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Martes, 20 de junio de 2006

CONTRATAPA

La eternidad es cosa de los eternos

 Por Miriam Cairo

Con pie de gladiolo. Todo aquello en lo que uno no participa, parece absurdo: orgasmos transversales. Euclidianos. Romboidales. Orgasmos opositores. Anárquicos. Filosóficos. Mentales. Orgasmos de cometas. De sombras. De legumbres. Orgasmos de camellos. De ángeles caídos. De hormigas reinas. Orgasmos con pie de gladiolo. Con sueño echado hacia atrás. Orgasmos de enormes tetas que bailan, bailan y ríen y zangolotean. Tetas con vida propia a las que uno se dirige en segunda persona del plural. Orgasmos de mujeres-tetas. De mujeres que se amamantan a sí mismas. Círculo cerrado de la consumación.

¿Ve usted dentro? Cuando la noche apunta, despierta una desmesura de suspiros. Es como si hubiera dos lunas en el cielo.

Anotar lo que sucede es mi oficio. Todo escribe a mi alrededor. Usted me dice: resplandor de orgasmos maniatados y sumisos. Y yo imagino ecos de coitos orales, melodiosos, rasgados. Usted quiere su galleta y yo interrogo: ¿puede ver dentro de su estanque? Usted le agrega una pata a mi perro. Y yo insisto: ¿y dentro de su alma? Usted recuerda y me responde: flotan orgasmos de gigantes. De astros. De constelaciones. Y para prolongar mis estrofas yo evoco espasmos de infinita pequeñez y de misterio.

Entre lo corroborado y la invención. Usted sabe comprender perfectamente ¿verdad? No le hacen falta los núcleos narrativos.

Disfrutemos de nuestra privacidad. Entre lo corroborado y la invención estamos nosotros, absortos, buscando deleites sin pollera, sin punición, sin miedo.

Dígame cuándo quiere que describa sus recreos viriles, sus saltos mortales, sus orgasmos sedosos. Avíseme si puedo mencionar los encapuchados y los izquierdos. (Sería indecente negar los izquierdos.)

Construyamos nuestra sospecha: ¿no será hora de que la vida escriba sus viejas grandezas con minúscula y las pequeñeces con mayúscula?

La guerra y la paz son estados transitorios. Los diecisiete años son un estado transitorio. Los primeros premios no tienen más perpetuación que la de un suspiro vanidoso. Como si esto no bastara, la fe se empeña en encandilarnos con sus halos de luz estigmatizada. ¿Estaremos perdidos?

Inventemos a cualquier hora la hazaña revoltosa de la oscuridad.

Métodos subvertidos. Para tener el espíritu despierto, no sólo cuento con el café, el ron o los libros. El cuerpo contribuye. El fruto irreal de mi imaginación, exulta y contribuye. Y no hablemos de mis métodos subvertidos y mis procedimientos descabezados.

Señora, señor, observaremos aquí las delicias flexibles, las amenidades paranoicas, las alegrías químicas. Sin descender un solo centímetro diremos: qué bien huelen las camelias. Cómo tejen puntillas las arañas.

Usted que conoce el corazón humano, dígame, ¿hay algo más alumbrador que un orgasmo de palabras? ¿Algo más ascendente que un orgasmo de escalera? ¿Algo más culinario que un orgasmo en rebanadas?

Lo sería. Ahora le propongo que indague en su memoria. Hagamos una electrizada antología con aquellos golpeteos mudos que acabaron en una contorsión surreal, exuberante, barroca. Sin embargo, no pierda de vista su urbanidad, su aquí y ahora, y detecte los estremecimientos de micro, de taxi, de tren, los de ascensor y de azotea. Está claro que la ley de tránsito no los promueve pero sería tan grácil.

Sepa que puede volver cuando quiera a los orgasmos literarios y a los de silencio. También puede romper a patadas lo que esté sintiendo. No tema. Yo me hago cargo de la elipsis.

Ideas violetas. Con alambrecitos de cobre retorcido, hilvanemos orgasmos de caracol, de centella, de pensamiento. (Hágame llorar de vida.) Tramemos un collar de orgasmos áureos, violetas, diamantinos. Señora, señor, provoquemos chorros, goteos, lamparones. ¿La he confundido? ¿Lo he embrollado? En sueños, todo esto se comprende. Hay que tener claro que las cosas que parecen abandonadas están abandonadas.

Zaga. Calcémonos los zapatos. Seamos creadores. Todo va apareciendo a medida que lo nombramos: orgasmos de vibraciones y de cordillera. Orgasmos de moléculas. De paño y de algodón. De manteca y cafeína. Orgasmos de ida y vuelta. De una vez y para siempre. Orgasmos de ciempiés y de calandrias. Orgasmos de ojos abiertos, de muselina y de vellón. Orgasmos de orgasmos. De valor. De continuidad. Orgasmos sin cadalso y sin condena. Orgasmos cuando llueve. Cuando anochece. Cuando aclara. Orgasmos de joven desnuda bañándose en un río. Abstracción palmaria de ese palpitar.

Muerte diminuta. Calmémonos. La eternidad es cosa de los eternos. Nosotros somos efímeros. No compliquemos la marcha de la evolución. ¿Por qué arruinaríamos nuestra fugacidad? Ya tenemos sabido que la vida es una suma de instantes. ¿Qué tal si le adicionamos velocidad al tiempo diminuto?

Un narrador holandés ha echado a rodar por el suelo sus orgasmos anchos, irisados, abisales. Un farmacéutico coreano se recetó a sí mismo los coronarios, los profilácticos, los genéricos. Una escritora rusa ha sucumbido una y otra vez ante los procreadores de sí mismos. Los transeúntes de todo el mundo van tras los orgasmos sin callejón y sin salida. En fin, resumiendo, entre una cosa y otra cosa llegó el mundial de fútbol.

Arte. Mi espíritu se ha corrompido para siempre. Estoy destinada a ir tras una escritura de culpable. Ya no pienso más si las brisas son borrascas. ¿Con qué palabras se instaura una creencia?

Yo aliento los orgasmos bestiales, marginales, contundentes, sin por ello abolir los mansos, los hogareños, los bienhechores.

Este no es un tratado de ciencia ficción ni un método de esperpentos. Simplemente observo el pequeño escenario individual donde el caos se disfraza de pensamiento. Y usted sabe tanto como yo, que esto es mejor que hacer bocaditos de cordero pasmoso.

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