos creían que era fácil ser campeón. Ese es también el síndrome de Gabriel García Márquez: ningún escritor colombiano se atrevía a buscar un editor internacional porque le parecía que eso era apuntar demasiado alto. Después de García Márquez, cualquiera cree que se puede ganar el Nobel. Entonces yo digo que García Márquez es el Pambelé de la literatura y Pambelé el García Márquez del boxeo.” Claro: es que no es un fantasma cualquiera el de Pambelé. Fue, dice Gossain, el hombre que les enseñó a ganar a los colombianos, el que los sacó de conjugar “el verbo casitriunfar”, el que les enseñó para siempre “lo que es pasar de las victorias morales a las victorias reales”. Eso fue luego de noquear a Peppermint Frazer en 1972, la pelea con la que ganó el título y desató la adoración. Salcedo Ramos incluye una anécdota adicional con García Márquez, a quien en una reunión en Madrid lo anunciaron con un: “¡Acaba de llegar el hombre más importante de Colombia!”. El escritor entonces movió la cabeza como buscando a alguien y preguntó: “¿Dónde está Pambelé?”.

Tenía 17 años cuando se presentó en un gimnasio de Cartagena, pidiendo una chance para boxear. Al empresario que lo recibió le sorprendió en simultáneo la potencia de su pegada, su torpeza descomunal y lo que aquí se llama pecho frío. Un pibe que aburría en el ring. El empresario probó con agregados a la presentación: La Araña Negra, La Amenaza Negra, La Pantera Asesina. El pibe se decidió por Kid Pambelé cuando todavía faltaba mucho para la gloria: en homenaje a un boxeador nicaragüense lo apodó así un tío de Palenque, el pueblo en el que había nacido el 23 de diciembre del ’45, al que le conseguiría las conexiones de agua y luz cuando fuera campeón. Salcedo Ramos cuenta en el libro de su infancia de trabajo duro, cortar leña, vender pescado de casa en casa, acarrear agua y bultos. Tenía diez años cuando su familia se mudó a un suburbio marginal de Cartagena y la cosa se puso peor: noches de hambre y gastadas por su acento de provincias (Palenque, anota el autor, fue uno de los primeros enclaves de negros cimarrones que hubo en América). Fue solucionando estos asuntos con un cajón de lustrabotas y con unos correctivos para los cargosos. “No tardaría en descubrir que en aquella época la única opción digna que la ciudad les ofrecía a los muchachos negros y pobres como él era el boxeo”, escribe Salcedo Ramos.

Allí estuvo hasta que, por unos mangos, arregló una pelea y pactó caer noqueado en el cuarto. Pero en el segundo su rival lo anticipó: el tipo se tiró al piso sin que Pambelé le tocara un pelo. “¡Párate, hijueputa, que no te he pegado!”, gritaba Pambelé, desesperado, mientras el referí contaba hasta diez. Fue todo tan evidente que los suspendieron por un año. Tuvo que mudarse a Caracas. Y no le vino mal, porque allí encontró al empresario Ramiro Machado y al entrenador Tabaquito Sanz, que lo ayudaron a encaminarse hacia la cima.

CAMPEÓN PARA ARRIBA, CAMPEÓN PARA ABAJO

El oro y la oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé Alberto Salcedo Ramos Libros del Náufrago 176 páginas

A Machado, a Sanz y a otras cincuenta personas entrevistó, en su investigación para esta crónica, Alberto Salcedo Ramos, artesano referente del género, maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, autor de varios libros de narrativa periodística. Habló con los hijos de Pambelé, con una ex esposa, con la madre y la hermana, con boxeadores que lo conocieron, con periodistas que lo estudiaron, con dirigentes del boxeo, con médicos que lo atendieron cuando estuvo internado como consecuencia de sus crisis. Los psiquiatras concuerdan en que las drogas y el alcohol no le causaron el problema a Pambelé, como todo el mundo cree, sino que se lo agravaron. Uno de ellos le diagnosticó “trastorno bipolar afectivo, lo que antes se conocía como enfermedad maníaco-depresiva”, heredada de su madre. Una combinación muy nociva: el mal genético y la adicción a los alucinógenos, fama y éxito incluidos. Otro médico explica que la conducta agresiva deviene del mal manejo del éxito y del fracaso. Sin darse cuenta, dice, “plantea su vida en el pasado y trata de resolverlo todo con los golpes porque necesita sentir que todavía puede ganar”. Salcedo Ramos pasó muchas horas junto a Pambelé y comprobó cómo recuerda en detalle sus momentos de esplendor, qué comió y qué vestía antes o después de una pelea, cómo se definió tal o cual combate, la anécdota que lo hizo reír, las repercusiones de un triunfo. “Ese delirio, las causas de ese delirio, es el mayor descubrimiento del libro –señala Salcedo Ramos–. A veces sigue creyendo que aún es campeón mundial.”

En el primero de sus 21 combates por el título peleó con el gran Nicolino Locche. Fue la única vez que vino a Buenos Aires: diciembre de 1971, el Luna Park repleto. Locche ganó por puntos, intactos todavía sus reflejos; a Pambelé, en cambio, se lo ve todavía un poco torpe, aunque ya es evidente la potencia de sus golpes. Antes de que volvieran a encontrarse, ambos pelearon con Frazer, que le ganó a Nicolino y perdió con el Kid. La revancha fue en Maracay, con Tito Lectoure y Carlos Monzón en el rincón de Locche: se cumplen ahora 40 años de eso. En la pelea –que puede verse íntegra en YouTube– está muy claro el declive de uno y el crecimiento del otro. Pura fibra Pambelé, fuerte, veloz, certero: al tercer round ya le había abierto la ceja derecha a Locche. La reducción visual terminó de limar su chance y antes de salir al décimo su entrenador tiró la toalla (para desesperación de Locche, que quería seguir). Un día, luego ya de muchos encuentros, Pambelé llamó a Salcedo Ramos por teléfono para preguntarle si se había enterado de la muerte del argentino. “Oye, consígueme un par de pasajes y nos vamos para Buenos Aires. Yo quiero tomarme una foto visitando la tumba de Locche.”

