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Sábado, 26 de septiembre de 2015

CONTRATAPA

La heroína en puntas de pie

 Por Miriam Cairo

"Los detractores de la poesía/ van a tener que pedirnos perdón en cuclillas/ ha quedado de manifiesto/ que se le puede hacer la pelea a la prosa:/ la cenicienta de las bellas artes/ no tiene nada que envidiar a sus hermanastras

goza de buena salud/ en opinión de justos y pecadores/ señores Fukuyama/

Gombrowicz/ Stendhal/ Platón & Cía./ Ilimitada". Nicanor Parra

Estos versos ponen de manifiesto que la cruzada poética lucha contra varios frentes a la vez: el mercado, las instituciones y también, la propia literatura, si leemos a Gombrowicz, Stendhal y Platón como representantes de esa compañía literaria ilimitada.

En principio, me referiré a Fukuyama, según el orden establecido en el poema, quien nos participa del festín de la neocolonización imperial de occidente en ¿El fin de la historia? y "descarta la importancia de la ideología y la cultura, viendo al hombre como un individuo racional y maximizador del lucro".

Ante esta concepción especulativa del hombre, la pregunta se hace sola: ¿la poesía puede encontrar un espacio para el pensamiento metafórico en una sociedad que tiene como prioridades la racionalidad y el lucro?

"La gente seria", dice Cynthia Ozick en Metáfora y Memoria, "está acostumbrada a sentirse cómoda con su mente. La inspiración es una intrusa, una raptora de la razón". Resulta claro que el discurso poético, con su manera de entrar sesgadamente en el territorio de la realidad, exige en el lector un desprendimiento de los discursos hegemónicos y convencionales, de allí que para Parra, Fukuyama y todo lo que él representa, sea uno de los principales detractores.

Pero en el ámbito de la propia literatura, también se encuentran voces beligerantes. Tal el caso de Wiltold Gombrowicsz, para continuar con el listado de detractores que el antipoeta enuncia en sus versos. Gombrowicsz, en su ensayo "Contra los poetas" cae en una serie de lugares comunes que resultan muy útiles para reflexionar, ya que, por ser comunes, suelen ser reproducidos por muchas otras voces provenientes de los distintos espacios culturales, escolares, editoriales, críticos, académicos.

La primera caída (en el lugar común) tiene que ver con la desazón que a Gombrowicsz le provoca la posibilidad literaria de experimentar con el lenguaje, y, en medio de una especie de maldición lanza su artillería: "A veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedará de ellos entonces." La idea de separar al hombre de su lenguaje es algo que no resulta ajeno a los habitantes de estos suelos, quienes fuimos despojados del habla originaria y a quienes se nos insertó otra por medio de la espada. Que aquello haya ocurrido en el siglo XV, podría resultar en cierto modo, comprensible, pues era el modo en que el hombre se relacionaba con el hombre: a pura devastación y dominio forzado. Aunque en el siglo XXI las cosas no han cambiado demasiado en cuanto a las formas de dominación de los antros imperiales.

Sin embargo, hay otras voces que echan luz sobre la cuestión del lenguaje: el físico inglés, Freeman Dyson, afirma: "Es cierto que una sola lengua sería mejor para los burócratas y los administradores. Pero tanto nuestra historia y prehistoria como las sociedades primitivas contemporáneas parecen demostrar que la plasticidad y diversidad de las lenguas tuvieron un papel muy importante en la evolución humana." Pues, ¿dónde, mejor que en la poesía, la lengua alcanza su máxima plasticidad? El texto de Gombrowicsz, leído en el año 2015, por momentos consigue rasgos caricaturescos que no alcanzan a salvarlo de la insolvencia y menos aún del insulto.

Inferimos que si Parra incluye en el séquito de detractores a Stendhal, es por haber sido uno de los primeros en ostentar el exhibicionismo realista con su propósito dogmatizante y estatutario. El realismo y el naturalismo, avanzan por senderos opuestos a los de la poesía. Estos tienen por propósito quedarse en la superficie del discurso, en la planicie del lenguaje, de tal manera que al lector no se le despierten indeseados interrogantes ni intervenga con su amenazante poiesis. Standhal y su escritura van tras las evidencias, tras las respuestas irrefutables para que el lector sólo acate. En cambio la poesía elige transitar por las zonas oscuras donde reina la incertidumbre, donde la palabra va perdiendo los ropajes y llega desnudamente renovada, transformada, hasta la puerta de nuestro aliento para que respiremos la extrañeza del lenguaje que es mismo y otro.

Por su parte, Platón, el último en ser nombrado por Parra, pero quizás el fundador de la "compañía ilimitada", menospreciaba a los poetas porque consideraba que la poesía inflamaba las pasiones y no era verdadera, ya que las musas se apoderaban del alma del poeta y la obra resultaba producto de una locura divina llamada inspiración. Aunque el gesto platónico pueda parecer demasiado lejano, incluso perimido, "verdad" y "realidad" son dos construcciones que todavía siguen luchando por imponerse por encima de otras verdades y otras realidades, e incluso insisten en inmiscuirse en territorios que no les competen: la literatura, la poesía, en fin, el arte.

Pero, como lo anuncia el antipoeta, en su deliberada debilidad la poesía sigue siendo invencible. No ha habido imperativo neoliberal, ni retórica dogmatizante, ni insulto polaco, ni abalorio griego que haya podido derribarla. Es la heroína en puntas de pie sobre un campo minado de amenazas.

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