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Domingo, 23 de julio de 2006

ENTREVISTA JONATHAN NOSSITER, EL DIRECTOR DE MONDOVINO

El mundo es una uva

 Por Mariano Kairuz

“El décimo episodio de la versión extendida de Mondovino transcurre todo en Argentina”, cuenta Jonathan Nossiter por teléfono desde Río de Janeiro, donde actualmente vive y prepara sus próximos proyectos. Y aclara: “Y un poco en Brasil también, y dos minutos en Paraguay”. Nossiter se refiere al último capítulo de una miniserie que emitirá la televisión francesa y que editó en simultáneo con la película, que empezó como un proyecto de rodaje de dos o tres meses y terminó extendiéndose por cuatro años. “Hacer una película es una historia de amor. Y como en las historias de amor no hay un origen cierto; hay muchas raíces posibles que permiten que este amor crezca. Es el caso de Mondovino: yo estaba preparando otra ficción. No quería hacer un documental sobre el vino. Cuando empecé pensé en hacer una película pequeña, pero como el amor, creció sola. Porque los intercambios entre la cámara, los contextos y los lugares, y las personas fueron muy buenos, muy raros, interesantes. Es una cosa orgánica: fui poco a poco armando más viajes, y al cabo de cuatro años tenía una película, y luego una serie de diez horas.”

Usted dijo que Mondovino no es un documental sobre el vino, sino sobre otros temas relativos a la globalización. ¿Por qué decidió abordarlos desde el vino, en ese caso?

–Estoy bromeando un poquito, porque claramente se puede decir que en primer plano hay una visión del mundo del vino. Pero para mí, Mondovino no es un documental; es una película. La idea de una película didáctica con entrevistas no me interesa; para mí lo que hay en Mondovino no son entrevistas; yo hice una puesta en escena con las personas a las que filmé. Yo amo el vino y ya trabajé bastante en el mundo del vino, pero los discursos normales sobre el vino son insoportables. La cultura del vino, en la manera en la que hablan los críticos y los conocedores, para mí no es interesante; ellos exageran el placer del vino y yo no quise hacer eso. No sólo es snob; es peor: no tiene significado. Es una expresión de poder, de avance social, en cualquier país. Hoy es un discurso que forma parte de los sueños de personas con pretensiones sociales. El vino para mí no es interesante por eso, sino por la cultura que se revela detrás de su producción y distribución. En un momento comprendí qué era lo que me interesaba: los seres humanos, la complejidad de las culturas que forman parte del mundo del vino, la posibilidad de entender de las particularidades de cada cultura. Filmé en Argentina, Paraguay, Brasil, Estados Unidos, Francia, Italia. En general las películas se hacen en un par de lugares y con muchas restricciones; yo tenía una libertad total para viajar, para investigar y para encontrar personas muy poderosas que controlan económica y culturalmente el destino de mucha gente. Y al mismo tiempo filmar con personas muy simples, muy humildes.

También dijo que podría haber abordado los mismos temas a partir de la industria farmacéutica. ¿Lo consideró realmente?

–Sí, creo que estamos viviendo tiempos muy peligrosos. El peligro es la concentración de cada vez más poder, más recursos en manos de cada vez menos personas en todos los países. Lo que está ocurriendo en el mundo de la farmacéutica es lo mismo que está aconteciendo en el mundo del vino, el de la política, el del cine. Yo creo que es un nuevo fascismo, un fascismo “dulce”, que no se percibe como fascismo, porque está todo atrás. Pero como cineasta yo nunca podría filmar con libertad en el mundo de la producción farmacéutica, porque está muy protegido. En cambio, el mundodel vino se ve como una cosa simpática, linda, sin problemas, y se me abrieron todas las puertas. Creo que la estructura de engaños que existe en el mundo del vino es un espejo perfecto de cómo funciona la sociedad en general. Porque el vino siempre fue dos cosas: la agricultura, la relación con la tierra, con la naturaleza; y al mismo tiempo una expresión de poder, y una expresión cultural de gran pretensión.

¿Está de acuerdo con lo que dice Hubert de Montille en la película, sobre que “donde hay vino hay civilización”?