Tenía un demoledor jab de izquierda Pambelé, un golpe que mantenía a sus rivales a raya y araba cabezas para sembrar sus derechazos de gracia. “¿Has analizado bien los nudillos abultados y durísimos que tiene ese negro coño e’ madre?”, le preguntó a Salcedo Ramos el empresario Machado. “Mira, son unos nudillos abultados y durísimos, como si el tipo tuviera en cada mano un ramillete de cinco martillos”, explica. Las cosas no terminaron bien entre ellos: el boxeador lo acusó de estafador. Pambelé, sin embargo, le dijo alguna vez al cronista que Machado no le debe nada. El millón y medio de dólares que ganó durante su carrera se esfumó: vendió todo lo que pudo ir comprando, y sus familias –la que armó en Cartagena con Carlina y la que armó en Caracas con Amelia– quedaron a la intemperie. Sus hijos terminaron temiendo que volviera a casa borracho y furioso. Pero hubo un tiempo en el que no sabían qué hacer con tanta plata. Recuerda Tony, uno de sus hijos, escribe Salcedo Ramos: “Un día paseaban en el Mercedes-Benz y al otro, en el Audi. Un sábado recibían la visita de José Luis Rodríguez, El Puma, y al día siguiente la de David Concepción, jugador estrella de los Rojos de Cincinnati. Lo llamaba el presidente de Colombia por la noche, lo llamaba el presidente de Venezuela por la mañana. Cartas van, cartas vienen. Que venga para acá y me hace el saque de honor de un partido de fútbol, que vamos para allá y me lanza la primera pelota de un juego de béisbol. Campeón para arriba y campeón para abajo. Tómate una foto conmigo, campeón. Regálame un autógrafo, campeón. Y el campeón, claro, complacía a todo el mundo. ¡Ah, si la gente supiera la vida de rey que llevaba el campeón! Al verlo hoy por ahí, sucio y mal trajeado, no se imaginan los gustos que se dio y los que le dio a su familia”.

EN NOMBRE DE TODOS LOS POBRES

Cuenta Salcedo Ramos que Pambelé vagabundea de una ciudad a otra sin plan previo, que todo el mundo lo ve por todo el país. Ahora mismo, dice, “tiene una pensión vitalicia del Estado, un ingreso digno que le alcanza para vivir con cierto desahogo”. “Desde hace dos años está limpio de drogas –agrega–. Jamás había durado tanto tiempo sin consumir. Cuando Pambelé está sobrio es casi un monje, un tipo de modales atildados y trato fino.”

Su vida ya era un descontrol cuando perdió definitivamente el título en 1980, ante Aaron Pryor. Tenía 35, estaba minado por las drogas y por desórdenes varios. La pelea puede verse también en YouTube: una sombra gastada de aquel del último combate con Locche, el del año en que fue nombrado como el mejor boxeador del mundo. Los golpes flojos, las piernas lentas: cayó en el cuarto round de rodillas, contra un rincón. Se retiró tres años después, cuando el fantasma empezó a ocupar los rincones de un mundo en derrumbe vertiginoso. “Los colombianos, que antes lo veneraban, lo volvieron blanco de burlas –escribe Salcedo Ramos–. ‘¿En qué se parecen Pambelé y los dinosaurios?’, preguntaban. ‘En que fueron grandes en el pasado, pero hoy no existen’.” “El boxeo, más que un deporte, es una metáfora de la lucha del hombre por la supervivencia –dice el cronista–. Por eso es tan literario.” En los encuentros con su héroe de la infancia se topó con que él no tenía el menor interés en pronunciarse sobre sus puntos vulnerables, las controversias. La cercanía, durante dos años de trabajo, lo nutrió de escenas fabulosas, algunas muy tiernas y otras casi feroces, como cuando en medio de una velada de boxeo, celoso por la presencia de Mano de Piedra Durán y perdido por el alcohol, Pambelé casi lo emboca.

“Le tiene sin cuidado lo que se diga sobre él, pero le encanta aparecer en la prensa –dice Salcedo Ramos–. No creo que haya leído este libro; después de publicado, me he visto con él muchísimas veces, y jamás me ha dicho ni media palabra sobre lo que escribí.” Aquella condición de héroe de infancia, dice, incidió en la motivación para encarar El oro y la oscuridad y fue, también, un modo de pagar una deuda a sus mayores: se hablaba mucho, en su casa, de Pambelé. ¿Y cuál es el recuerdo de infancia que más subsiste? “Si ahora mismo cerrara los ojos para responder esa pregunta, vería a Pambelé con los brazos en alto y al rival de turno arrodillado a sus pies –dice el cronista–. Era una imagen repetida una y otra vez. Yo sentía que ese negro mal alimentado, que hubiera podido ser mi vecino, no necesitaba más que un par de puños para cobrarle una revancha a la esquiva fortuna, en nombre de todos los pobres de Colombia.”

Salcedo Ramos y Pambelé en 2004. Foto: Camilo Rozo

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“Después de Pambelé, hasta los boxeadores más malos creían que era fácil ser campeón. Ese es también el síndrome de Gabriel García Márquez: ningún escritor colombiano se atrevía a buscar un editor internacional porque le parecía que eso era apuntar demasiado alto. Después de García Márquez, cualquiera cree que se puede ganar el Nobel.”
Imagen: Lezama, Archivo El Nacional
 
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