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Martes, 29 de agosto de 2006

CONTRATAPA

Crónicas de colectivos (urbanos)

 Por Por Iván Fernández

Frena, arranca, sigue, dobla.

Un complejo de ciudades que se contienen, se cruzan, se tocan. El gran relieve de cemento se infecta de diminutos virus, pequeños grandes mundos de chapa, hierro, combustión interna, campos eléctricos. Los colectivos, urbanos, no por llevarnos de un lado a otro de la ciudad, sino por ser ellos mismos una urbe (los que suben, nacen, los que bajan, mueren).

Se pliegan, abren, se extienden, cierran.

El traspaso de las puertas de los colectivos (urbanos) configura un salto de dimensión. Paso de una ciudad a otra sin espacio intermedio. Y en esas singulares urbes rodantes, lugares a ocupar, a transitar (asientos, pasillos, escaleras), y seres particulares.

A continuación, visitas a estas pequeñas ciudades y encuentros de y con sus extraños personajes.

Línea 122 / Miércoles Tarde / Sentido Norte﷓Sur.

Dos colectivos gemelos, uno verde, otro colorado, diferencia cromática que para los viajeros de 15 o 20 minutos microcentrales (es mi caso) viene a ser una especie de atributo estético.

Me inicio en el andar verde.

Y cuando subo un gran y curvo hombre lleno, muy lleno de padres: va recolectando monedas, ignoro si vende algo (pareciera que no, no veo que nadie tenga ningún producto) o si conmovió con su discurso, y a cada redonda contribución exclama: "Gracias, pa".

Voy a sentarme, la hilera derecha (siempre mirando hacia la puerta trasera) está llena, se sabe que los asientos﷓islas son muy codiciados, en fin, será entonces un viaje por izquierda. Para sentarse habrá que sortear el equipaje de un pasajero izquierdo﷓pasillo que es, a saber, un bolso y una caja de cartón con un armazón con ruedas atada a la misma.

Una mujer se levanta y camina hacia atrás, al pasar frente a una chica le dice: "Llamame". También se levanta alguien de la fila solitaria y... primera reacción (que se repetirá luego dos veces) del sistema por recuperar su equilibrio, que parece requerir que no queden asientos﷓islas vacíos, alguien de las filas﷓par cambia de asiento y el asiento﷓isla abandonado vuelve a ser ocupado.

"Sin una planificación deliberada por parte de nadie, en nuestro tipo de sistema social y, correspondientemente, en otros, se han desarrollado mecanismos que dentro de ciertos límites son capaces de prevenir e invertir las profundas tendencias a la desviación en la fase del círculo vicioso que la sitúa más allá del control de las sanciones ordinarias de aprobación﷓desaprobación y recompensa﷓castigo." (Parsons, 1951: 319) (Ritzer, George. Teoría sociológica clásica. Ed: Mc Graw Hill. Colombia, 2001. Pág.: 547)

El colectivo pasa enfrente de un carro empujado por dos chicos que saludan al chofer y prolongan un beso que quiere romper el vidrio (el vidrio proviene de la arena, y tal vez por este origen atrae los golpes repetidos de aquello que quiere cambiar de estado, de aquello que insiste en discutir la frontera que separa y determina) para alcanzar a una joven pasajera (bella, por cierto, como otras habitantes del 122 que nos compete). Una mujer, que sube con dos chicas, se encuentra con un hombre, le dice: "Te llamé, no me podía comunicar. Era por la licuadora, no anda." El hombre contesta algo rápido y camina hasta el timbre.

Otra vez se levanta alguien de la hilera única, que ahora fue poblada mayoritariamente por jóvenes varones con gorra, esta vez, tiempo prudencial para ocupar el asiento, y es que existe gente parada, los erguidos se miran de reojo hasta que una chica (primera candidata, estaba al lado del asiento) lo ocupa.

"Un sistema social ﷓reducido a los términos más simples﷓ consiste, pues, en una pluralidad de actores individuales que interactúan entre sí en una situación que tiene, al menos, un aspecto físico o de medio ambiente, actores motivados por una tendencia a "obtener un máximo de gratificación" y cuyas relaciones con sus situaciones ﷓incluyendo a los demás actores﷓ están mediadas y definidas por un sistema de símbolos culturalmente estructurados y compartidos." (Parsons, 1951: 5﷓6) (Ritzer, George. Teoría sociológica clásica. Ed: Mc Graw Hill. Colombia, 2001. Pág.: 545)

En un nuevo momento de regeneración soy yo el que desaparezco, a la vez que sube uno más de los jóvenes con gorra. Tal vez quieran copar el colectivo.

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