rosario

Martes, 11 de octubre de 2005

CONTRATAPA

Crímenes y perros

 Por Miriam Cairo *

Una vez hecha la realidad con sus molinos y con sus reductores de cabeza, no nos quedó más remedio que beber ron con sabor a pelo de montaña y escribir los mosaicos de las despalabras.

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Ocurre así, simplemente: un hombre puede volar como un color azul y ponernos en movimiento. Entonces una se ve obligada a provocar incendios y amarlo oblicuamente, llena de agua.

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Podría contarte mi historia letra por letra: he arrancado un hombre de la tierra. Abrí mis puertas a los lobos más alados. Tengo zonas donde la racionalidad no prospera. He dado motivos sin fin a los abismos.

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Es inevitable: a tu lado el placer se enrosca y desenrosca como un pequeño animal. Pero no tiene por único recorrido el aterciopelado estuche que escondo en la rada de las ingles.

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Tengo que detenerme. Devolveré a las sillas sus almohadones. A la ducha su destino. Dejaré de jugar frente al espejo como si fueran tus ojos. (Si sigo con el crepúsculo en la mano voy a caerme muerta.)

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A tu recuerdo no lo frenan los tejidos mosquiteros, ni los carteles de "prohibido pasar". Es fortísimo como esas mujeres a las que nunca les duelen los pies.

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Preguntáme dónde metí los dedos: en los agapantos.

Preguntáme qué hay en la ventana de enfrente: una sombra.

Preguntáme por los espejos: han rebalsado.

Preguntáme qué me pasa: me dejé ceñir por un círculo vicioso.

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Este aire signado por la lluvia huele a hongos, a telaraña tejida con vidrios rotos, a crímenes y a perros.

Por toda la casa busco el collar de invenciones que te hace sonreír.

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Tal vez, más que una vía de comunicación, el sexo sea una vía de conocimiento. Tal vez, uno solo no logre impedir que amanezca, pero dos pueden esconder el mundo entre las piernas. Aunque coger así siempre es desmesurado.

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No nos habíamos dado cuenta de que el tiempo pasaba, porque estábamos fuera de este mundo. Hacía un calor de muerte y nos quitamos la camisa pensando en la boca brillante de una langosta que ladraba y nimiedades por el estilo. Debajo de los pies, una ráfaga helada de luz, nos obligó a ver el mundo como una obra inconclusa. Apenas nos sostuvo un lazo del alba, como un error pálido de la eternidad.

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¿Sabés qué dicen de nosotros? Que somos instrumentos de la noche y que tenemos sexo hasta con las paredes. Habrase visto. Yo, con las almohadas puede ser pero ¿vos con las paredes? ¡No me digas que le hiciste agujeros a las medianeras!

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Ya lo dijeron otros: hagamos el amor y también, el discurso.

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Recuerdo cuando eras impreciso, reinventado, impar. No, no, decías, y me hacías una reverencia antes de abrir caminos nunca transitados por lobos.

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Invitáme a tomar un respiro.

Abríme de par en par las grietas de la luna.

Destejéme las medias de seda.

Perseguíme con puñales y esperanzas.

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Volviendo al tema de las paredes, sólo puedo confirmar que lo tuyo es pura osadía y virtuosismo. Acabarás ciego, como yo, y con zumbido en los oídos.

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Esta es mi pecera llena de pensamientos y de peces. Desembarcá con cuidado, aunque no sepas. Basta el gesto para que lo brutal se torne algodonoso.

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Hubo momentos para bailar en puntas de pie, momentos para comprimirnos como acordeones, para saltar sobre resortes. Como en toda danza, llegamos al delirio de colgarnos de las faldas de un mundo que desconocíamos.

Nos escuchamos gemir como si estuviéramos vencidos, pero nos exigimos más vigor, más ritmo, hasta que, de golpe apareció la música y dimos una serie de vueltas a una velocidad escalofriante.

Con precisión absoluta nos estrellamos hábilmente contra el cielo.

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Una multitud debería aplaudir a estos que caen como perros apaleados.

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Cuando abrazo algunas personas, no logro sentir cosas fuertes, apasionadas, caprichosas. No soy capaz de evocar a voluntad simulacros propios de los dioses. De todos modos, mi capacidad de ficción, siempre triunfa sobre el envilecimiento de lo probable.

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Mirá, yo entiendo que te frotes el inflador a la velocidad del taladro, que metas la lengua en fúnebres agujeros, que salpiques al mundo con tu savia. Hay ocasiones en que el deseo brota como una eccema

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Si puedo verte es porque estoy hecha de ojos.

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Puedo seguir contándote mi historia letra por letra. Nací del vientre de viejos poemas. Camino piernas de reloj, piernas de piano, piernas aladas. Recorro senderos que ninguna rosa de los vientos podría señalar.

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Adentro de este vínculo hay un afuera galopado. Un quejido de crías y horas muy pequeñas.

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Entre tus piernas siempre soy una extranjera, una recién llegada que se orienta con vértigo y asombro.

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Otra vez la multitud debería aplaudir a estos que caen como perros apaleados.

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Estoy a expensas de una mirada que desconoce la familiaridad de las cosas; entregada al diminuto horror de no ver sino lo pequeño; vencida por unos poemas cortos de versos largos; atrapada por la belleza de no poder respirar.

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No es misteriosa mi necesidad de que tu cuerpo y el mío no sean uno. Ruego a los dioses que sigas bañándote desnudo en la fuente del Centauro. Ruego que al salir de la estación ferroviaria anules mi sentido común. Ruego que subas a la azotea de mis vértigos. (Creo que mejor existo cuando soy una invención.)

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Ahora me voy a olvidar de los nombres que nunca regresan porque siempre he querido vivir en pequeños cuencos, apoyada a la noche como un privilegio rubio, dulcemente oscurecido.

Ahora me voy a olvidar del reino vegetal y del río porque te espero como algunos pájaros sin ojos y sin frente. Me voy lejos de la razón, donde un latido de dragón se me asemeja.

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