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Martes, 23 de octubre de 2012

CONTRATAPA › MIS DíAS DE FERIA II

La fiesta, el Negro y las bufonas

 Por Hagar Blau Makaroff

Luego de una estabilización de la situación económica, en 2004 un grupo de libreros más pequeños decidió volver a la carga en el Bernardino Rivadavia. Era el año del Congreso de la Lengua Española en Rosario, y consideraron que la Feria del Libro no podía faltar. "Armaron algo muy cerrado y no nos cayó muy bien que dejaron afuera a los grandes libreros", refunfuñaba un comerciante indignado. Algo debieron hacer al respecto.

Fue entonces que la Cámara apostó nuevamente a desplegar su ya clásica parafernalia en el Patio de la Madera, y realizó nuevamente un trienio de fiesta papirofílica: 2005, 2006 y 2007. La fiesta, cada año más ostentosa, pecó de agrandada y de un plumón se terminó. Fue un fracaso económico a tal punto que provocó el quiebre de la Cámara librera y no se pudo recuperar desde entonces hasta febrero de este año, lleno de amagues y coqueteos. Me enteré en el pasillo de los libritos miniatura que el proyecto fue ambicioso por demás, que se ampliaron demasiados metros y se invirtió demasiado dinero y trabajo. Pero si las últimas fueron un fracaso económico para sus dueños eso fue una historia muy diferente para el público; y para mí.

En la edición de 2006 el humorista rosarino Roberto Fontanarrosa fue uno de los flamantes invitados a dar una charla. Ese 28 de agosto la feria se desbordó de gente. Recuerdo que su enfermedad ya era avanzada, hablaba con mucha dificultad pero se hacía entender como si nada. Entre otras cuantas reflexiones cargadas de ironía vaticinó la que sería la memoria colectiva sobre su persona: "¿Será posible que he publicado unos cuantos libros, pero el día de mañana me van a recordar por cuatro puteadas que dije en el teatro El Círculo? Qué pobreza de espíritu la mía". Fue clara su reflexión sobre el revuelo que causó su ponencia en el Congreso de la Lengua Española, en la que postuló la reivindicación de las malas palabras. Y así lo recordaron los rosarinos, irreverente y transgresor.

Fontanarrosa murió poco antes de la siguiente y última feria. El Patio de la Madera desplegó un homenaje sencillo con una mesa y una silla vacía en la entrada de la feria, emulando la Mesa de los Galanes del bar El Cairo, esa mesa que es también título de un libro del Negro. Pero con Jerónimo y Eugenia acordábamos en la idea de que esa mesa no era representativa: era triste, pequeña y vacía. En cambio, el Negro era lúcido y brillante.

Recuerdo que otra humorista también convocó multitudes. Había colas interminables de gente que quería una firma de Maitena, y los empleados de la feria empezaban a odiarla porque debían quedarse hasta la medianoche trabajando por su convocatoria.

De los escritores rosarinos tengo el vivo recuerdo de la presentación del libro Las Bufonas que hizo valientemente Alma Maritano. Esta señora de mirada amable, hace tiempo escribió El Visitante, una novela que debería ser de lectura obligada para todos los niños y adolescentes rosarinos. Esa historia de un grupo de amigos que pasan de la tierna niñez de "vaqueros y trenzas" a las tribulaciones, enamoramientos y conflictos de ese híbrido lapso de vida entre la inocencia y el mundo que los espera.

Pienso que Alma fue valiente en la Feria porque presentó una novela polémica, que desde su título ya generó conflictos. "Bufona", en la jerga de los tugurios y los oficios de la noche, es considerada una mala palabra. Es ser una mequetrefe sin códigos que cuenta sucesos a quien no corresponde, quien pacta con la policía o es mala compañera. Buchona. Desconozco si todo esto Alma lo supo antes del escándalo que armó una trabajadora de la noche en plena presentación oficial, o si se enteró demasiado tarde.

La historia que Maritano exponía con toda su buena intención era una novelización sobre el emblemático caso de la muerte de Sandra Cabrera. "Contame. Contá de mí, hablá de mí, le decía desde abajo (...) Yo sé por qué. Sé muy bien por qué alguien me agujereó la nuca", decía Sandra Cabrera en un sueño a su amiga. "Hay dos maneras de apuntar. Con una matás. Con la otra dejás testimonio", son algunas de las reflexiones que Maritano plasmó en la tinta del libro rosado, editado en 2006.

El auditorio estaba lleno, el público atendía con interés las lecturas de la trama, y el silencio respetuoso envolvía cada palabra que salía de su boca, cuando una señora de rubios cabellos y cintura voluptuosa ascendió hacia el escenario con voz nerviosa y tono elevado. Los argumentos ya no los recuerdo, sólo que la intención de la mujer era aclarar su punto de vista: "Nosotras no somos buchonas de nadie, una buchona es traicionera y no nos hacemos esas cosas, y Sandra mucho menos". Fue tremendo, la pobre escritora rosarina se excusó por el malentendido ante la mirada atónita de los presentes y juró que su intencionalidad era otra. La rubia, afortunadamente, le creyó.

"Es la valiente denuncia de un caso real ocurrido en Rosario, cuyos barrios y calles constituyen la narración (...) La protagonista paga con su vida haberse atrevido a desenmarañar la red que encubre el tráfico de drogas por medio de coimas realizadas con impunidad", despliega el comentario de contratapa del libro. Allí está la valentía de Alma, que relata la vida de otra valiente que se quedó sin voz a manos de un gatillo policial. Mal que le pese a su amiga trabajadora de la noche, por bufona.

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