Viernes, 20 de enero de 2012 | Hoy
Por Víctor Maini
Lo había decidido la semana pasada y por más que la artritis en sus rodillas, el ácido úrico en sus talones y los años en su espalda lo pusieran en dudas, la decisión ya estaba tomada, y siempre había logrado lo que se había prometido, o por lo menos intentado y esta no iba a ser la excepción.
Don Vicente tomaba todos los jueves el 129 en la puerta de su casa que lo dejaba en la esquina de la plaza donde se encontraba con el amigo de toda su vida, el último que le quedaba, pero frecuentemente se quedaba dormido o lo que era peor se entretenía con los carteles que leía durante el viaje, carteles como los que había pegado en el vidrio de un auto, "Liquido Rastrojero oferta razonable", primero se quedaba pensando en lo importante del acento en las palabras esdrújulas, "porque un Rastrojero líquido se debería vender en damajuana, luego lo detenía la palabra razonable, para la razón de quien, del vendedor, del comprador", hasta saltar a otro letrero "Ahora atendido por sus propios dueños", ahora, le traía recuerdos de Alfonsín y el resto de la frase era un himno a la discriminación, entonces los empleados eran personas despreciables", pensaba y así con todas las palabras que se le cruzaban por el camino. Esta distracción no lo asustaba porque lo acompañaba desde su más tierna edad, no era arterioesclerosis, él la llamaba "juegos de la mente". También la maldita costumbre de mirar para arriba, para conocer el otro Rosario, el de las terrazas, el de las camisas y vestidos flameando como banderas tendidas al sol, el de los balcones con malvones, el de los enanitos de jardín parados en cornisas como al borde del suicidio, y la nostalgia que le daba la ausencia de antenas de televisión y de veletas, era la culpable de pasarse de largo, de darse cuenta a las veinte cuadras con el bullicio de la gente en la peatonal, y la única solución que le quedaba era bajarse, insultarse y tomar otro colectivo de vuelta.
Esta vez eso no iba a pasar, se había propuesto tomarlo como un "paseo y disfrutar del encuentro con su amigo desde la puerta de su casa, al fin y al cabo era lo único que lo hacía feliz, era un hermoso día y lo único que tenía que llevar era el marcapasos, así le llamaba al celular que su hijo mayor le había comprado para saber dónde y como estaba, "ojo que es de última generación" le había avisado, "mirá que tiene para sacar fotos, cámara de tv., ringstone, y un montón de chiches" agregó como si a él le importara, sólo atendía su llamado y para hablar seguía usando el de "Entel". Igualmente le agradeció a Oscar que siempre estaba tan preocupado por su salud, era quien se había encargado de su cuidado y lo volvía loco con las llamadas.
Pero a visitarlo no iba muy seguido, a veces no le atendía el teléfono a propósito, para asustarlo, para que preocupado pase a buscar a sus hermanos y él pudiera darse el gusto de tocarlos un poco.
No le importaba el reto que venía después, ni las amenazas de internarlo en un geriátrico que le hacían acordar a las que él les hacía cuando chicos, "de meterlos de pupilo si traían malas notas, o las de llamar al médico, o de cambiar las pastillas, o tantas otras "que no empañaban el placer de haberse podido mirar en sus ojos que de eso nada saben los teléfonos.
Hoy tenía la alegría de todos los jueves, hoy podría revivir el pasado con el negro, sin dolor alguno, no como cuando lo hace en el patio de su casa acompañado de su canario, y la memoria le dispara algún recuerdo que comienza siendo una brisa refrescante para su espíritu, pero con el correr de los minutos debe cerrar las ventanas de su alma ante la amenaza de convertirse en una tormenta de angustias.
Con su amigo es distinto, puede hablar horas en el banco de la plaza, a veces y sin permiso, puede llevar el mejor recuerdo de Alicia y ponerlo entre los dos, que al negro no le va a importar, ni lo va a tratar de loco, sino "que va a integrarla también a la charla. "Los recuerdos son los que a uno lo hacen sentirse a sí mismo y cuando son compartidos se pueden volver a vivir. Hoy llevaba varios, el del tranvía , cuando vendiendo diarios se bajó contra la inercia , se cayó de culo y después de dar unos pases de baile, juntar los periódicos del piso, volvió a subir y terminó de vender hasta el último ejemplar, o el de la Ranchada, aquella noche de la pelea con los marineros ingleses que terminó con un par de tiros al aire, y ante el"desbande salieron "corriendo recogiendo del guardarropas unos abrigos que no eran "de ellos "y que los "salvaron del frío por un par de inviernos, o cuando iban " al Sol de Mayo, cine que nunca supo de acomodadores ni linternas, y esperaban "que entre alguna víctima de la oscuridad para pegarle un tochi y sentarse rápido, era como jugar al chocolate pero en las tinieblas, o la vez que en el Casino, cuando al ver que "escupían desde el "gallinero" a los músicos no lo pudieron "soportar y "se enfrentaron contra cinco idiotas que fueron acompañantes de una noche de comisaría.
Entre un pensamiento y otro, ya había hecho más de la mitad del camino, aprovechó la plaza Buratovich para descansar sus piernas, se desplomó en un banco mientras de su boca salió un "Ayy Alicia" en un tono entre suspiro y queja, luego observó lo cambiada que estaba la plaza a la cual respetaba pero no le gustaba mucho porque la sentía muy distante del río, no como la plaza de su amigo que se podía hasta olerlo, y sólo no se daba cuenta de la cercanía del Paraná aquel que no había nacido en estos lares.
Comenzó la última etapa de la caminata, rogando no llegar tarde a la cita y también que su hermano del alma estuviera solo, sin visitas ocasionales que al reconocerlo se detuvieran a hablar y sacarse fotos con él, en ocasiones había tanta gente que prefería cruzarse a "El Riel", y tomarse un café para hacer tiempo.
Al doblar "Callao y tomar Rivadavia, se alegró poder divisar su figura canchera y ganadora sin gente alrededor, esperándolo como todos los jueves, como toda la vida, sin fallarle ni una sola "vez, un amigo de fierro, el único que le quedaba.
Después de darle un beso, sacó una franela de uno de los bolsillos del pantalón y limpió cada una de las cabezas de los personajes que interpretó, costumbre que traía de haber visto a su madre limpiar el mármol del nicho de su padre, para luego sentarse a su lado, "colocar una mano sobre la rodilla del cómico y "hablarle por casi dos horas, sin importarle la gente que no dejaba de pasar.
Cuando ya casi oscurecía, un poco antes de despedirse, sorprendió a todos la voz inconfundible del negro Olmedo diciendo " Rucucu", " Si no me tienen fe", "en medio de un KE, KE,KE,NA NA NA NA NA ...., era el rings tone de su celular ,""su hijo mayor quería saber si todavía estaba vivo.
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