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Jueves, 16 de abril de 2009

CULTURA / ESPECTáCULOS › "FUERZA BRUTA" DE LOS CREADORES DE LA GUARDA

Una fiesta plagada de guiños

Un gran juego colectivo que se apropia de algunos recursos del teatro, la danza y parte de los rituales urbanos más reconocidos.

 Por Julio Cejas

Como estaba previsto por sus organizadores y después de un impactante operativo de prensa, se agotaron las entradas de las primeras funciones de Fuerza bruta, uno de los espectáculos que viene conmocionando al mundo y que recaló en el Salón Metropolitano del Shopping Alto Rosario. La performance diseñada por Diqui James junto a Gaby Kerpel ﷓-fundadores de los grupos La Organización Negra y De La Guarda-- volvió a convocar a un público mayoritario que conoce de antemano el formato de estos espectáculos.

Independientemente de lo que sugieren sus responsables, y a pesar del intento de alejarse de las inevitables comparaciones con Villa Villa, recordado y aclamado durante su presentación en Rosario, Fuerza bruta no se aparta en líneas generales de la estética de aquel primer producto terminado de De La Guarda. Más allá de que algunos se nieguen a reconocerlo, la construcción de estos espacios donde artistas y espectadores comparten un mismo recorrido tienen su origen en el emblemático grupo catalán La Fura dels Baus que en Accions (1983) culminaban una serie de intervenciones callejeras surjidas desde su constitución en 1979.

A Fuerza bruta puede atribuírsele el perfeccionamiento de una búsqueda que se enriquece a partir de intentar un despliegue donde las maquinarias y los objetos escenográficos apoyan el trabajo de un elenco que sigue estando más cerca del despliegue técnico y la acrobacia en su intento por acercarse a la fuerte carga poética de las imágenes generadas por la puesta en escena. Al igual que en Villa Villa, donde el recurso de montar sobre la cabeza de los espectadores un dispositivo que abría una de las ventanas de mayor significación poética, en Fuerza bruta la piscina flotante por donde se desplaza parte del elenco en acuáticas coreografías es determinante a la hora de evaluar el espectáculo.

Lo más significativo es el código instalado en el espectador por parte de los creadores de De La Guarda, un código que prende con mayor vitalidad en el sector de jóvenes que va dispuesto a participar de una auténtica fiesta, una fiesta plagada de guiños para dejarse llevar por el torbellino de efectos especiales. Desde el comienzo el público es incitado a través de las "recomendaciones" en off, a participar y contactarse con la escenografía, aceptando las indicaciones de los técnicos que irán preparando el espacio para el armado del ritual escénico.

Un hombre caminando sobre una espectral cinta de correr es atravesado por un disparo y esto genera el primer estallido de una concurrencia dispuesta a ponerle el cuerpo a una performance de la cual se apropia mientras el ritmo de la música proveniente de un apasionado DJ y los juegos lumínicos lo sumerjen en el convulsivo clima de una disco. La cinta se traga al hombre y lo vuelve a regurgitar mientras se cruzan otros hombres y mujeres que parecieran deambular por las calles de una agitada ciudad, sin más contacto que una devoradora avenida por la que se consumen sus viajes a la nada.

El hombre sigue corriendo y el sudor de su rostro empapa a los espectadores que son rociados por unos dispositivos que reaparecerán para motivarlos al igual que las persistentes ráfagas de viento y humo que los acompañarán a lo largo de un intenso viaje. El hombre irá atravesando paredes que estallarán contra su cuerpo, y la cinta seguirá devorando a esos seres que parecieran recordarnos algunas escenas del film The Wall de Alan Parker.

No faltarán algunas escenas aéreas y el despliegue de inmensos telones que acariciarán las cabezas de un público que se siente como en un estadio de fútbol cuando comienza el ritual de desplegar las banderas para recibir al equipo favorito. Allí está una vez más el acierto de los diseñadores de este gran juego colectivo que se apropia de algunos recursos del teatro, la danza y parte de los rituales urbanos más reconocidos para disparar los sentidos antes que el intelecto.

Mucho antes de que esta propuesta recalara en Rosario, la expectativa estaba instalada, las entradas comenzaron a agotarse y en estos casos el público no invierte en vano su dinero. Los organizadores ya prolongaron una nueva semana de funciones que seguramente, y a partir del boca a boca, volverán a repetir la afluencia abrumadora de espectadores.

Esto confirma la actitud de los que asistieron al estreno, imposible resistirse a una performance de la que uno es parte y en la cual no caben las especulaciones. En este sentido no hubo lugar para lo imprevisto, hasta eso previeron los creadores de un show que premió al final a la concurrencia con un poco más de baile y agua para refrescar a los más excitados.

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El despliegue técnico y la acrobacia son impactantes.
 
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