–El habla de la historia, de los mesopotámicos, los griegos y los romanos. El viñedo siempre fue para ellos una manera de establecer la civilización. Todo el vino, el alemán, el francés, el español, fue plantado por los romanos, desde su punto de vista, como un acto de civilización. No se sabe qué pensaban los franceses o los ibéricos de la época. Basta pensar en el décimo episodio de la serie Mondovino, que ocurre enteramente en Argentina: fui a Quilmes, en Cafayate, Salta. Allí en una época, los españoles pensaron que la plantación de viñedos fue un acto de civilización, pero para los indígenas no lo fue. Fue una expresión de civilización como poder. Entonces ¿qué quiere decir que “cuando hay vino hay civilización”? Hoy en Cafayate hay muchos productores de vino indígenas, pero al día de hoy no tienen los recursos para hacer el marketing y poder entrar en el mercado internacional. Hay amor, pero hay exclusión: hay posibilidades de su parte, pero una falta de posibilidades para ellos, es muy complejo. El vino como civilización es tan complejo como el tema de la Conquista.

Por la época en que estrenó la película en el festival de Cannes y más tarde en Estados Unidos, mucha gente que participó en ella se enojó con usted. ¿Qué fue de todas las amenazas de acciones legales que surgieron por ese entonces?

–No pasó nada. Porque todo lo que hay en la película es verdad. Yo no engañé a nadie. Las palabras, las situaciones son reales; nadie me pudo procesar, porque no cambié el sentido de lo que se dijo. Pero son personas muy poderosas que no están acostumbradas a ser vistas por un ojo escéptico, que las cuestione. En Italia, las dos familias más poderosas del vino, Antinori y Frescobaldi (que ahora tienen otros problemas legales), tienen un poder bastante mafioso y lograron disminuir el impacto de la película en Italia, con presiones a periodistas, y sobre la red de distribución. Pero no pudieron hacer nada legalmente, estoy limpio. Y en Estados Unidos fue muy violenta la reacción contra Mondovino. En Francia ha visto hasta hoy que hay una independencia entre la cultura y la política. Pero en los Estados Unidos, después de seis años de Bush, eso está terminado: no hay más independencia ni libertad. Y la película fue vista como una ataque contra el poder norteamericano. Como soy norteamericano, hubo mucha gente muy enojada, muchos periódicos me atacaron. Desde el San Francisco Chronicle, Los Angeles Times, New York Times; hubo muchos artículos atacando la película y atacándome a mí personalmente. Fue muy interesante; un poco brutal, pero muy interesante.

¿Cuáles fueron los argumentos de Parker y de Rolland cuando se enojaron con usted?

–Rolland dijo que yo había cambiado totalmente sus palabras. Mi respuesta fue muy simple: “Si eso fuera cierto –le dije–, tú me harías un juicio; no lo hiciste, lo cual prueba que no es cierto”. Además yo lo invité a ver todo lo que había filmado para mostrarle personalmente dónde había cambiado yo las intenciones. Y él le dijo a la prensa de muchos países que yo era un mentiroso, que cuando me había hablado mal de la gente de Longeduc, del sur francés, por ejemplo, lo había hecho en off; pero eso no es cierto, porque nosotros filmábamos todo el tiempo. Tanto Rolland como Parker están tan acostumbrados a que la prensa esté de su lado, que no esperan que alguien les haga preguntas sobre el abuso del poder. En elsite de Parker hay doscientas páginas que denuncian a la película, y que durante un tiempo me tildaron de nazi y luego de comunista: ¡un extremista de derecha y de izquierda!

¿Volvió a verlos desde el estreno de la película?

–Sí, y fue muy interesante el primer encuentro con Rolland, cuando vio la película por primera vez. Estaba muy confundido. En aquel momento yo sentía cierta simpatía por él. En su rostro tenía una confusión, yo creo, existencial. Sentí compasión por él. Una periodista dijo que tenía la impresión de que Rolland se estaba viendo en un espejo por primera vez en su vida. Luego esta fase de confusión existencial pasó. El tiene muchos recursos, millones de dólares, muchas sociedades con compañías por todo el mundo, y tiene con qué defender sus intereses.

Usted dijo también que le parece que la situación que se está viviendo ahora arranca en los años ‘80, y en varios momentos de Mondovino la cámara enfoca las fotos de Reagan y otros personajes que remiten a aquella época, y que están colgadas en las oficinas de algunos de sus entrevistados.

