rosario

Martes, 20 de febrero de 2007

CONTRATAPA

CUBA LIBRE

 Por Adrian Abonizio

En La Habana se frecuentan las leyendas y los mitos urbanos como en cualquier urbe. Hay una avenida por donde, a determinadas horas, solo puede avanzar Fidel si así lo quisiera. Hay una luz iluminada en casa de gobierno que es donde trabajaba el Che. Una pintada en contra es cárcel y juicio sumario. Se comparte el pan que tienen y la camaradería. Verdad o vértigo mental del trópico, nunca lo sabremos. Frente a la casa de negocios de USA han sembrado mástiles que impiden leer el blister en movimiento con noticias "gusanas": desde cualquier sitio es imposible captar las frases. Hay 24 banderas negras con estrellas blancas: son los presos o muertos por el capitalismo. Muestro un billete de los nuestros ¿Quienes son estos mártires"? pregunta la cubana. Se me revuelve la conciencia. "No lo son, señora: este es San Martín y el otro Belgrano pero estos dos (por Mitre y Roca) fueron asesinos y vendepatrias. Levanta las cejas y conmovedora me inquiere" ¿Y por qué los llevan en sus billetes?". Porque debemos ser bastante pelotudos, pienso. Maradona es nuestro morocho gardeliano mas amado. "El turista más antipático es el jovencito de los años noventa suyos, el menemista", susurra Marcelo mientras conduce su taxi. "No hablan con el pueblo, cuidan la billetera y son inexpresivos a la hora de pagar. Parece como que en el fondo les damos vergüenza". Ah, amigo es lo que dejó el liberalismo, la libre empresa, la lámpara mágica del 3 x 1, el plasticazo en cuotas, el emprendedor inescrupuloso. La sal agria de los 90. "No entiendo al peronismo," se lamenta Marcelo. Y no entiende tampoco a Lopez Rega ni a Isabel. "Es como Maradona", tartamudea un preclaro compañero nuestro mientras siendo las 9 de la mañana aún bebe mojito en un baldecito, "amaga por un lado y sale por otro", "casi siempre por derecha", ríe Marcelo que tiene mucha calle, periodismo y vaticina un paulatino mercantilismo insular. Temprano, vaya a saberse a qué región de la selva familiar marcharán las filas de jovencitos venezolanos para confraternizar en tácticas. Los argentinos, aislados, sin bandera ni porvenir, con una bolsita culpógena de aspirinas con que repartir no vamos a sitio alguno: somos expulsados del Infierno﷓Paraíso de la revolución. "¿Resiste?", me pregunta Nela. "tanto como una emplomadura vieja", tengo ganas de decirle, pero le aseguro que sí, como si de ello dependiera nuestra felicidad fraternal con la que se me ha apoyado en mi solapa que románticamente huele por fin a sal marina del caribe. Van y vienen los laburantes de las siete de la tarde, caballos lejanos, puentes con nudos de un auto detenido, los barquitos de colores. Allí, frente a estas costas sin carteles, sin humo ni basura, atestadas de conventillos donde asoman negras con unos dientes como faroles, allá enfrente la gente se mata por el crack, tienen golpes cardíacos por el pánico a morir en una torre quemada o violados por los expulsados del Bronx. No sé quién soy, ignoro de dónde vengo y si es mejor que esto una tierra rica cuyos dueños extranjeros que conviven con nosotros gozarían con pulverizar esta isla para ellos saturada de maleantes, comunistas, sucios, perdidos, burladores empobrecidos del american way life, del deme dos, de la social democracia que instala mierdas de celulosa lejos de sus inmaculadas vidrieras, de los sistemas democráticos de urnas con olor a pedo. Repito: no sé de dónde vengo y lo peor de todo, que de donde vengo tengo muy pero muy poco que defender. La esquina del Che en Urquiza y Entre Ríos recién ahora tiene un caño altísimo para que no lo tumben señalando en un cartelito que marca allí vivió un héroe con huevos. Es poco, muy poco y esta zona, aún en la indigencia noble y remendada hace sombra, una sombra enorme de caimán sobre la mediocridad mundana de nuestro universo plural, asesino y libre como lo puede ser un cuervo en su jaulita, mascando huesos, mirando la luna, agonizando y creyendo estar en el mejor de los mundos. Pase lo que pase en la Isla se palpita que son y serán invencibles. Me hundo en el ron y un rastafari me presta una guitarra con que llorar el Volver de Gardel para otro domingo sin fútbol.

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