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Domingo, 20 de noviembre de 2005

CULTURA / ESPECTáCULOS

Dos grandes comediantes rosarinas asociadas en una obra inteligente

Las actrices Andrea Fiorino y Silvina Santandrea muestran
todo su talento y oficio en Povereta María, una obra que
símboliza a esas mujeres silenciadas durante tanto tiempo.

 Por Julio Cejas

Se pueden rastrear muchos disparadores en este verdadero trabajo de equipo que se conforma a partir de la obra Povereta María, entre las actrices Andrea Fiorino y Silvina Santandrea, independientemente de que una de ellas asuma la dirección. Este es un auténtico producto entramado a partir de una estética de la actuación, y desde esa óptica se privilegia el bagaje que tanto Santandrea como Fiorino vienen desarrollando hace años, sobre todo en ese riesgoso desafío que siempre implica los espectáculos para bares.

Podría decirse que desde El Discurso, hasta su última creación Pequeñas Terapias ilustradas, la Fiorino ha perfeccionado un estilo de actuación con sello propio que ha tenido influencias en muchas actrices de la escena local. Una de ellas sin lugar a dudas es esta Silvina Santandrea "Revelación Estrella de Mar 2004" por Puro Cuento, y reconocida animadora de espectáculos como Varieté Concert o Las increíbles mentirosas a partir de los cuales se fue instalando como una de las más dúctiles comediantes rosarinas de los últimos años.

Povereta María es antes que nada otro producto que muestra la capacidad de reflexión de artistas que aman la profesión y no se conforman con los logros alcanzados. En este sentido una propuesta teatral presupone una nueva exploración desde la técnica y desde el lenguaje intentando redescubrir algunos aspectos relacionados directamente con el tema del humor. No es casual que desde el humor se arribe al grotesco, tampoco es extraño que sean estas histriónicas artistas las que lleguen a profundizar este género que seguramente ha sobrevolado en muchos de sus personajes anteriores.

Lo importante y genuino de este abordaje acerca de lo femenino es justamente el lugar desde el que se recupera un tema que desde lo artístico pareciera repetirse sin alcanzar registros originales. Salirse fundamentalmente del acotado marco de denuncia de la situación de la mujer, no reiterar cierta tendencia a aprovechar los paradigmas de los últimos años donde la cultura pareciera querer ajustar las cuentas con una problemática que tiende a acomodarse a ciertos patrones establecidos. Partir desde la historia misma en que en nuestro país el tema de la mujer conecta directamente con el tema de la inmigración, abre un abanico de posibilidades que permite reflexionar acerca del rol de la mujer dentro del grotesco nacional.

Esta María es un poco el símbolo de todas esas mujeres arrumbadas en la cocina, silenciadas por la queja fundamental que les estaba reservada a los personajes masculinos como en el caso de algunos títulos memorables de Discépolo: Mateo, Stéfano, Relojero. Povereta María es según la concepción de su directora "un recorrido por una historia lejana en el tiempo, la historia de una inmigrante italiana que vive la nostalgia de su tierra tan distante, la acumulación de sus días tan iguales, la sobrecarga de esas rutinas y un entorno familiar que la ata y la sumerge".

Como todo antihéroe este personaje carga en sus espaldas la debilidad de haber engendrado y sostenido sus propias cadenas: "Es la madre protectora o la esposa ejecutora del perfecto machismo o una neurótica inestable o una sensual amante: es todas esas y más y en todas da rienda suelta a sus impulsos".

"Fatigada por tanto `deber` -plantea Fiorino- María se detiene, pero, incapaz de cuestionarse nada, sigue atrapada en el laberinto de su trágico destino. Víctima de poderosos lazos de amor, odio y muerte, revive a cada instante y desde su impotencia el deseo de terminar con todo".

Al igual que el príncipe Hamlet a la hora de tomar conciencia de los verdaderos móviles que aprisionan su existencia, sabe que tiene que tomar una decisión y es ella la única que deberá escoger las herramientas con las que cambiará su historia. Al igual que el aturdido personaje de Shakespeare optará por la locura, única herramienta que en un mundo de cuerdos la protejerá de la culpa y le permitirá cortar los lazos con un entorno hostil. "La locura es su única protección ante tanto desamparo: locura, amor, culpa, dolor, sueños, recuerdos, rencor: sólo eso", completa Andrea Fiorino en una lúcida interpretación de su propio trabajo.

Silvina Santandrea le pone el cuerpo a este proyecto y se transforma en una criatura por momentos tierna, desprotegida, humillada, amurallada en una sórdida máscara que le permite reirse de su absurda prisión. Al mismo tiempo irá juntando fuerzas desde su minúsculo rol de ama de casa para transformarse en una quijotesca mujer que puede silenciar con su furia tanto espanto cotidiano. Andrea Fiorino, conocedora del material que aborda, filtra en cada marcación muchos de sus gestos como si fuese ella la que interpretara el personaje de María.

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Santandrea y Fiorino consiguen uno de los puntos más altos a lo largo de sus trayectorias. Este trabajo que acaba de estrenarse en la Sala de la Cooperación y retornará el año que viene
 
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