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Lunes, 10 de abril de 2006

CULTURA / ESPECTáCULOS › OTRA VERSION DE LA MIRADA CRITICA DE STEPHEN FREARS

Más que una comedia de época

La atmósfera de celo y control de la tardía era victoriana es
el marco para que el director inglés insista con su ideología
del coraje frente a la adversidad y la lucha por los principios.

 Por Emilio Bellon

MR. HENDERSON PRESENTA 8 puntos

Dirección: Stephen Frears

Guión: Martin Sherman

Fotografía: Andrew Dunn

Música: George Fenton

Intérpretes: Judi Dench, Bob Hoskins, Willa Young, Kelly Reilly, Thelma Barlow, Christopher Guest.

Duración: 103 minutos.

Salas: Monumental, Showcase y Village.

Si bien esta última obra de Stephen Frears, realizador que nunca dejó de lado su mirada crítica sobre el mundo de hoy, transita por los carriles de la comedia y, más aun, por un modo de comedia que saluda al musical, no obstante podemos señalar como rasgo dominante ese latente matiz de melancolía y de fuerte presencia dramática que une los distintos momentos del film. Y es que Mr. Henderson presenta, desde un espacio que pone desde el inicio la voz y la presencia de una primera persona, construye un microespacio en el cual se dan citas distintas siluetas de un tiempo transitado por la crisis económica y la tragedia de los años de la guerra. Ignorada en el último gran ritual de los premios Oscars, la talentosa actriz de carácter Judi Dench compone a una vieja dama que tras haber visto partir a su marido al otro reino decide, a espaldas de una sociedad, dar rienda suelta a una juguetona intuición. En un viaje de rutina hacia el cementerio, un hecho azaroso la lleva a visualizar, de manera casi sospechosa, las puertas cerradas de un viejo teatro que, ya desde el nombre El Molino nos remite a las luces de Folies Begere y a la figura simbólica de un dispositivo que activa y pone en movimiento lo que espera en silencio.

Pero, claro está, si bien se cuenta ahora con esa suma, que no se pretende (como le indica su cómplice y siempre risueña amiga) gastar en pieles ni alhajas, el próximo paso es buscar un director, encargado y puestista. Y ahí sale a su cruce, desde un ríspido encuentro inicial, la figura inolvidable de un tal señor Vivian Van Damn, rol que asume con brillantes el notable y un poco olvidado Bob Hoskins. Actor que, por otra parte, componía a uno de los personajes mas acertadamente tratados en la ultima versión de la novela de Charles Dickens Oliver Twist, en manos de un conmovedor y autobiográfico Roman Polansky.

Ante un film como Mr. Henderson presenta uno puede añorar los mecanismos que definían la comedia clásica, esa suerte de situaciones que se movían en base a alusiones y citas con segundas lecturas, bien, con momentos en los cuales jugaba el efecto cadena de una perdida causa. Aquí, en tal caso, Stephen Frears pone el acento en el téte a téte de los dos personajes centrales, como si de un duelo actoral sobre un escenario se tratara. En tal caso, y para disfrutarla como lo plantea esta propuesta, me permito subrayar ciertas secuencias en las que se nota un fuerte trabajo de condensación y de sentimientos múltiples.

Estamos en los años en los que Inglaterra aun esta dominada por el celo y el control victoriano y la nueva propuesta de esta irreverente dama de alcurnia, que intercambia saludos con un tal Lord Chambelán (distinguido y severo funcionario de la censura de su tiempo), nos permite levantar el telón sobre la figura del desnudo, motivo perseguido y enjaulado por los funcionarios del régimen. Es el cuerpo, en su inmóvil estado primario, con toques que asemejan figuras de un museo, el que -a manera de los centros de diversión de París- pasará a ocupar la escena. Un film que es toda una apuesta a defender la libertad de expresión, el sentimiento lúdico y esperanzador, aun bajo los fuegos de los bombardeos.

Con ciertos pasajes que tienden a la reiteración, sin embargo Mr. Henderson presenta deja asomar la ideología del coraje y la lucha por ciertos principios, como es tema habitual en los films de Stephen Frears, particularmente los que desnudan la Inglaterra de Margaret Tatcher, como los que identifican los de la primera etapa: Ropa limpia, negocios sucios, Sammy y Rosye a la cama y, entre otros, en traje de época, Las relaciones peligrosas.

En la composición que tiene a su cargo Judi Dench, como Laura Henderson, están presentes el dolor por el secreto que guarda y que tiene lugar concreto en el norte de Francia y, simultáneamente, el sentido de comprender el dolor ajeno en la espera, la soledad, como la que se juega frente a la nueva figura de la audaz coreografía, la joven Maureen de perfil botticelliano, frente a su desengaño de amor. Pero el peso central de su figura se manifiesta de manera más temperamental, cuando debe estar frente a frente con su seductor administrador quien, por otra parte, como los otros hombres del teatro, tendrán su propio momento de desnudez.

A esta altura, observará el lector que el recorrido que el film nos propone, planteado inicialmente como comedia, abarca una paleta de sensaciones y de tonos cálidos, desvaídos, que permiten transparentar una acuarela de melancolías. Y es por ello que frente a una cinematografía, que sucumbe al canto de sirenas de nuevos mercaderes, un film así, tan íntimo y tan ajeno a la masificación de la industria, y que pone el acento en lo personal, en las pequeñas historias de los que siguen soñando, merece ser admirado por la luz misma de su título. Y es que el teatro El Molino de Laura Henderson y del señor Van Damm sigue abierto para nosotros. Y en los intervalos, en esos momentos en los que la pausa y el silencio se vuelven necesarios, siempre hay un lugar en la terraza para una invitación a bailar.

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Judi Dench y Bob Hoskins a cargo de dos grandes composiciones que son sustento del film. Duelo actoral donde se nota un fuerte trabajo de condensación y de sentimientos múltiples.
 
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