rosario

Domingo, 31 de mayo de 2009

CONTRATAPA

Desnudarse

 Por Federico Tinivella

El naturismo comienza, como movimiento social, a principios del siglo XX en Alemania, influenciado por la publicidad de dos libros: Die Nacktheit (La desnudez) y Nacktkultur (Cultura de la desnudez). El primero proponía una forma de vida utópica vegetariana basada en la vida natural donde la gente no necesitaba ni ropa ni carne, alcohol o tabaco. El segundo se centraba más en la práctica de ejercicios gimnásticos al aire libre, igualmente desvestidos.

Dreuty se sintió abrazado por la humedad, capturado en un círculo de agua que le tendía un mes de mayo más cálido de lo acostumbrado. Se secó la frente con papel higiénico y escupió, bien lejos de la cama, tratando de no pegarle al perro, que todavía dormía, estirado como una bufanda mojada, cerca de la puerta. El Panza sintió el vaho que penetraba por la ventana apenas abierta y no pudo menos que pensar en Macondo y en el cambio climático. Pasó después a detenerse visualmente en el vello que le cubría el pecho y a enrular algunos grupos de éstos simulando olas. El mar era para Dreuty vacaciones familiares en San Clemente. Todavía quedan algunas fotos perdidas en los cajones. Hay una donde se puede ver al panza con una tabla celeste de telgopor en primer plano con una malla rayada blanca y roja, atrás bajo una sombrilla floreada totalmente desnudo a su padre que aferra una lata de cerveza y sonríe a cámara, por suerte para el espectador, levemente fuera de foco. Esta es la última imagen que conserva Dreuty de su padre, aquél camionero ausente, que en las últimas vaciones del Tuyu agarró la poca ropa que llevaba y arrancó para no volver. Algunos argentinos que anduvieron por España dicen que lo vieron en unas playas nudistas cerca de Ibiza, atendiendo un bar, y se traen como recuerdo de aquel encuentro la imagen de un mozo cubierto solo de unas largas rastas y una bandeja y algunas palabras que parecían memorizadas de un panfleto: "el nudismo es una señal de libertad porque no tiene sentido demonizar ninguna parte del cuerpo. Y, ya afectado por el habla local, continuaba "si no te pones un bañador o un biquini para ir a la ducha ¿por qué ponértelo aquí?". Más allá de esto a Dreuty la foto lo trata como lo trataría un gas lacrimógeno. Es inevitable que cada vez que por casualidad vuelve al cajón de la mesita del living y se topa con esa imagen se desestabilice por completo. Puede venir de ganar un partido de truco, juntar moras o de andar en bicicleta sin manos, con esa alegría sana de niño manso, pero al caer en el cajón cae también Dreuty, se dobla sobre aquellos recuerdos como una birome sobre un alambre un mediodía de enero.

En San Clemente paraban en la casa de Tito, un pelado jovial, fanático de los autos de carrera, que trabajaba en un corralón. Tito había conocido al padre de Dreuty porque eran del mismo gremio. Habían arrancado juntos en el reparto pero más tarde Amilcar Dreuty prefirió el viento en la cara, los amaneceres en la ruta, el codo incendiado, los pueblos frágiles, perdidos y amables, el asado al paso y los burdeles, a la seguridad del mapa trazado en la zona de Avellaneda y Travesía.

La casa no estaba cerca del mar, era más bien pequeña, ahora le llaman loft, antes casilla. Tiraban unas colchonetas en el piso para Dreuty y sus hermanos, mientras que los padres dormían en una camita de una plaza apretada contra la pared. Ya no era como otros veranos que por las noches escuchaban el gemido de las maderas cortando el silencio de la costa. El fantasma de la crisis de pareja escupía su humo negro en esa ansiada vacación. Amilcar Dreuty había comenzado su transformación, leía libros raros, en algunos en la tapa se veían personas con túnicas. Esas últimas vacaciones se lo pudo ver frente al mar, siempre desnudo, en canastita, con los ojos cerrados, profiriendo palabras a los cielos abrazadores que cubren la sal del tiempo en el paraíso del Santo. Amilcar que antes era grosero y peleador se había vestido con un manto de reserva, circunspección y cautela, que ya sonaban a ocultación. Dreuty lo retaba a partidos de paleta en la orilla. En veranos anteriores solían pasar más de tres horas practicando aquél deporte. Por la noche la madre del Panza los retaba como a dos niños porque parecía que de tan rojos iban a explotar. Sin embargo la paleta había dejado de ser también del interés de Amilcar. Dreuty sintió que su padre se estaba secando, esperaba todo el año para compartir más de dos días seguidos con su padre y tenía como respuesta ahora, cada vez que lo buscaba, una mirada vacía y mustia, que hasta le provocaba miedo. Por otra parte, el hecho de que anduviera desnudo empezó a molestar a ciertas personas y a vecinos de la casilla. Es por los chicos, decían.

Una mañana, faltaban todavía tres días para cumplir la quincena, al volver del mar, después de una larga jornada en las dunas, exhaustos, descubieron que el camión ya no estaba, ya no la sirenita saludando desde el vidrio o la frase en el paragolpe que rezara: "visteme despacio que voy de prisa". Encontraron sobre la mesa de la cocina una carta con escuetos motivos de la fuga. Con lágrimas en los ojos la madre de Dreuty se aferró a una botella de grapa que no soltó nunca más.

Dreuty deja de jugar con el vello que le cubre el pecho, desarma las olas que traían los vientos del pasado. Desteje sin prisa esos recuerdos cuando escucha que alguien aprieta el botón del baño. Recuerda al instante que anoche durmió con Martita, la hija del almacenero. Mayo escupe una humedad brava. Martita sale del baño como dios la trajo al mundo, mostrándole a Dreuty porque es la hija del almacenero, despreocupada y bella. Al verla el Panza no puede menos que recordar a su padre corriendo hacia el mar en bolas aquel verano en San Clemente, cuando toda la playa mostró a viva voz su indignación, que ahora Dreuty, entiende, fue incomprensión desmedida.

Es la imagen de Martita ladeándose en el pasillo, descarada e impúdica, la que le enseña a mirar aquella foto de Amilcar fuera de foco de otra manera. A hacer las paces con la figura del camionero y naturista Amilcar Dreuty, su padre.

Qué preferís: ¿El día o la noche? ¿el verde o el rojo? ¡Descubrí quién sos realmente!

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