rosario

Miércoles, 3 de febrero de 2010

CONTRATAPA

Ceros como vagones

 Por Javier E. Núñez

Se lo dice el productor, un pendejo soberbio que se las apañó, quién sabe cómo, para dejar caer entre las formalidades de la presentación que tenía una licenciatura en alguna mierda que no logra recordar. Se lo dice sin perder la compostura. Doval lo odia de pronto. Odia la pedantería del mocoso, su camisita de cuello italiano sin corbata, sus anteojos oscuros sobre la cabeza y la barba finita que le recorre la mandíbula.

Doval cumplió cincuenta y siete. Sabe que está más cerca de ganar dos veces seguidas el Quini que de tener una nueva oportunidad en la televisión. Recuerda que la última vez que cantó en público fue en el aniversario de un club de barrio, en un pueblito del interior. Y porque uno de los miembros de la junta era primo segundo de su madre.

-Vieja cómo.

-Como suena, dice el pendejo, y al muy hijo de puta no se le mueve un músculo. Vieja con pelo blanco, con tetas caídas. Como vieja, Dorel.

-Doval, aclara. Después duda, piensa si no se tratará de algún chiste que no alcanza a entender. El pendejo lo mira serio. Mira el reloj y espera. Le dirige una mirada calculada a la carpeta de cartón que dejó sobre la mesa. Doval no alcanza a determinar si se trata de un reflejo o de una maniobra estudiada: sabe que en esa carpeta están las fichas de los otros candidatos, viejos cantantes en decadencia como él que esperan por esta oportunidad.

-Una vieja, repite Doval.

-Exacto. ¿Se acuerda de Susan Boyle, la escocesa que saltó a la fama en el programa Britain's Got Talent? Necesitamos una versión local de Susan Boyle: una desconocida total que, además, rompa con los estándares de apariencia física de los nuevos talentos. No queremos galancitos ni pendejas infartantes con poca ropa y menos voz. Queremos personas reales, Magal, gente como la que uno se cruza en el supermercado o en la panadería.

-Gente real.

-Exacto. R e a l. Esa es la clave de esto. La autenticidad del producto. Basta de paquetes prefabricados, de monigotes elaborados a imagen y semejanza de las estrellas de la música internacional. Usted sabe de lo que hablo: esas imitaciones berretas de los Backstreet Boys que duran menos que un mp3 made in Taiwán. Aunque no sea más que una forma de decir porque ahora todo se fabrica en China, en Taiwán o en Vietnam. El producto auténtico y la imitación.

Doval se rasca la calva incipiente. Después se mira los dedos: una capa de mugre se le acumula debajo de las uñas. Trata de quitársela metiendo la punta de la uña del meñique izquierdo, pero no hace más que desplazarla hacia los costados.

-Entonces por qué no ponen una mujer de verdad. Que sea ama de casa y sepa cantar.

-Sí, y coser y bordar, y que sepa abrir la puerta para ir a jugar. Qué se piensa, Morel. No son fáciles de conseguir, nada fáciles. Se imagina que no vamos a convocar a un casting pidiendo «gente común con aptitudes para el canto pero no parezca artista pop» o algo por el estilo; le quitaría toda la gracia. Y tener que pasar por un casting amplio, descartando a la parva de imbéciles que crecieron imitando a Madonna, a Ricky Martin o a Ricardo Arjona para encontrar lo que buscamos nos llevaría meses. Se lo aseguro, Morel: encontrar un diamante en bruto no es difícil. Lo difícil es encontrar una piedra común y corriente que brille.

Doval mira el contrato, el espacio en blanco al pie de las hojas, la cifra tentadora que arrastra ceros como vagones. Un tren corto, absurdo, pero tren al fin. El último.

Con dos dedos largos mueve las fotos que asoman debajo de la carpeta, una serie de composiciones con photoshop o algo por el estilo. Apenas se reconoce debajo de la peluca, la pollera tableada y anacrónica, dos tetas flojas y enormes. Las mira un rato y después se mira otra vez las uñas. Se pregunta si aprenderá a pintárselas solo.

-Doval, me llamo.

El mocoso lo mira confundido. Doval no logra determinar si la sorpresa es producto de ese nombre inasible que no alcanza a retener o porque lo que acaba de decir le resulta ingenuo.

-¿A quién carajo le importa? ¿No se da cuenta? En cuanto firme acá, se va a llamar como nosotros digamos. Chau Doval, Dorel, Darín o lo que sea. Le hacemos un funeral, si quiere. No es cuestión de ponerse y sacarse la peluca ante una cámara, amigo. Es transformarse en la vieja. ¿Entra o no entra? Mire que no tengo todo el día.

Estudia otra vez las fotos. Casi puede sentir las luces que lo encandilan, el murmullo de asistentes detrás de cámara, la caricia de los flashes.

-¿Nunca más Doval?

El productor se encoge de hombros. Parece aburrido o cansado.

-Yo qué sé. Si no funciona queda el escándalo, Doval. Siempre queda el escándalo.

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