rosario

Martes, 8 de enero de 2013

CONTRATAPA

Carta a mis hijos

 Por Javier Chiabrando

Amados hijos, dicen que fin de año es un buen momento para pasar en limpio algunas cosas personales o no tanto. No sé si es verdad, pero hagamos de cuenta de que es así. Quizá aún son chicos para entender lo que voy a tratar de transmitirles acá, pero el tiempo aporta claridad a cosas que nacen oscuras. Y si no, me tendrán a su lado para aclararlas. Pero no vayan a pensar que papá lo sabe todo, aunque a veces simule que sí.

Toda la vida van a oír verdades absolutas. A las verdades absolutas hay que desconfiarles. Hay que desconfiarles aun cuando las diga papá o mamá. Supongo que a la gente, o a las instituciones, se les hace más fácil repetir consignas que aprender a pensar (y luego enseñar a pensar). Así actúan los medios, el Estado, la escuela, y muchas veces la familia. Ustedes escuchen, y luego traten de sacar sus propias conclusiones.

Cuando digo verdades quiero decir consignas, que es lo que la gente repite cuando no quiere escuchar, pensar, entender. Las consignas son fáciles de memorizar y repetir. Se pegan a uno como lo que son: canciones sin música. Así van a escuchar que la política, el matrimonio y la iglesia son una caca. Una de estas tres cosas lo es; cuál, es lo que deberán descubrir ustedes, yendo más allá de las frases de peluquería.

Van a oír también que este es un país de caca. Es una cantinela que los argentinos hemos oído y repetido por décadas sin detenernos a pensar en los motivos y en las consecuencias. Yo, que he vivido en otros países, les digo que este es un país maravilloso, donde la amistad importa más que los ingresos per cápita, donde tocarse y mirarse a los ojos es aún un hábito. Y tener primos y tíos es una bendición, igual que disfrutar de los abuelos.

Otras culturas más sofisticadas se han desprendido de las miradas, del acto de tocarse, de los abuelos y de la familia que vive a más de cinco cuadras. Están apurados. No sé por qué, pero están apurados. Supongo que temen que les cierren el Mall de la esquina. Nosotros no estamos apurados; no tenemos adónde llegar, no hay dónde llegar. Lo que vale es disfrutar lo que somos y tenemos. Y si uno no traiciona, puede exigir no ser traicionado. Si uno no miente, puede exigir la verdad. Si uno es valiente, puede exigir valentía de los otros.

Y si este es o fue un país de caca es porque hemos sido gobernados o dominados por argentinos que no dudaban en saquearlo para llenarse los bolsillos dejando a medio país sin nada. Muchos de esos argentinos aún están dando vueltas por ahí pontificando sobre lo que hay que hacer. Aprendan a no darles bolilla. ¿Cómo reconocerlos? Es muy fácil, tienen la nariz de Voldemort, los ojos mentirosos del Guasón y las voces en falsete como Mr. Burns.

Hijos míos, también deberán aprender a convivir con argentinos que poco se parecen a ustedes, argentinos que no dejan de quejarse por mucho que tengan, y que no dejan de hablar de cosas que no conocen. No importa. Es como tener un primo medio salame. Hay que dejarlo andar y tratar de quererlo igual. Quizá algún día cambie o se esfuerce por entender las cosas esquivas y difíciles. Si algún día tienen que regalarle algo a un argentino así, elijan un libro.

Aprendan a ser optimistas. Sepan ser optimistas. Sean optimistas. Si actúan basados en sus pensamientos positivos van a ver que las cosas van a funcionar mejor. Siempre tendrán una salida a las crisis, un consuelo a las pérdidas, una oportunidad ante la derrota. A mí me llevó años entender eso. Ahora quiero que lo oigan de mi boca. Luego hagan lo que quieran.

Ya que estamos: hagan lo que quieran. Quizá no ahora para que mi cabeza no explote de desesperación. Pero hagan lo que quieran si es que eso les permite ser felices. Lo que quieran significa lo que les dicta el corazón, y no la prensa, la cultura, la política, la moral o la mismísima realidad. Traten de descubrir las cosas por sus propios medios. Pregunten, lean (lean mucho), aprendan de las experiencias de los otros pero nunca se dejen llevar por sus derrotas. La única derrota que enseña es la propia.

Los sueños no se deben negociar. Como mucho se pueden aplazar. Lo que no se pudo hacer a los veinte se puede intentar a los cincuenta. Ya me ven ustedes intentando grabar un disco que no pude hacer dos décadas atrás. No importa si debo hacerlo entre televisores encendidos a volúmenes inhumanos, gritos de chicos jugando o peleando, juguetes y ropa tirada sobre las guitarras y una interrupción cada treinta segundos. De paso, les pregunto: ¿Por qué me llaman cada treinta segundos? ¿Porque me extrañan demasiado?

Hay cosas que ya no puedo ocultarles más: los juguetes chinos son unas porquerías que duran cinco minutos, a veces me levanto a la medianoche a comer el helado que quedó para el día siguiente, me pongo ahora tan feliz cuando callan por un rato como cuando los oí decir papá por primera vez. Las incógnitas sobre Papá Noel, el ratón Pérez, y los Reyes Magos deberán resolverlas solas. Y si un día de éstos ven a ese caradura del ratón Pérez, pregúntenle por qué no me dejó nada cuando se me cayó el último diente de leche.

Les dije que desconfíen de las verdades absolutas. Pero escuchen a papá cuando les dice que todos los reggaetones del mundo no valen lo que cinco compases de un tema de Miles Davis. Que los Beatles son lo más parecido a Dios que el hombre pudo crear a falta de un Dios más presente. Que los argentinos somos muy capaces, aunque hayamos creado bazofias como la bailanta y la cumbia villera. Que Borges no es difícil de leer y que hay que leerlo algún día. Que al menos (cuando llegue el momento) hay que ver tres veces El Padrino. Que no les podré heredar mucho, pero sí el amor al cine, a la literatura y a la buena música.

Sé que serán viajeros. Si mamá y papá lo fueron (lo son aún), ustedes lo serán también. En cuanto a eso, es importante conocer París y poder pasearse por Covent Garden. Pero es mejor aprender a conocer el país que se habita, el continente al que se pertenece. A nosotros nos enseñaron que ser francés era lo mejor que te podía pasar. Yo, que estuve ahí, les contesto parafraseando a otro grande que les heredo, Tom Jobim: "París es muy bonito pero es una caca, Argentina es una caca pero es muy bonito".

No les voy a pedir que sean de izquierda. Mucho menos que sean de derecha. Tampoco me animaría a insinuarles que sean kirchneristas; y menos radicales o alguna alergia del estilo. Cuando llegue el momento sabrán elegir lo mejor. Ahora me basta con saber que son de Boca y que de esa manera no interrumpen la tradición que nace en mi abuela María, se prolonga en la abuela Elsa y llega a ustedes a través mío.

Y para terminar, por qué no aprovechar esta carta para recordarles tirar la cadena luego de ir al baño, que no me despierten cuando me tiro a dormir la siesta, que hay que apagar los televisores cuando uno deja de mirar, que la mesa no se pone ni se levanta sola, que media hora de silencio al día puede contribuir a mis nervios, que cuando estoy tocando la guitarra me gustaría que me dejen llegar al final de la canción, que la computadora no es un juguete sino una herramienta de trabajo, que si algo no les gusta no es indispensable enojarse u ofenderse. El resto es vivir. En eso estamos, ustedes y nosotros. Hasta el infinito y más allá. Firmado: Papá.

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