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Domingo, 19 de abril de 2015

LA TRAGEDIA Y LA UTOPÍA

 Por Gustavo Verdesio *

Parece mentira que en tan poco tiempo (menos de una semana) la autocrítica de Galeano en relación con Las venas abiertas de América latina se haya convertido en una especie de lugar común en los obituarios sobre dicho autor. De hecho, su admisión de que no sabía mucho sobre economía política cuando escribió ese libro ha sido repetida (casi siempre por gente –distraída o conscientemente– de derecha), en los días que han sucedido a su fallecimiento, hasta el hartazgo. Aparentemente, la gracia o el valor de esos dichos está en que deslegitimarían por completo a esa obra que supo ser tan importante para la gente de izquierda (y no tanto) latinoamericana. Con esta deslegitimación, continúa el razonamiento, se le agregaría un clavo más al ataúd del marco teórico (la teoría de la dependencia en su versión más izquierdista) al que respondía Galeano. Lamentablemente, el persistir en esa línea de reflexión hace que se olvide que Las venas... es un texto que no pertenece al mundo de la economía política sino más bien a un género literario de larga tradición en el continente: el ensayo de ideas latinoamericano, que agrupa a obras y autores tales como José Martí (Nuestra América), José Enrique Rodó (Ariel), José Carlos Mariátegui (Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana) y Roberto Fernández Retamar (Calibán).

Sin embargo, hay que reconocer que catalogar a ese libro de meramente literario va en detrimento de su complejidad discursiva y genérica: también tiene, como muchos de los ensayos enmarcados en la antedicha tradición, un fuerte componente historizante (el autor se opone específicamente a llamar a su obra historiográfica por no pertenecer al mundo de la producción académica de conocimiento) o historizador. De hecho, ofrece una narrativa histórica en la cual Latinoamérica es presentada como una región sometida al pillaje y la explotación desde el comienzo de la época colonial. Una constante oscilación entre los campos de la ficción y de la historia le daría, entonces, un carácter híbrido o anfibio a esa obra.

La narrativa que ofrece no es lineal sino que se organiza más bien como un puzzle o rompecabezas –un término que a veces se ha usado para describir la estructura del gran clásico de Orson Welles, Citizen Kane–. Allí, mediante una serie de recursos narrativos, entre los que figuran prominentemente los flashbacks, se narra la historia del millonario Charles Foster Kane (basado en William Randolph Hearst), de manera tal que los espectadores deben hacer algún esfuerzo intelectual para reconstruir la linealidad cronológica. Galeano, incluso más que Welles, va del presente al pasado todo el tiempo, pero también del pasado al presente: en una página salta desde una reflexión sobre la miseria en que viven los indígenas bolivianos del presente a una descripción de la riqueza inca descrita por el Inca Garcilaso de la Vega, mientras en otra salta de la situación social en el Potosí de 1550 a los comentarios de Concolorcorvo en el siglo XVIII. Gracias a estos procedimientos, el lector debe jugar un papel activo si quiere restablecer el orden cronológico de la narración. Para complicar un poco más la lectura, esos saltos en el tiempo se complementan con otros que ocurren en el espacio: se pasa, por ejemplo, de la narración de sucesos en Minas Gerais a la de otros contemporáneos en Cuba o viceversa.

Esta maquinaria de producción de sentido ha probado ser muy efectiva a lo largo de las décadas de vida que ya tiene el libro, ya que contribuye a generar una mirada panorámica tanto de la historia como de la geografía del continente, pero acaso su acierto narrativo (algunos dirían propagandístico) más grande sea el de haber sugerido que la historia de Latinoamérica es una tragedia. Y como en toda tragedia, el espectador (en este caso el lector), luego de hacer catarsis, sale enriquecido de la experiencia: ahora sabe más sobre su historia y sobre su situación actual. Pero no todo su éxito se debe a su estructura literaria y narrativa: también se basa en la forma en que combina elementos preexistentes de la tradición ensayística latinoamericana con un elemento propio de la época, que portaba una promesa, una esperanza, en medio de una realidad donde, para las grandes masas del continente, predominaban la miseria y la expoliación. Me refiero, obviamente, a la utopía. La postulación de un horizonte utópico es acaso lo que le permite construirse un lugar de enunciación para poder emitir un discurso sobre los hechos, sobre la historia, sin tener que ser parte del nosotros de la historiografía académica o de la oficial. Sin embargo, ese nosotros de Galeano, no por ser menos oficial es menos corporativo: es un sujeto colectivo compuesto por la emergente izquierda latinoamericana de la época y por los sectores de la población víctimas del colonialismo y el neocolonialismo a lo largo de los siglos. Acaso el haber elegido ser parte de un nosotros no institucional sea la causa de que Las venas abiertas... haya recibido tan poca atención por parte de las disciplinas académicas.

Quisiera concluir estas líneas con un breve retorno a Orson Welles y su Citizen Kane, no solo por la estructura de puzzle que comparte con el libro de Galeano, sino también por el hecho de que ambos declararon que su ignorancia (Galeano sobre economía política, Welles sobre cine) fue uno de los componentes fundamentales en la génesis de sus obras. Más allá de la verdad relativa de dichas declaraciones, y de que pueda haber en ellas también un poco de boutade, es probable que buena parte del encanto de ambos opus yazga en la frescura y en el espíritu juvenil de sus autores. Ese espíritu juvenil y rebelde es uno de los elementos que contribuyen a la vigencia de Las venas abiertas..., pero no es el único: como estudioso de la época colonial puedo afirmar que ese libro todavía dice muchas más verdades que las que sus defectos puedan oscurecer.

* Profesor Asociado de Literatura latinoamericana y Estudios indígenas de la Universidad de Michigan.

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