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Lunes, 24 de octubre de 2016

CULTURA / ESPECTáCULOS › ¿QUé INVADIMOS AHORA?, EL NUEVO DOCUMENTAL DE MICHAEL MOORE SOBRE SU PAíS

Para revalidar el sueño americano

Mirada simplista para interpelar a EE. UU. por contraste con Europa. Si el título es una ironía, la película ofrece muy pocas.

 Por Leandro Arteaga

¿Qué invadimos ahora?
(Where to Invade Next - EE.UU., 2015)
Dirección y guión: Michael Moore.
Fotografía: Rick Rowley, Jayme Roy.
Montaje: Pablo Proenza, Todd Woody Richman, Tyler H. Walk.
Con: Michael Moore, Krista Kiuru, Tim Walker.
Distribuidora: Diamond Films.
Duración: 120 minutos.
Salas: Monumental, Del Centro, Hoyts, Showcase.
5 (cinco) puntos.

 

Michael Moore se impone, es inevitable, irresistible. Tiene habilidad para el relato, y éste no es un rasgo de cuño televisivo, una de sus procedencias profesionales. El razonamiento, justamente, debe ser inverso: tal habilidad la supone el cine, la (buena) televisión la hereda. Entonces: Moore tiene talento para el cine.

Hay detractores, está claro. Pero hay películas que lo validan. La más rápida para la memoria es Una nación bajo las armas (2002), con su relato fragmentado en tantas líneas dramáticas como necesite, con resoluciones dilatadas. También Sicko (2007), en donde registra momentos sin montaje, de manera estrictamente real, como lo supone el drama desconsolado de personas afectadas de salud por el 11‑S, que rompen en llanto ante el medicamento gratuito que reciben en una farmacia cubana. La síntesis que logra en ese momento es magistral.

Antes bien, la mejor de todas sus películas es Roger y yo (1989). Allí está la mirada minimalista, sin excesos, capaz de utilizar un MacGuffin efectivo, suficiente: ¿podrá Michael Moore entrevistarse con Roger Smith, CEO de la planta de General Motors que cerrara en Flint, la ciudad natal del periodista/realizador? Una comunidad derruida acompaña el film. Si la entrevista se logra o no, es responsabilidad del espectador. Vea la película, es notable.

De Roger y yo a ¿Qué invadimos ahora? hay un camino de desborde, son dos extremos. La intimidad de aquella, devenida ahora grandilocuencia, desmesura. La mirada corrosiva se ha ido desdibujando un poco, seguramente la variedad de temas que aborda el nuevo film la hace casi naufragar. Es decir, Moore se dirige a suelo europeo con una bandera estadounidense a cuestas, recorre varios países, y se detiene en aspectos con los cuales contrastar el "sueño americano".

No se trata de una película sobre cómo es Europa, sino sobre cómo es Estados Unidos. El periplo da cuenta de aspectos que son diatriba insigne en el señalamiento del cineasta: la violencia policial, el racismo, el trabajo a destajo, educación y salud privadas, entre otros aspectos. El reverso lo encuentra en países repartidos, a veces elegidos con mayor fortuna, otras no. Por ejemplo, el caso de los CEO's y trabajadores italianos entrevistados, opinando sobre las vacaciones pagas, atributo que los norteamericanos desconocen, es un arma de filo doble. Por un lado, desde ya, es la denuncia de tamaña barbaridad norteamericana; por el otro, es la endeble caracterización de una sociedad (la italiana) casi libre de fisuras, como si no hubiese un espectro mucho más complejo por debajo de esa línea social/económica que representan los testimonios.

Desde luego que hay hallazgos, como lo suponen las cárceles modelo de Noruega, cuyos policías cantan, bailan, y eligen hablar en lugar de disparar. Un delirio cierto, que contradice la distopía más furibunda. O el destino de cárcel para los banqueros corruptos de Islandia, algo que vale asimilar con cualquier otra nación, ¿qué duda hay? Sería un buen, un gran, un extraordinario comienzo... Por otra parte, algunos aspectos referidos no dejan de ser un espejo más o menos certero sobre lo que toca al espectador argentino. Saberse amparado por un sistema educativo gratuito es algo que no sucede solamente en Eslovenia. No es poca cosa, más vale tenerlo presente.

Lo referido posee mayor o menor tino, pero lo que surge como totalidad es una sumatoria algo desgajada, que no cierra. Tal vez sí como caracterización, por vía negativa, de los Estados Unidos, pero Moore ya lo hizo antes y mejor. Muchos de sus informes para el envío televisivo The Awful Truth estaban mejor logrados. Lo que se pierde en el camino es la complejidad, el proceso reflexivo, atado a una inmediatez que hace evidente el poco tiempo del que dispone la película y la duración extensa, valga la paradoja, que posee. 120 minutos en donde se reitera una misma característica narrativa: cada visita al país de turno como una unidad dramática, que se conecta con las otras.

El resultado es la enunciación de una conclusión presumiblemente cuestionable, surgida de los mismos testimonios, como si allí anidara el cometido real del sueño americano. Tal vez sí, pero es bastante endeble como para creerlo. Más creíble es Roger y yo.

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Moore armó el bolso y se fue a Europa con una bandera estadounidense a cuestas.
 
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