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Domingo, 2 de agosto de 2015

ENTREVISTA A GUILLERMO FRANCELLA

PA PUCCIO

 Por Mariano Kairuz

“Papá lo hizo por nosotros.”

La frase salió de boca de Silvia Puccio, la mayor de las hijas, y se convirtió en una suerte de leitmotiv del caso. Papá es, claro, Guillermo Francella y éste no es su primer padre de familia, como todo el mundo sabe y como las repeticiones de Casados con hijos y hasta hace un tiempo, de Poné a Francella –una reiteración que, el actor ya lo ha dicho en varias ocasiones, no le hace un gran favor a la imagen del artista– nos recuerdan a diario. Pero este padre parece ubicarse en el extremo más opuesto de aquéllos. Pepe Argento era a duras penas el jefe de su clan familiar, siempre un poco rendido a las circunstancias, y aunque no le faltaban matices, en sus sufrimientos nos invitaba a la identificación, a la empatía, y podía partirnos de risa aun con sus aspectos y fantasías más oscuras (el tipo que a veces quiere matar a su esposa; el que se calienta con los histeriqueos de su hija adolescente). De este otro lado, el Arquímedes Puccio que compone Francella para El clan es un hombre que, sí, tiene un discurso sobre la familia, un discurso sobre cómo debemos estar todos juntos y cómo papá-lo-hizo-todo-por-nosotros; sobre la traición de su hijo Maguila, que “nos abandonó”; sobre la lealtad que requiere de Alejandro para seguir adelante con el próspero “emprendimiento” familiar. Es un hombre “de familia”, que “provee”, que pasa tiempo en casa, mira televisión con los suyos, reza y agradece antes de la cena, ayuda a la más pequeña con la tarea escolar.

Es también un hombre de pocas palabras, que casi no sonríe y aparece rígido en las fotos; de un tono tranquilo en general que se vuelve áspero y amenazante cuando la situación lo requiere.

“Un auténtico villano cinematográfico, capaz de producir espanto y fascinación a la vez”: eso es lo que dice Trapero que se propusieron construir junto a Francella, y lo que podrán anticipar quienes hayan tenido oportunidad de ver el potente trailer que se proyecta desde hace semanas en los cines, o el afiche en el que el actor, caracterizado, con el cabello totalmente encanecido, nos mira con un gesto algo perturbador en su boca (descubierta de su bigote de siempre) y esos ojos, la mirada clarísima que asoma a la oscuridad.

“Los de Puccio, junto con Robledo Puch y Shocklender, han sido a nivel policial los casos más emblemáticos para los argentinos. Por ahí sumando más recientemente a Barreda. Pero de Puccio toda la información sobre su historia previa se desconocía”, dice Francella en una entrevista de Radar en la que, como una evidencia de las expectativas con las que podría ser recibido el inminente estreno de El clan, será interrumpido al menos una decena de veces por transeúntes que quieren sacarse una foto con él.

“Los pocos testimonios que había son los de él viejito, libre, en General Pico, con una novia de 40 años; arrogante, que decía que no se arrepentía de nada, y hasta que, por el contrario, a él también le habían matado gente, como si fuera una guerra. Lo que sirvió mucho fue la investigación profunda que hizo Pablo.”

¿Qué es lo que vos recordabas del caso?

–Yo en esa época vivía en Beccar, así que recordaba el lugar y la reacción de los vecinos. Viví en la zona desde chico: fui al 20 de Junio, un colegio emblemático de San Isidro que estaba cerca, y pasé centenares de veces por la casa de los Puccio. Tomaba un café por ahí; o –yo no jugaba al rugby, era más del fútbol y la natación– me encontraba con un amigo que tenía en el CASI. Mi primera obra de teatro, que la hice con chicos del colegio para juntar fondos, fue en el Auditorium de San Isidro, que estaba sobre Libertador, a menos de dos cuadras de la casa de Martín y Omar y 25 de Mayo. Al principio me dije lo que se dijeron todos: ¡pobres!, les hicieron una cama. Porque era imposible, por qué motivo iba a ser así, si era una familia que estaba bien económicamente, el hijo era una chico emblemático del club, conocido, de buena conducta. Así que creíamos que eran perejiles, que los habían enganchado en algo feo, como que había algo politico atrás. Todos, hasta el abogado de Alejandro, creían que era mentira. Hasta que se fue desculando que había algo raro. Ese es el recuerdo que yo tengo.

Trapero cuenta que pensó en Francella para hacer de Puccio hace ya varios años, antes de escribir el guión. Que fue una elección intuitiva, y que llamó al actor para preguntarle qué le parecía, porque quería poder escribir el personaje con un protagonista en mente, y que Francella se comprometió de inmediato. Y que a Arquímedes, a ese villano de película, lo armaron entre los dos, casi desde cero.

“Había algo atrás del personaje público que Pablo sacó adelante”, dice Francella. “Es distinto cuando hacés un personaje que la gente tiene visto, y sabés cómo habla, cómo camina. De Arquímedes teníamos muy poca data, de algún modo lo construimos nosotros con lo que había. Escuchando la grabación de sus llamados extorsivos pude entender ese ritmo cadencioso que tenía al hablar, muy inteligente, con palabras raras, articulando de una manera especial, educado y pedantón. Y con las fotos intentamos descular cómo podía ser: casi nunca abrazaba a nadie. Yo aporté mis cosas, con Pablo discutimos el tema postural, él me sugirió detalles como que no pestañeara cuando hablara. Todo esto en los ensayos, hasta que nos dijimos: por ahí vamos, ya lo tenemos.” De manera de llegar al set, y a un plan de rodaje ajustadísimo (dos meses a fines del año pasado), con total seguridad.

