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Domingo, 25 de mayo de 2003

Alfredo Casero > Un amor en Avellaneda

De muy chico disfrutaba mucho yendo al cine con mi mamá, que era una tipa muy graciosa, muy buena cantante y bailarina también. Con ella descubrí las películas de Niní Marshall; yo tenía 7 u 8 años y vivía en Avellaneda. Y en ese momento Niní no tenía posibilidad de comparación, era única. Pero recién ahora, con el bombardeo mediático, el cable y todas esa producciones de afuera, uno se da cuenta de lo importante que era. Y eso que para una mujer hacer humor es muy jodido, es casi cosa de hombres. Se basa en la bajeza o en la bajeza disimulada, o sin disimulo, como en Cha Cha Cha. Hay sólo dos o tres mujeres en el mundoa las que se puede llamar humoristas; Lucille Ball es una, Niní Marshall otra. A todas esas rubiecitas rápidas de Sony, Niní se las comería crudas. Es una de las pocas personas que me hizo ver que el humor es un arte muy alto.
Si me dicen “Vení a ver a la payasa croata al Circo de Moscú”, lo que me fijo es si tiene buenas tetas, casi no me río. Es difícil que me haga reír una mujer, me suelen remitir al calor de la madre y no a la risa frenética. Pero Niní, con su rapidez física, su belleza y lucidez es un cóctel muy fuerte. Y resultó demasiado para la Argentina de ese momento. Por eso tuvo que irse: por haber sido grande. Los artistas de humor pueden llegar a tener mucho poder, son moles que los políticos no pueden manejar, son los que comprenden la realidad y la dan vuelta, por eso son peligrosos.
A ella la reconozco como un capo cómico, de esos pocos que se hacen cargo de todo el acto de la risa. Porque hay que hacer un montón de cosas antes de hacer reír, así como coger no es el acto de la penetración. Capo cómico es el “Tony”, esa categoría dentro del universo de payasos que es el dueño del circo, es el Gabi, de Gabi, Fofó y Miliki. Así fue Niní. Se adelantó a su tiempo; el humor es eso, adelantarse. Y no sólo llegó sino que dio toda la vuelta, hasta se fue a México. Este país siempre destruyó a sus artistas, se comió a los cómicos. Hoy, no hay actriz que haga humor que no tenga un poco de amor y también de odio por Niní.
No puedo decir que me inspire en Niní Marshall porque no me inspiro en nada, hago humor como quien se corta y se desangra, y, a la vez, soy todos. Lo que tengo por ella es un gran amor y un gran respeto, sin haberla conocido. Si la tuviera de pronto sobre el escenario creo que me quedaría quietito esperando que me dijera qué hacer. Y en el momento en que me hiciera de reír, me enamoraría, me la llevaría a mi casa y me casaría.

Entrevista: C. S.

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