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Domingo, 24 de mayo de 2009

UNA VISITA AL ESTUDIO DE TAKASHI MURAKAMI, EL REY DEL MARKETING

Si ves a Buddha, cómpralo

 Por Sonia Tessa

Mientras Blum y Poe se retrasan un poco esperando a Murakami, noto que Schimmel no ha perdido el tiempo. Entra al edificio; lo sigo, y levanto la vista para mirar el Oval Buddha (foto). El personaje me recuerda a Humpty Dumpty. Está sobre un alto pedestal en posición de semiloto, una pierna flexionada y la otra colgando, y tiene, literalmente, dos caras. De frente luce una barbita muy similar a la de Murakami y una boca ondulante, mitad fruncida y mitad sonriente. Del otro lado de la cabeza hay una boca furiosa, con doble fila de dientes como de tiburón. Sobresale, en la espalda, una columna vertebral platinada. Debe ser uno de los autorretratos más grandes que se hayan hecho, pero por algún motivo el gesto no sugiere vanagloria: en todo caso, un sentimiento de absurda iluminación.

“¡Puta madre! ¡Increíble!”, dice Schimmel, lívido por la sorpresa. “Fantástico”, murmura cuando ve que toda la estructura se apoya en un elefante aplastado. “Creo que, cuando aceptó que era un autorretrato, Takashi fue capaz de llevarlo aún más lejos. Hasta ahora había ocultado su identidad.” Schimmel avanza hasta la base de la escultura y se para debajo de la inmensa cabeza colgante. “La improbabilidad”, dice, mirando hacia arriba. “Tan precario, tan emblemático. Podría caerse por el peso de la ambición. O es un desastre por desencadenarse o es... brillante.” A esta altura todos los demás caminan lentamente alrededor de la pieza. “En términos de espectacularidad, soy afortunado. ¡Dentro de quinientos años le van a rezar a esta cosa!”, anuncia el curador. Luego se acerca a Murakami, que está de pie, con las manos en las caderas, inspeccionando sobriamente los cambios realizados desde la última vez que vio la obra, dos semanas atrás. “Takashi —le dice—, te has puesto encima el siglo XII. Esto es grandioso. Vamos a hacer todo lo que podamos para que tenga la mejor ubicación.” El camarógrafo de Kaikai Kiki se acerca corriendo, pero no está claro si llega a capturar el momento.

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Los fragmentos y los epígrafes están tomados de Siete días en el mundo del arte (Edhasa).
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