El trabajo de caracterización implicó no sólo encanecerle el pelo al actor (probaron con una calva plástica, pero nada resiste el escrutinio de altísima resolución de una cámara digital moderna) y ponerle una panza prostética, sino también una dura inversión emocional. Escenas como esas en las que Puccio les dicta a sus secuestrados las cartas que les enviarán a sus novias o familiares, y a las que a veces Puccio, con cinismo, corrige para “ponerles un poco más de sentimiento”, dejaron a Francella, dice su director, “más emocionalmente afectado de lo que esperaba”.

“Y sí”, agrega el director, “hicimos un trabajo muy consciente para impedir que pudiera generar algún tipo de simpatía en el espectador”.

Lo que ya no forma parte de ninguna de las conversaciones con los directores de cine que lo han convocado estos últimos diez años es su transformación de comediante a intérprete dramático. Ya pasó casi una década desde la grabaciones de Casados con hijos. Y no mucho menos desde que les reveló a sus fans (en especial a los que lo conocieron a través de sus más de veinte exitosos años en televisión) otra versión posible de sí mismo en la producción mexicana Rudo y cursi. “Yo sé que puedo putear en pantalla y estoy seguro de que si deformo la puteada de pronto hago llegar una sonrisa, pero nunca corrimos ese riesgo. Es una cosa de la que ya no hablo con los directores. Ya está, hace mucho tiempo que es así, que me han visto en comedia y en drama, ya no se habla más.”

Y es que, dice Francella, a esta altura de su carrera “la comedia es una anécdota”. Lo dice sin renegar por supuesto de ese género que le dio mil satisfacciones (a través de una lista impresionante que incluye los programas Naranja y media, De carne somos, Los Benvenutto y Brigada Cola), y recordando que antes, mucho antes de esta nueva etapa, ya había tomado varias veces el riesgo de correrse de su lugar de mayor comodidad, por ejemplo, aprendiendo a bailar y cantar, para producciones teatrales como Los productores, con Enrique Pinti, que fue muy exitosa, y como El joven Frankenstein. Y que, después de todo, sus inicios en la actuación fueron a través del drama: muchos de quienes le piden fotos en la calle probablemente desconozcan su trabajo en la obra Proceso interior, de Rodolfo Ledo. “Era una obra muy fuerte –recuerda–. La historia de un gay que purga condena por una estafa y un barrabrava que cagó a trompadas al tipo que manoseó a su novia en la cancha, dejándolo con una conmoción cerebral. La diferencia de los mundos de estos dos, obligados a compartir celda, era el centro del asunto, y yo hacía del guardiacárcel que les traía la comida y los provocaba un poco. Un papel pequeño, pero que me sirvió de carta de presentación en los canales para buscar laburo. Como el productor, Jorge Lozano, era muy conocido, venía a verla mucha gente de la televisión, y ahí empecé a tener algunos bolos que dieron lugar a otros trabajos con más continuidad.”

¿Y cómo te proyectabas en ese momento?

–Mi anhelo más grande era poder vivir de la profesión, trabajar como actor y tener continuidad.

Y sus primeros trabajos televisivos fueron efectivamente dramáticos: hizo con Ledo Todos los días la misma historia, en Canal 13 con Beatriz Taibo, y pronto dos capítulos importantes de Las veinticuatro horas, de Luisa Vehil, y, entre muchas otras cosas, Historia de un trepador, con Claudio García Satur, y El infiel con Arnaldo André. Así que el representante deportivo de Francella de Rudo y cursi, el (trágico) personaje que hipnotiza con su relato de un inolvidable encuentro Racing-Huracán (El secreto de sus ojos), o sus personajes en Los Marziano de Katz, El misterio de la felicidad de Burman o la coproducción española Atraco, no expresan al comediante que se volvió actor dramático, sino al actor integral que recuperó la versatilidad de sus comienzos. Como resultado, aclara, de una búsqueda. “Porque esto no se dio solo, fue un proceso que busqué, de exteriorizar mis ganas, de hacerles saber a los otros que quería hacer cosas distintas. Durante muchos años de mi vida directores que tuvieron ganas de trabajar conmigo se encontraban con que esa cosa de mi imagen en la comedia podía llegar a distraer aquello que ellos habían escrito. Pero ya me han llamado autores que no podrían ser más distintos en sus obras, hasta antagónicos en sus estilos y contenidos, y ya no tengo que demostrar nada.”

Mientras, entre las repeticiones en televisión de su viejo “papucho” y su Puccio, el papá que lo-hizo-por-nosotros, un abismo.

¿Y ahora, qué?

–Tengo ganas de dirigir una película. No sé si protagonizarla tambíén, algunos me recomiendan que no. Ya lo hice, en teatro, con La cena de los tontos, y es medio complicado, estar un poco maestro ciruela mirando lo que hacen los demás. Pero empezaría con algo chiquito, intimista, para después crecer. El cine me gusta mucho, así que al menos sé eso: que no me voy a ir de esta vida sin dirigir.

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