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Viernes, 27 de febrero de 2015

CONTRATAPA

Héroes

 Por Marcelo Britos

La última película de Eastwood, American Sniper, es difícil de analizar conservando un poco de respeto por su director. Pareciera que, aquella dualidad que se presentaba como un misterio, la de un republicano recalcitrante haciendo un cine sensible y por momentos crítico, terminó por condensarse en lo primero: el reaccionario se devoró todo lo demás. La historia del "francotirador más letal de la historia de Estados Unidos", frase elegida por las distribuidoras para promocionar la película, es una adaptación romántica del libro escrito por el mismo Chris Kayle, un "Seals" del ejército que asesinó a más de 250 iraquíes, incluyendo mujeres y niños. En el libro autobiográfico, Kayle no tiene pruritos en mostrarse como un sujeto amoral, para el cual el mundo se divide entre "presas y cazadores". Pero Eastwood construye en la película un héroe, un hombre con un alto sentido del deber, que ve en cada asesinato la posibilidad de salvar muchas vidas; americanas, claro. La misma justificación que escuchamos cada aniversario de Hiroshima y Nagasaki. El Oscar 2015 tuvo dos héroes de este estilo, y no es casual. Nada lo es en Hollywood. El otro es el inefable sargento Collier de la película Fury, interpretado por Brad Pitt. La metáfora del comienzo ya prefigura la posición del director (Phil Harvey): Collier salta sobre un alemán que está montado a un caballo blanco y lo apuñala en la cara hasta matarlo. Después de ese trance sangriento, va hacia el caballo y lo libera, y lo ve correr hacia la puesta del sol. Los aliados liberando al mundo de la opresión. Collier le dice a un nuevo integrante de su grupo, que se niega a matar a niños alemanes: "La ideología es pacífica, la historia es violenta". La frase se viraliza en la redes sociales, simplista y peligrosa, como si fuera una pequeña clase de ciencia política. Es que Estados Unidos se debate, por estos días, entre un acuerdo con Irán para el control del desarrollo estratégico de energía nuclear, y una nueva intervención militar en Medio Oriente, fundamentada en las hostilidades del ISIS. El complejo industrial militar vuelve a mover sus engranajes, y Hollywood, como siempre, le sirve de "difuminador" de conciencia. Pero es la cuestión de la heroicidad lo interesante para discutir. El término que tiene origen en la cultura griega, refiere a un Dios, hombre o mujer cuyas habilidades extraordinarias lo hacen sobresalir. Pero esas cualidades que podrían ser poderes, fuerza sobrenatural o una inteligencia destacada, deben estar acompañadas de la virtud. El héroe se caracterizaba además por ser virtuoso, alguien que revestía sus acciones de generosidad, de razones morales y justas. Así, esta figura literaria fue recorriendo siglos, y fue sucesivamente adaptada a cada necesidad, tanto artística, como social y política. En la edad media fue el caballero de la epopeya, el de un amor prístino y fiel; en el período romántico y en el renacimiento fue idealizado, y a las razones o intereses subjetivos, como el amor o la gloria, se sumaron la libertad y la patria. Pero cuando se copia este modelo para ensalzar a alguien fuera de la ficción, se produce un desfasaje lógico. El universo ficcional puede no admitir contradicciones, que en la realidad son inevitables. De hecho, la figura del "héroe real" siempre esconde regiones oscuras. Y las esconde adrede, tergiversa la acción humana, cualquiera sea su naturaleza, para alcanzar la estatura del héroe. Porque sólo él puede desviar la atención, sólo las cosas que giran alrededor de su diafanidad pueden justificarse, aún las más atroces. Claro que esto no es una escala sin matices. Hay hombres y mujeres que han alcanzado cierto estadio de admiración, en función de sus virtudes. Pero generalmente no son héroes, sino ejemplos. Porque no necesitan de esa áurea irreal, de lo que la literatura clásica conoce como areté. Los que son llamados por la historia a ejercer ese papel de fraudes, tienen que ser héroes, necesitan de ese mito para que la farsa funcione. Hollywood lo sabe hacer. En el caso de Alberto Nisman, alrededor de su muerte los interesados del caso construyeron su heroicidad. Quizá alguno pueda decir que más que nada era un mártir. De hecho también se han visto carteles con ese adjetivo. Pero un mártir tiene ante la adversidad una actitud pasiva. Sufre o se deja morir de forma deliberada. Nisman era un sujeto activo. Antes de su muerte recorría los canales de televisión, se presentaba con un hanimus cargado de osadía. Así lo describen sus colegas. Los héroes clásicos también buscaban la gloria. Los canales de noticias, que se han convertido en compañías de ficción, narran la historia de un hombre que murió asesinado (así lo afirman, incluso hasta la presidenta lo hace, cuando el expediente parece dirigirse claramente a un suicidio), un día antes de presentar las pruebas de una denuncia escandalosa contra el gobierno. Hubo una marcha multitudinaria por él, por el héroe. Los demás ayudan a completar esa ficción. Por ejemplo, correo electrónicos viralizados, con una escena de Los últimos días de la víctima, cuando Luppi (el asesino), mata en un baño a Alfonzo De Grazia, un testigo clave. Luego monta el suicidio, y con un artilugio deja la puerta del baño cerrada por dentro. La escena de la muerte del héroe.

Aun cayéndose a pedazos la manipulación de los hechos, aun sabiendo que Nisman era un fiscal mediocre, que estuvo 8 años al frente del caso AMIA sin aportar solución alguna (de hecho fue denunciado por Memoria Activa y otras entidades de familiares), aun estando sospechado también de encubrimiento en la pista local y desvío de la investigación de la pista Siria, estando confirmados sus vínculos con el Mossad y con la Embajada Americana (se lo reconoció él mismo a Santiago O D'onnell). A pesar también de una denuncia inconsistente, mal vista por cuanto jurista se haya preocupado en leer, a pesar de todo eso, no le cuesta mucho a una gran cantidad de argentinos tragarse semejante película. El héroe de Puerto Madero, de autos de alta gama, y departamento de veinte mil dólares el metro cuadrado. Es decir, quizá ni siquiera sirva para semejante fraude, quizá el villano - que siempre existe cuando hay un héroe- , sea tan odiado por los que creen la ficción, que no hace falta un paladín tan virtuoso. Alcanza con un fiscal ambicioso que corregía sus escritos en la embajada estadounidense. Cuando argumenté esto en una reunión, alguien me dijo que estaba culpando a la víctima. Me hizo pensar, es verdad. Es necesario dudar en estos tiempos, en dónde la ficción se vende como noticia. Nada es lo que parece. Pero creo que las únicas víctimas son las 85 personas que cayeron ese 18 de julio en la AMIA. Ellos son las víctimas también, una y otra vez, de la impunidad y la falta de justicia, y también de los intentos de desviar la investigación en función de intereses foráneos.

Hace algunos años, en un asentamiento de la periferia, un hombre entró a una casilla que estaba incendiándose, y rescató a tres criaturas. Cuando sacó a la última, ya no pudo tenerse en pie y murió por asfixia, horas después. Es una excepción a la regla de esta nota. Un verdadero héroe. Pero claro, a nadie le convenía contar esa historia.

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