–Yo creo que las verdades políticas que sentí salieron de la experiencia de filmar Mondovino. Espero que el montaje sea una reflexión de esos cuatro, cinco años que duró la experiencia. Y sí, creo que los años ‘80 fueron muy importantes, al marcar la dirección política, económica, social y cultural de Occidente. Creo que Thatcher y Reagan fueron revolucionarios. Súper peligrosos. Después de cuarenta años de posguerra, de sociedades democráticas buscando un equilibrio social y económico, un respeto individual; no digo que fueran tiempos maravillosos, pero había en Europa y en Norteamérica un contrato con la gente que con Thatcher y Reagan se rompió; y se abrieron las puertas para una concentración de recursos, de riqueza, inimaginables, destruyeron todas las leyes que protegían a las personas. Fue una destrucción también de la diversidad cultural, se homogeneizaron, se estandarizaron todos los productos, también los culturales. Todas las personas que están destruyendo el mundo del vino hoy –Rolland, Parker, Antinori, Lafite-Rotschild, Mondavi no existe más, pero las personas que tienen el poder en Napa–, todos empezaron en los años ‘80; el éxito de todos ellos está ligado a esa época; es increíble.

¿Cómo llegó a la parte latinoamericana de la película?

–Yo creo que es un poco el futuro del vino. No en el sentido económico, sino en uno existencial. Porque aquí se dan todas las posibilidades, entre Uruguay, Argentina, Brasil, Chile, todos los futuros posibles. No hay duda de que la Argentina tiene la historia más rica de producción de vinos, los terruños más diversos; hasta hoy, al menos, hay una historia de más de cuatrocientos años. Yo he tenido la satisfacción, el placer, de conocer los vinos argentinos de los años ‘60, ‘70, ‘80 y lo que está ocurriendo en Argentina es muy interesante, porque no hay dudas de que técnicamente, gracias a sus ventas internacionales, ha avanzado mucho en los últimos quince años. Pero es imposible no reconocer que la mayoría de los vinos son hoy muy parecidos; no solo unos a otros, sino también muy parecidos a los vinos americanos, chilenos, sudafricanos, italianos. Es un juego económico. Creo que nadie quería decir “estoy destruyendo la cultura”, sino que la mayoría de la gente busca procurar cosas buenas para sí, pero están viviendo un momento de presión económica y cultural muy fuerte. Casi no hay diferencia entre el marketing y los periodistas del vino.

Rolland es tal vez la persona más importante del presente y del futuro del vino argentino. Está trabajando con quince bodegueros diferentes. No sólo con los Etchart (que aparecen al final de la película); el proyecto con ellos es pequeño. El es asesor y partner de muchas bodegas en Mendoza muy poderosas. Con Parker están cambiando totalmente el vino argentino. Y si nadie reacciona, el vino argentino en pocos años no tendrá nada de argentino. Perderá toda su identidad. Será igual que los vinos de Napa, deSudáfrica del Sur, de Australia, de todo el mundo. Creo que es una lástima, que no haya una reacción, una resistencia contra esta homogeneización.

¿Qué le pareció la película Entre copas?

–Creo que es lo opuesto a Mondovino. Es una expresión de la cultura de Hollywood, del poder americano. Muy bien hecho, eh. No estoy diciendo que sea una mierda. Pero políticamente para mí es una expresión pura del punto de vista hollywoodense del americanocentrismo. Mondovino está intentando entender la posición de los norteamericanos dentro de un mundo más grande.

Por ahí se puede leer que usted filmó parte de Mondovino borracho...

–Es un chiste, porque la película está filmada de una manera muy particular. Hay un placer en sus imágenes, una sensación de descubrimiento, una libertad, una espontaneidad, que para algunas personas es intolerable; para ellas es una cámara amateur, mal hecha, una “cámara con cocaína”, así que hice un chiste sobre eso. Pero es cierto que cuando filmaba tomé vino. Aunque fue lo mismo cuando hice Sunday, que es una película clásica, en 35 mm, con poco movimiento de cámara; en esa también me gustaba tomar vino durante el rodaje.

“La cultura del vino, en la manera en la que hablan los críticos y los conocedores, no es interesante. Exageran el placer del vino. No sólo es snob; es peor: no tiene sentido. Es una expresión de poder, de avance social, en cualquier país. Hoy es un discurso que forma parte de los sueños de personas con pretensiones sociales.”

Jonathan Nossiter, director de Mondovino

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