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Domingo, 25 de enero de 2009

VICKY CRISTINA BARCELONA: ¿MéNAGE à TROIS O QUé?

Sueño de verano

 Por Mariano Kairuz

“¡Speak in english, María Elena!”, le grita cada vez más exasperado Javier Bardem a Penélope Cruz en Vicky Cristina Barcelona. Es un reclamo a contrapelo de lo que cualquiera que haya visto a Penélope Cruz en su etapa hollywoodense le pediría: por favor, Penélope, en castellano, que tu inglés con acento es simpático, pero te arruina. Como quedó demostrado cuando, después de algunos años como femme fatale de importación, Penélope volvió con Almodóvar (Volver) y nos recordó por qué era que la habíamos querido tanto. Lo que es probable es que Woody Allen no estuviera al tanto de esto, ni le importara: para su película número 39, la primera que filma en España y con capitales en parte locales, contó con dos de las estrellas españolas más internacionales –reunidas por primera vez desde Carne trémula y, más memorablemente, desde que se mataron a jamonazos en la muy divertida Jamón, jamón, de Bigas Luna, hace 15 años– aunque, según dijo él mismo, apenas las conocía. En el caso de Penélope, fue ella quien lo llamó a Woody Allen, que sólo la había visto en Volver. Bardem todavía no había estrenado Sin lugar para los débiles, la película de los Coen por la que ganó un Oscar. Los dos están simpáticos en la película, pero aparecen de la misma manera que la ciudad: como un objeto de consumo turístico, una postal, una caricatura de bohemia para extranjeros.

Y es que así como en ocasión del estreno de Match Point Allen aclaró que no había filmado los lugares más atractivos de Londres porque el material dramático no lo pedía, en su película barcelonesa –en la que, a pesar de ser una observación agridulce sobre las relaciones de pareja, se impone una levedad de cuento infantil, desde una voz en off que va completando el relato– todo está filtrado por la mirada de dos chicas norteamericanas que se encuentran pasando apenas un verano en la ciudad, y que parecen demasiado sensibles al mito del latin lover. Por lo tanto, nunca dejan de ser dos turistas que sucumben pasajeramente a la estampa más encantadora de una ciudad por la que transitan sin mayores responsabilidades, muchas veces sobre el pintoresco fondo de obras y construcciones de Gaudí. Una de las chicas es Vicky (la inglesa Rebecca Hall), que prepara una tesis sobre “identidad catalana” y que, comprometida para casarse con un muchacho exitoso en los negocios y de familia acomodada, se cree inmune a las calenturientas ofertas del pintor Juan Antonio (Bardem), y por lo tanto es previsiblemente la más propensa de las dos amigas a quedar atrapada en ellas. Cristina, por su parte, exhibe orgullosa un espíritu abierto a nuevas experiencias sexuales y sentimentales, pero –beneficiada por la naturalidad y la radiante juventud de Scarlett Johansson– ante la aparición de Juan Antonio parece llevada de las narices hacia una aventura que está condenada al fracaso. Pasada más de la mitad de la película hace su entrada María Elena, una desbordada Penélope haciendo de ex esposa hipercelosa, “apasionada” y algo psicótica, que puede hablar en inglés, pero a la que se le escapa el castellano cada vez que le hierve la sangre. Es decir, bastante seguido.

Una vez más en esta última etapa de su cine, Woody Allen incorpora algunos recursos narrativos que rejuvenecen sus relatos a un punto tal que por momentos no parecen suyos. En el caso de un cineasta que siempre apostó mucho por el plano general –una elección de puesta en escena de la que habla bastante en las entrevistas del libro de Eric Lax–, no pudo dejar de notarse en Match Point cómo acercaba la cámara a las caras de Jonathan Rhys Meyers y Scarlett Johansson en algunas escenas con un efecto casi incendiario. Algo similar pasa en Vicky Cristina Barcelona entre los personajes de Bardem y Hall, cuyos rostros se encadenan a través de fundidos que otorgan una intensidad que sigue siendo rara para una secuencia romántica de Allen. Esta etapa de películas de protagonistas jóvenes tienen algo de iniciático, de salvaje pérdida de la inocencia. En sus tragedias, mediante el crimen (para trepar socialmente en Match Point y para escapar a serios escollos económicos en El sueño de Casandra). En una película tanto más ligera como es Vicky Cristina Barcelona, a través de escenas que grafican las trampas de la adultez a las que sus protagonistas se someten amarga pero voluntariamente; al llegar a su fin, ese verano de amor latino que viven las dos chicas extranjeras parece destinado a quedar en el recuerdo como apenas eso: un verano, una aventura aislada, justo antes de volver al compromiso, a la comodidad de un matrimonio nada prometedor. Un ciclo que se repite desde siempre, como le hace saber a Vicky su amiga Judy (Patricia Clarkson), quien, bastante mayor que ella, le habla de su matrimonio como de un arreglo amable del que no ve la hora de ser “rescatada”. Allen puede haberse vuelto demasiado automático en su cine, pero conserva por momentos la habilidad para trazar la tristeza inescapable de ciertas situaciones, y ahí está la escena en la que el novio de Vicky nos revela todo lo aburrida que puede ser una vida junto a él, un mundo entero retratado en unas muy pocas líneas de diálogo.

VCB pasea a su público por varios highlights turísticos de la ciudad (y de Oviedo), lleva su nombre en el título y hace sonar insistentemente una canción de cadencia tranquila y “seductora” que nos la recuerda a cada rato. Un exceso probablemente consciente, como se revela sobre el final de la película. Pero ése no es tanto el problema como –una vez más– la diferencia entre la película que vemos y la película que nos han vendido, responsabilidad de productores y distribuidores antes que de su guionista y director. Prácticamente oculto el nombre de Woody Allen, centraron la promoción en un ménage à trois entre Bardem, Penélope y Scarlett, que –no es por arruinarle la función a nadie pero– no es tal, ni mucho menos. O más bien sí ocurre, nos dicen que tuvo lugar, pero apenas asistimos a un beso y a cierta tensión que no se materializa en pantalla. ¿Y qué esperábamos? Allen ha hablado desde siempre de crimen y sexo en sus películas, pero nunca los hace visualmente explícitos. Al que un beso entre Penélope y Scarlett le alcance, que lo disfrute, pero claramente no es la intención. Porque el que tenga oportunidad de leer el flamante Conversaciones con Woody Allen, de su biógrafo Eric Lax, se encontrará con algunas declaraciones del director sobre su propio cine que intentan dar algunas discusiones por terminadas, y quede claroque lo único de lo que le interesa es hablar es la dificultad y la tristeza inherente a casi todas las relaciones humanas y sentimentales, y cómo vivir una vida normal puede ser suficientemente duro y frustrante. Y leyendo aquello y viendo VCB es imposible no pensar que entre toda su levedad se cuela una tremenda amargura, que la aventura es apenas un cuento de verano, que pasa, y sigue de largo dando lugar a la tanto menos interesante vida verdadera de la mayoría de los mortales.

Y si todo eso no importa, siempre están Scarlett y Penélope –-más verdadera when she speaks in spanish– en pantalla, tan lindas como siempre, más ligeras y de verano que nunca.

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