rosario

Viernes, 11 de septiembre de 2009

CONTRATAPA

Maestros

 Por Bea Suárez

Ahí van los maestros con sus tizas y salarios.

Van adentro de sus portafolios junto al pavor por la indisciplina.

Como soldados de uniforme blanco; la vida purífica los observa propagando esperanza argentina. Poca cosa.

Ahí van los otros maestros, los que nos enseñaron a amar, a valorar el limonero, los que dieron lugar a lo que no anda, al estorbo vital, a la pluralidad tan necesaria.

Maestros sin título, que me delimitaron como mujer, contornearon mis ambigüedades, mis verdades, y evitaron beber lo aniquilado cuando la poesía fue chica y el dolor grande.

Ahí van mis maestras de primaria, la Universidad adentro de ellas, la inyección de lo que aún perdura, los tobillos cansados de tanto subrayar en alto.

Van desde el Chaco a La Quiaca, procurando no desvirtuar lo esencial; doctoras, porteras, mujeres bajitas, vivaces.

Van maestras que, por llevar hombres a dedo, fueron violadas al salir de la escuela, van unas hermosas que sacrificaron su vida enfrentando negatividad y ruptura, ellas con sus cochecitos mágicos nos dieron las letras insulares, inmunes a mí, van, van.

Pasan en íntimos camalotales de pizarrón, por el Gualeguay, a la orilla, bandera de Entre Ríos, por el Paraná, maestrito de isla que tanto das y das.

Tenazmente, señoritas proféticas, porque todo es lenguaje y ellas lo saben, ellos lo saben cada día al izar los ojos y marchar por las veredas.

Cuando está todo contado aparece un maestro a contarlo de nuevo, a ponerle justeza a la narración y que una fábula sea menos dura que la vida.

Por eso van desintegradas a hablar con directoras, a saborear la hondura de corazón que hay en un chico, o el aséptico Ministerio de educación donde habitan legajos y burocracia que nada sabe.

Pasan maestros agujereados por la realidad, a enseñar todavía como si el futuro fuera cada vez mejor. Creen en algo, en las palabras primordiales, salir en pos de cosas buenas, darles a los alumnos oportunidad y estratagema.

Si rezo, rezo a los maestros, a esas señoritas como hadas, en congreso de borradores permanentes, y si no hay borrador hay trapo, y así, van.

Decidieron dedicarse al cimbronazo cáustico de transmitir la verdad picante y primera, decidieron armar al hombre nítido desde el vamos, un niño de seis, un adolescente de quince.

Son las espinas ansiosas por clavarse en Argentina para hacer alguna cosa, anotaciones corpulentas en el tiempo y el año que va marzo a diciembre.

Hoy es su día, 11 de setiembre, quería saludarlas desde la contratapa del diario que las conoce, las recorre, las toma cada vez que no se sabe si tienen alegría o cansancio.

En el mástil solvente del existir, una vez recibirán ese premio ermitaño que nadie reconoce, que nadie ve cuando, cabizbajas, salen de la casa a la mañana para deglutir la quejumbre de un niño que aprende.

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