Sábado, 4 de febrero de 2006 | Hoy
Por Gary Vila Ortiz
Nadie debe suponer que la prohibición de fumar en bares, lugares públicos y otras yerbas provocará problemas como los que provocó la funesta ley seca en los Estados Unidos que lo único que produjo de bueno fueron las películas de gangsters, ciertas novelas y personajes que se recuerdan más que quienes prolijamente quisieron impedir desde un puritanismo ridículo que la gente tomara. Recordemos algunos de los resultados de la ley seca que rigió durante unos catorce años en los Estados Unidos a partir de las 12:10 del 16 de enero de 1934. John Kramer el nuevo comisionado de la prohibición proclamaba que la ley sería obedecida en las ciudades grandes y pequeñas, y ahí donde fuera desobedecida se haría cumplir. Esta prohibición incluía numerosas leyes, pues era la enmienda número 18 a la Constitución de los Estados Unidos lo que estaba en juego. Una de esas leyes, bien conocida, era ley Volstead. Por cierto que estas prohibiciones tuvieron por resultado que en ese periodo los norteamericanos bebieran más que nunca. Hacia 1926, solamente en Nueva York existían 100.000 tabernas, ilegales por supuesto. Alguien llamó a la ley un "noble experimento". Para combatir las bandas criminales dedicadas al tráfico de droga y alcohol, se necesitan, se calculaba, un ejército de cerca de 300.000 hombres. En realidad muchos suponen que los gangsters que lo dominaban todo, incluso a la gente del gobierno. Los únicos vencedores fueron los "intocables". Pero solamente por televisión. Se puso en evidencia la hipocresía: la ley que quería combatir el alcoholismo encendió una mecha, la de la obsesión por las bebidas embriagantes. Aquella ley fue hecha por quienes de esa manera creían promover la sobriedad, la moral y las buenas costumbres.
En realidad lograron cosas como la matanza del día de San Valentín y la fama que sobre todo les dio el cine a Bonnie y Clyde, Al Capone, John Dillinger, entre otros. Uno de los análisis más completos de ese tiempo de la "prohibición" se encuentra en un libro indispensable para entender esa época en los Estados Unidos: Apenas ayer, de Frederick Lewis Allen.
Por supuesto que las distintas leyes que prohíben el tabaco en distintos países del mundo, no pretenden hacer algo demasiado noble, como imponer buenas costumbres. Después de todo fumar, salvo para algunos sectores fanáticos, no es un pecado. Lo que parecen prometernos no es la inmortalidad (no pueden) pero si algo parecido a una mejor forma de morir y acaso una prolongación de la vida ya por otra parte prolongada, salvo para las abominables guerras de este siglo, para el fenomenal crecimiento del Sida, por ejemplo, en Africa, y la tasa de mortalidad por hambre en tantos lugares que da como vergüenza nombrarlos.
Pero creo que existen posibilidades que ocurran cosas no deseadas. He notado que ya en algunos bares donde su cumple estrictamente la ley, dentro de ese recinto no se puede fumar, vi sentarse clientes, pedir un café y cuando se enteraban que no podían fumar, levantarse y mandarse mudar. Por otro lado tengo entendido no se por qué ley o reglamentación no pueden ponerse bares que sean para fumadores. En la mayoría de las ciudades del mundo ese que se llama civilizado, hay salones especiales para fumadores, en especial para los de habanos. Incluso esos salones existían también en casas privadas de la llamada clase alta, lo mismo que el salón de billares.
Como la mayoría sabe que una prohibición trae la otra, llegaremos a extremos absurdos por razones absurdas. Ahora, por ejemplo, en esta ciudad no solamente no se puede fumar en los bares y lugares públicos sino que después de las once de la noche los kioscos que quedan abiertos no pueden vender alcohol. No importa la edad: el otro día en tres kioscos se me negó la pecaminosa compra de una petaca de whisky.
Se me ocurre pensar en que comenzarán a surgir locales semi clandestinos donde se pueda fumar y que se ponga de moda la venta en contrabando de cigarrillos. Mientras las prohibiciones mencionadas parecen llenar de beatitud a quienes las imponen se debe estar pensando seriamente en restringir aún más las libertades de que aún disponemos.
Mientras tanto no se han dispuesto prohibiciones para impedir todo aquello que en realidad mata. Las muertes por accidente de tránsito en todo el mundo suman una cantidad que se cuenta entre las mayores. Pero ningún gobierno se animará a prohibir la circulación de los automotores por las calles, caminos o autopistas. Y recomendar que la bicicleta y el monopatín son menos nocivos. Tampoco los siniestros manejos de las industrias farmacéuticas que llevan a que el Sida que diezma Africa no puede ni tan siquiera ser atemperado. En realidad les importa un rábano. Por supuesto que existen fundamentalistas de todo tipo que serían felices si pudieran eliminar las relaciones sexuales. Todo lo que se prohíbe, pero solamente en parte, se debe a que los grandes intereses económicos no son vulnerados. Solamente un poco, nada más. No me cuesta imaginar un mundo en el cual vivir más que un privilegio sea una condena. Da la impresión que la burla de que somos objeto no es percibido claramente. Se prohíbe en nombre de ese placer que causa a un poder enfermo de estupidez el sólo hecho de prohibir. Se prohíbe lo menos nocivo, no aquello que puede llegar a destruirnos. El retroceso de la humanidad en estos últimos años es notable. La apetencia por un mundo en donde prevalezca lo espiritual parece algo que alguna vez tuvo vigencia en el pasado. Si Auschwitz y si Hiroshima y Nagasaki existieran todavía se les prohibiría fumar a los condenados pero no se terminaría con los hornos crematorios y se seguiría probando la eficacia de destrucción de la fuerza atómica. El mundo se parece cada vez a la imagen que nos dieron Kafka, Huxley, Orwell y siempre habrá un Primo Levi arrojándose al espacio para anular el todo.
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