rosario

Lunes, 13 de diciembre de 2010

CONTRATAPA

Cantor de tangos

 Por Adrián Abonizio

Después, ya dentro de un tiempo vertical y bíblico, supe ausentarme dentro de ese cono protector para renacer desde el fondo de los tiempos, hecho ya un jovencito, derecho, con peto de musical y florido romance que mantenía con los elementos. Antes, claro, de la deserción por la felicidad ausente, el desarraigo de la casa de glicinas, la mudanza interior hacia la angustia, el rencor estallado como un corazón bovino al sol. Todo aquello en una planicie de resucitados, durmientes de los trenes que llevaban hacia el río, hacia donde la materia se torna pútrea y los recuerdos nos remiten a pedacitos tras el velo: tangos, el patio esmerilado, tabaco, la orquesta rupestre como pintada contra la pared,el mingitorio, las horas previas de tedio, la siesta de ventilador de aspas bronceadas y los vestidos de la primera cantante arracimados en el patio, tendido igual a una espuma real evanescente como si fuesen aquellos trajes, las pieles caídas de las hadas que mutaban su ropaje cual serpientes. Eso antes, repito antes de la navegación y la partida, cuando pensé que el tango habría de salvarme porque en algún lado estaba escrito que así sucedería: esa ensoñación que por serlo nos protegía y nos volvía fuertes, porque creíamos, porque éramos jóvenes y el sol, la noche, el champagne eran legítimos y la vida valía la pena. El Conde se mató en la curva de la muerte cuando iba a actuar a Chabás. Lo trajeron envuelto en humo, una mañana de niebla que obturó la visión de los altos plátanos que parecieron cernirse sobre el cuerpo del cantor para rendirse a sus pies, pues estaban más combados y supuraban unas lágrimas espesas que caían encristaladas en las bolitas peludas que se desperdigaban, logrando, junto con la neblina, alcanzar un escenario de bosque empinado, de naturalidad descuidada pero pertinaz ante el poder de lo irreductible. Pero todo esto ya no sirve y forma parte del cuadernito azul marca Combate mientras en la cocina arde la olla con eucaliptus y ya no estás vos, Mirna y ya no está tu madre ni la mía y yo me he quedado aquí, indescifrable y apretujado de frío, ternura o piedad, bien no lo sé, hacia mí mismo y créanme que es una sensación reconfortante al lado de aquella, la de la malograda felicidad de encontrarnos con el Conde, con vos misma y volver a ser los amigos de siempre fuimos, indestructible trío a pesar que los huesos se han raído ya y no quiero pensar en aquellos: ceniza de polvo ruin, letra de tango chico para un pasado enorme como el telón del Boxing Club que vaya a saberse quién se lo guardó porque nunca más lo supe ver; un día no estaba más como no estaban más el embaldosado azul y añíl, la glicina supurante de perfume mareador, el trofeo gigante, los retratos de Ferro Quina, la foto del Mudo y de Rita. Un sombrero de ala ancha, con el dedo maligno de Dios, volvió a crujir y bajo su desliz se lo llevó todo. Nostalgias, calavereadas, pinturas al carbón para un país que ahora usa tinturas mágicas y veloces. Como son de veloces los automóviles, los perros de juguete que ladran, las pantallas y los jovencitos que nunca conocieron al Conde ni a mi ni a vos, Mirna que te estarás maquillando en el reservado lateral, disfrazado de camarín porque es así como arreglamos con los enfermeros, por eso mi untarle la mano al que manda para que creas que estás de nuevo por salir a escena y ahora otra ves la escena giratoria y estarás en París, en Santa Mónica o en la Cuba de Batista, Mirna, y ya la gente en sus arreboles de polleras y zapatos de hombres que relampaguean se han replegado porque estás por salir a cantar a dúo con El Conde y yo he puesto la cinta, un cd le dicen donde está la voz suya y entre penumbras,con una mímica que he aprendido, aparezco yo en medio de la semioscuridad y me confundís con él, claro, pero apenas lo mirás, porque en la sugestión y el hechizo radica la fortaleza de ternura del vals que ya está sonando y salís al campo de baldosas y el público advierte tu belleza, tu altura de rubia chiqué y aplauden y vivan y gritan fuerte hasta que con tu desliz de pollera los hagás callar y empiezan, empezamos, vos y el Conde con Bazar de ensueño, luego siguen con Apenas un beso y terciar con Las señoritas de jazmín. Después te replegás, yo te tomo de la cintura y me das un beso en la mejilla como siempre quise tener para mi solo y me vienen como flashes de fotografías el coche del Conde herrumbrado y sangrante, con los frenos a los que pelé con una delicadeza extrema antes que el Conde se subiera y yo le dijera que me quedaba en el hotel porque tenía una mujer y él volviera para no volver. Caen, según lo estipulado, estrellitas de ras sobre tu saludo y el público aplaude por un bis que le concedés y yo te beso de nuevo para que todos vean que me pertenecés ahora, Mirna, por más que me llames con el nombre de él y este no sea ni el Boxing ni el Pigalle, apenas un salón con tejido y barrotes en las ventanas y no haya una cabeza sana ni en la audiencia ni en el universo porque el tango parece haberse vuelto sólo degradada carne de manicomio.

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