Martes, 5 de agosto de 2008 | Hoy
Por Gustavo Boschetti
Uno de los sectores que más me gusta de la casa es la cocina. Cenamos ahí, en una pequeña mesa dispuesta bajo la alacena, a un costado de la ventana. No así en el almuerzo. Ambos trabajamos y llegamos a casa nunca antes de las siete de la tarde.
A Marcela le gusta cocinar. Nunca lo dijo pero lo demuestra. Lo demuestra porque nunca ha dejado de hacerlo. Jamás ha dejado de servir la cena a las nueve en punto. Y ni siquiera es necesario que me llame a la mesa. Solía hacerlo, en una época no muy feliz de nuestro matrimonio. Por entonces discutíamos mucho. Para evitar que se repitieran las peleas -y que ella, como siempre, acabara llorando- yo llegaba del trabajo y me refugiaba en el estudio, a limpiar por enésima vez mis discos o a leer una revista, quizás a dormir un rato. Cuando llegaba la hora, y sin moverse de la cocina, ella me gritaba: "Gerardo", una vez, y luego, "¡Gerardo!", un poco más fuerte, hasta que comprendía que yo tenía mis auriculares puestos; sólo entonces abría la puerta del estudio y, con una rápida seña de manos me indicaba que la cena estaba servida.
Pero, gracias a Dios, esas épocas pasaron. Ya no es necesario que me llame. Yo he aprendido a respetarla, y sé que a las nueve en punto la comida está en la mesa. De manera que ahí voy, a la hora justa. Creo que Marcela se merece esa actitud de mi parte, porque ella también ha cambiado. Ya no me vuelve loco preguntando que cosa quiero comer, como lo hizo durante años. Ahora simplemente prepara lo que hay, lo que compra en el súper por la mañana, antes de ir a trabajar. Porque, además, que quede claro: no soy exigente. En absoluto. Siempre estoy conforme con lo que cocina Marcela, y no es necesario que hablemos del asunto.
Decía del respeto. Y con Marcela nos respetamos, aprendimos a hacerlo. Es común que, mientras cenamos, miremos el noticiero de las nueve. Y que los dos permanezcamos en silencio para que el otro pueda informarse. Cuando llegan los cortes comerciales, nos comentamos algunas cosas cotidianas: cómo te fue hoy, cómo está tu madre, que camisa querés para mañana. Cosas por el estilo. Pero enseguida callamos cuando vuelven las noticias. El televisor casi nunca está apagado en casa, y suele ser el único sonido que se escucha. A mí no me molesta. A ella tampoco. Hace algunas semanas compré otro aparato para el dormitorio, porque, luego de pensarlo un poco, decidí que Marcela merecía su televisor propio. Ahora, después de la cena, ella puede ver sus unitarios y sus novelas, mientras yo miro el fútbol o programas de política. Lo merece, sin dudas, porque es una gran mujer.
A veces suena el teléfono mientras estamos cenando. Generalmente es su madre la que llama, y hablan varios minutos. Yo percibo que Marcela baja su tono de voz cuando habla con su madre. Para no molestarme, supongo. Esas cosas hay que valorarlas, sobre todo si se trata de personas que, antes que nada, han aprendido a respetarse.
Los fines de semanas son especiales. Nos vemos poco. Es necesario que cada uno se distraiga y pase tiempo con sus amigos, siendo el descanso tan corto y necesario. Y en cuanto a la cena, sábados y domingos nunca cenamos solos. Siempre están sus padres o los míos. O su hermano. En esas ocasiones conversamos hasta tarde. Resulta, en fin, bastante fastidioso, aunque entiendo que ellos no estén obligados a compartir nuestra forma de vida, ese respeto por la privacidad y por los asuntos del otro, que son el pilar de nuestra relación.
Debo admitir que la de anoche fue una cena atípica. Marcela no encendió el televisor, me dijo que teníamos que hablar. Supuse que se trataba de un tema doméstico, de todos los días. Algo sin importancia. Pero de golpe quebró en llantos. Yo permanecí callado, esperando que decida hablarme. Ella, sin embargo, se levantó de la mesa y se encerró en el cuarto, sin decirme una palabra. Quizás haya tenido algún problema con su madre, o en el trabajo. Quizás sólo estaba cansada. Yo seguí mirando el televisor de la cocina, con el volumen muy bajo para no molestarla. Y cuando fui a acostarme ya se había dormido. Hoy temprano, salí a trabajar y ella seguía durmiendo. Pero no quiero alarmarme. Seguramente la de hoy será una cena tranquila. Y lo de anoche habrá pasado. Todos tenemos momentos buenos y malos, hay que saber comprender. Y respetar. En una pareja lo importante es el respeto. Lo demás, todo lo demás es secundario, como siempre digo.
*de "En Pedazos" (Editorial Ciudad Gótica, 2007)
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