rosario

Sábado, 17 de enero de 2015

CONTRATAPA

Violar las leyes

 Por Miriam Cairo

Que no se hable más de aquel ruido en el suelo, ni de la mosca que conspira, dice el marqués.

Las dos mujeres de la mesa de al lado se dan vuelta para mirarnos.

No saben si yo soy él o si él es yo.

Antes hubo muchas latas vacías de productos comestibles. Antes hubo un orden abrumador. Toda una sucesión de días, semanas, meses y años.

Esto es muy abstracto, lo sé, dice él, con la lapicera en la mano, y no es abstracto porque no pueda realizarlo sino porque la realidad a veces trastoca sus propios principios.

No estoy segura.

No.

El marqués está en el libro, está en el verbo escribir que es también el verbo vivir; está por encima de decir esto no es lo otro; por encima de las identidades simples en el mundo de la verdad inmóvil.

El marqués está en el texto.

El marqués está fuera del texto.

Todo esto puedo pensarlo con el verbo pensar mientras miro la gente a través de la vidriera y observo una escena sin comprenderla del todo. Dos hombres hablan en mitad de la vereda de enfrente y lo que representan me parece tan peligroso como tentador. Es el marqués trastocándolo todo, íntimamente.

Bastaría un roce, dice el marqués, para violar las leyes del mundo natural y sacar a la luz la naturaleza cataclísmica del hombre.

Yo leo con el verbo releer lo que el marqués murmura con el verbo murmurar. Punto y seguido. Luego, punto y aparte.

Ahora desea que el remilgo baje sus cortinitas de hule y las dos mujeres que construyen sus fragmentos en prosa, manifiesten un párrafo de ardor.

Ahora desea que la noche caiga como los flecos de un chal de hilo macramé.

Ahora corta las horas con violencia y hace un picadillo de carne jugosa.

Ahora lo sazona.

Ahora llama por teléfono.

Ahora yo le pregunto con la urgencia de las palabras urgentes qué es lo importante. Lo importante es esto, dice él, con letras impronunciables.

Estamos a pocos pasos de un revivir de campanas, dice el marqués, y con dulzura apoya su rostro en el margen izquierdo de mi pecho, violando sádicamente las leyes naturales de la sangría.

Yo no soy la culpable de que la vida sea lo que no es, pero más allá de mis involuntarias acciones, la vida es lo que no es.

Las dos mujeres de la mesa de al lado beben un vino que las aturde.

Las dos mujeres repiten un nombre y otras maledicencias. El marqués se pone de pie y va al baño. Una de las mujeres se pone de pie y va detrás de él. La mujer que queda sola y yo nos miramos.

Espejos.

Espejismos.

Puntos suspensivos.

Creo que es un día como otro cualquiera pero bien sé que eso es imposible desde que llegó el marqués.

La mujer que quedó sola se entretiene con el teléfono celular mientras en la calle, el semáforo frena el tránsito y el muchacho de la esquina hace malabares con los puntos suspensivos. Pocas monedas. No hay tiempo que perder.

Vuelve la mujer.

Me mira.

No sabe si yo soy el marqués o si el marqués es yo:

"lo real ha de asirse

como una nada que vemos

y otra que no está ante nosotros".

Vuelve el marqués con sus pies dentro de los zapatos de Girri.

Mira a las mujeres que están en la mesa de al lado.

No sabe si las inventó él o las inventé yo.

No sabe si hizo lo que hizo.

No sé si pensé con el verbo pensar o con el verbo abrir.

Escribo en mi lengua.

El marqués lee en su idioma de marqués.

Lo que escribo con mi lengua ha nacido para ser leído con la lengua del marqués.

¿Cómo se dice esta palabra? Pregunta, y los signos de interrogación huelen a sexo. Los acentos lo tildan todo de orgiástico. Las mayúsculas ritman eyaculaciones constelares. Titulan. Firman. Nombran lucíferamente.

Los chorros de tinta se mezclan con baba de marqués.

Las mujeres de la otra mesa violan las leyes del bar, se besan con los labios mayores en el mundo real y con los labios menores en el mundo irreal dejando en evidencia la naturaleza cataclísmica del texto.

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