Domingo, 27 de diciembre de 2015 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › BALANCES 2015. UN REPASO POR LA ESCENA MUSICAL A LO LARGO DEL AñO.
Podría haber sido recordado como el año en que se festejó el medio siglo de trayectoria de Litto Nebbia. Sin embargo, la muerte del bajista Adrián Rodríguez terminó desnudando falencias que marcan a la actividad artística de la ciudad.
Por Edgardo Pérez Castillo
En lo que a música refiere, el año que termina podría haber quedado en el recuerdo por la celebración a la magnífica trayectoria de Litto Nebbia, nombre fundacional del rock argentino que alcanzó medio siglo de camino artístico. Sin embargo fue la tragedia la que terminó quebrando a una escena musical habituada a las precariedades, la desidia y falta de controles (ya sea por incapacidad, negligencia o corrupción), factores que se combinaron fatalmente la madrugada del 12 de octubre, cuando el bajista Adrián Rodríguez recibió una descarga letal mientras actuaba junto a su banda Raras Bestias. Esa noche, el Café de la Flor fue el escenario de un hecho que (según se desnudó a medida que las voces de los artistas se multiplicaron con consternación) podría haber ocurrido tantas otras veces, en ése u otros espacios, en locales que se jactan de dar cobijo a un movimiento musical demasiado numeroso para la pobre infraestructura escénica rosarina. Una escena que todavía sigue construyéndose desde lógicas empresariales que tienen al músico como mera herramienta de lucro.
La muerte de Adrián Rodríguez, en ese marco, fue una desgracia que, a casi tres meses de ocurrida, no parece haber abierto caminos hacia mejoras sustanciales. Las discusiones que se despertaron entonces hoy no encuentran eco en un Estado que hace su aporte a través de subsidios, espacios de formación y eventuales festivales (impulsados concretamente desde el área de Cultura), los mecanismos más sólidos que encuentra para vincularse con artistas que requieren de una contención aún mayor. Es allí donde las distintas áreas del Ejecutivo deben accionar, aportando ya no sólo recursos, sino además seguridad, capacitación y políticas que tiendan a fortalecer al artista como trabajador de la cultura.
Con esa marca indeleble y trágica, el 2015 terminó dejando en evidencia una situación ya conocida, pero pocas veces debatida en profundidad. De cara a lo que viene, las discusiones deberán hacer foco ya no sólo en los lineamientos y requerimientos municipales que regulan la actividad artística en locales (que siguen rigiéndose por un parche que buscó morigerar una normativa hoy ridícula), sino además en el propio quehacer musical y en las condiciones en las que se lleva adelante. Y, también, en colaborar en la búsqueda de herramientas que permitan conquistar a un público rosarino que sigue siendo esquivo cuando de producciones locales se trata. Un público que continúa atado a la mercadotecnia porteña o extranjera, privilegiando muchas veces a propuestas bien promocionadas, pero de calidad dudosa.
En este contexto, Rosario sigue siendo una ciudad con una intensa producción musical, que se fortalece desde la edición independiente, motor de una escena que ha crecido no sólo en cantidad y calidad, sino también en su interconexión: los sellos autogestivos vienen demostrando una sana capacidad para escaparle a la mera competencia, descubriendo caminos de cooperación que se traducen en festivales compartidos, ferias y experiencias que nutren a la siempre característica diversidad musical rosarina. Así, a la señera experiencia de Planeta X hoy pueden sumarse proyectos como Otro Río (además impulsor de un encuentro que crece con constancia), Júbilo, Fluorescente Discos, Sad punk, Rompe y Discos del Saladillo, entre otros. Todo ello no puede pensarse sin el amparo y las bases moldeadas desde El Qubil, asociación de músicos independientes que sigue trabajando para proponer herramientas de producción y edición que se amoldan a las posibilidades tecnológicas de estos tiempos.
En lo que a calendario refiere, la grilla de actividades musicales volvió a incluir a algunos puntos fuertes que ya son clásicos dentro del anuario: el ciclo Rosario bajo las estrellas en el Anfiteatro municipal, la celebración de la primavera en la franja joven del río (desde hace años, es allí donde la ciudad más se aproxima al perfil de un festival de rock, materia sin dudas pendiente en la agenda cultural), el siempre bienvenido Encuentro de Músicos populares y el Metropolitano de tango. Con mayor especificidad, y un futuro promisorio, se repitieron experiencias como Rosario Repercute y Oboefest, además de los encuentros de arpas y charangos en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa. El jazz, además, volvió a tener presencia con un encuentro que se dividió entre el propio CCRF y el Espacio Cultural Universitario, desde donde se propuso además un cronograma de conciertos gratuitos más que atractivo. Desde el Centro Cultural Parque de España se diagramaron también propuestas que ratificaron uno de los valores distintivos del espacio de Sarmiento y el río: su garantía de calidad. Mientras tanto, en la capital provincial se repitieron los ya tradicionales Trombonanza y el Festival de Jazz de Santa Fe. Completando el recorrido por encuentros de presencia fuerte, hace apenas unas semanas otra expresión en constante crecimiento tuvo su punto alto: una nueva edición de El tablado nacional reunió a murgas de estilo uruguayo de distintos puntos del país.
Entre los hechos distinguidos, no pueden dejar de citarse los premios Konex a Jorge Fandermole y Los Palmeras, nombres referenciales de la música popular santafesina. Pocos meses antes, los premios Gardel tuvieron también una importante marca provincial: el propio compositor recibió su estatuilla por el magnífico disco doble Fander, mientras que el armoniquista Franco Luciani fue galardonado por Gardelerías y la cantante Dalila (oriunda de Rosario) obtuvo su tercera distinción en el rubro tropical. La ceremonia, celebrada en junio, incluyó nominaciones a dos proyectos que, aunque jóvenes, vienen pisando fuerte en la ciudad: Mamita Peyote y Evelina Sanzo. La lista de nominados rosarinos sumó a artistas de trayectoria como Juan Carlos Baglietto, Silvina Garré, Coti Sorokin y Fito Páez quien, dicho sea de paso, a comienzos de diciembre ofreció en El Círculo dos conciertos notables, con motivo de los 30 años transcurridos desde la edición del fundamental Giros. En tren de conmemoraciones, el ciclo por los 50 años del rock rosarino resultó una experiencia conmovedora, cuyo registro debería ser de edición obligada para dejar evidencia firme de ese gran repaso por la riqueza histórica de la siempre plural música rosarina.
Por supuesto que esta síntesis resulta injusta con la innumerable cantidad de propuestas que, al margen de los shows antes citados o las visitas de renombre nacional e internacional (ver subnota), construyen a diario la escena musical en la ciudad. Un movimiento en constante crecimiento pero que, como se mencionó anteriormente, debe afrontar falencias estructurales que también dejan en evidencia las contradicciones de un Estado municipal que por un lado promueve la formación (con proyectos fructíferos como la Escuela de rock o el programa de coproducciones de la Editorial municipal) pero que no termina de sentar las bases para que esos mismos artistas encuentren escenarios donde mostrar su arte.
La muerte de Adrián Rodríguez fue este año la que terminó reflotando la discusión sobre una problemática que, por supuesto, no es nueva. Resultará sustancial sostener ahora con firmeza ese debate, que debe ser impulsado sin dudas desde el propio Estado, pero al que los propios artistas, empresarios y gestores culturales deberán abonar con coherencia, sentido crítico y memoria. Una tarea indispensable, también, para comprender las complejidades de los tiempos que corren.
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