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Domingo, 3 de agosto de 2008

CULTURA / ESPECTáCULOS › TEATRO. "LA GRACIA", DE LAUTARO VILO CON LA DIRECCIóN DE RUBéN SZUCHMACHER

Amaras a dios sobre todas las cosas

En esta obra se plantea qué significa amar, qué significa Dios y qué son todas esas cosas a las que se refiere cuando plantea que hay que amarlo por sobre todas ellas. Una historia que obliga a mirar bien de frente.

 Por Julio Cejas

Este viernes subió a la imponente Sala del Teatro Príncipe de Asturias, una extraña y rara avis del teatro argentino de los últimos años: "La Gracia". Amarás a Dios sobre todas las cosas, escrita por Lautaro Vilo y dirigida por Rubén Szuchmacher. Ya la aceptación por parte de la dupla Vilo﷓Szuchmacher del desafiante compromiso que implica comenzar a trabajar sobre los Diez Mandamientos entregados a Moisés en el Monte Sinaí, es todo un gesto a la hora de repensar la modalidad con que se aborda un espectáculo. De los diez directores convocados por Matías Umpierrez, curador y coordinador del Area Teatro del Centro Cultural Ricardo Rojas para abordar cada uno de los Mandamientos, Rubén Szuchmacher cargó con la responsabilidad de dar cuenta del Primero.

¡Amarás a Dios sobre todas las cosas!: es una exigencia poco frecuente para todo creador, pero también es cierto que sólo determinado tipo de teatro puede producir alguna reflexión que supere cualquier generalización o demanda filosófica para recrerarla y remontarla más allá del misterio religioso.

De la ambigüedad y las dificultades que propone este mandato divino excluyente, nos hablaba el mismo Szuchmacher, mientras el público desalojaba la sala después de haber asistido a una perturbadora y gratificante función.

"Se nos planteó de entrada el problema de dar cuenta de tres cosas sobre las que es difícil tener una idea concluyente: qué significa amar, qué significa Dios y qué son todas esas cosas a las que se refiere cuando plantea que hay que amarlo por sobre todas ellas".

De alguna manera en esas cavilaciones del director estaba la clave para el planteamiento dramático que el texto sobrio y aséptico de Lautaro Vilo propone para indagar y convertirse también por momentos en un misterioso recorrido que el espectador debe desandar a la manera de un descifrador de signos que no se presentan claros desde el comienzo.

El primero de esos signos contundentes, inapelable, es la puesta de luces del siempre creativo Gonzalo Córdova, inundando el espacio escénico con una cruda luminosidad que nos ubica en la sala de un hospital.

Allí en primer plano, el cuerpo amortajado de un hombre que parece haber sufrido un accidente con secuelas impredecibles, condena al actor Juan Manuel Torres a un inmovilismo que le exige tensar las pocas partes del cuerpo con las que podrá expresarse.

En la soledad de ese cuarto, solo un biombo, una silla y la nada, que también es blanca como la luz y quizás, eso lo sabremos más adelante, como el color de la esperanza.

Y entonces aparece ella, una mujer que rompe tanta pulcritud, enfundada en un impermeable, con un paraguas y una bolsa de plástico en la mano, y uno se pregunta si los ángeles no adoptarían un vestuario semejante para hacerse visibles en una tierra demasiado árida.

También son las siempre vivas razones que articulan cualquier ejercicio teatral y que se transforman en productos acabados cuando disparan otras preguntas y van construyendo el imaginario del dramaturgo que necesita interrogar permanentemente para tratar de encontrar respuestas.

Esta mujer, la actriz Berta Gagliano es el soporte perfecto para abrir el juego, es una especie de enviada que llega hasta ese lugar con una misión que sólo ella sabe y que estamos obligados a descubrir, porque a pesar de lo simple de su discurso, sabemos que todavía no nos dice todo lo que tiene que decir.

¿Quién es la victima y quién el victimario en esta historia?, ¿quién ha entramado los hilos para que la historia se complique y afuera se la cuente de otra manera?, el exterior siempre cuenta las historias según los efectos sin indagar sobre los móviles y los verdaderos efectos de las mismas.

La trayectoria, el oficio y el conocimiento de la materia teatral del director Rubén Szuchmacher le permiten desandar sus pasos y poner en escena con minucioso respeto por el autor, una pequeña gran obra.

Sin mayores pretensiones que devolver al espectador lo que el teatro le venia escamoteando en los últimos tiempos, una historia que nos haga mirar de frente y con los ojos bien abiertos.

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La actriz Berta Gagliano es el soporte perfecto para abrir el juego de la trama propuesta.
Imagen: Alberto Gentilcore
 
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