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Viernes, 27 de abril de 2007

CONTRATAPA

Despertarse en Rosario

 Por Beatriz G. Suárez

"¿Qué es el insomnio sino la obstinación maníaca de nuestra inteligencia en fabricar pensamientos, razonamientos, silogismos y definiciones que le

pertenezcan plenamente, qué sino su negativa de abdicar a favor de la divina estupidez de los ojos cerrados o de la sabia locura de los ensueños?. El hombre que no duerme﷓y demasiadas ocasiones tengo de comprobarlo en mí desde hace meses﷓ se rehúsa con mayor o menor conciencia a confiar en el flujo de las cosas."

Margarita Yourcenar. "Memorias de Adriano".


Noches rosarinas. El río sigue cerca. El despertador no suena pero sueno yo a las tres en punto, encendiendo gestos al borde de la almohada; ahogada por la miseria y la inevitable práctica de desastre que me acompaña desde hace un tiempo.

La noche se interrumpe con una mala idea, un mal presagio a modo de cuchillo, quedan cenizas del descanso tiradas en la alfombra y enciendo

la luz como prueba del desorden.

Hace días y días que no duermo, sé que a otros les pasa lo mismo. Imagino hacer una peña con ese escandaloso circo de preocupados, me abruma la

dignidad de este insomnio.

Tres y pico. Cuatro y cinco. El reloj digital de la mesita me muestra

rojamente el fuego del corte, estoy lanzada al universo más que nunca,

aprecio los gestos de la primera estrella; la mitad de la noche me enseñó a escucharla.

Cuatro cuarenta y ocho. Cinco y cinco. Dos y veinte. Qué desastre, cada vez amanece mas temprano.

Mi cuerpo sufre y queda obscenamente en evidencia; vuelvo a verlo (habiendo podido olvidar), pero el fastidio de los martillazos de mi propia vida lo despiertan con explicaciones semicientíficas mientras permanezco en una ignorancia de barco a la deriva.

En los días ordinarios abro los ojos pensando que soy niña, que aún no pasó nada, que la tribu está armada y ando con sandalias, sin temor. Por un instante me asemejo a la que fui, a la de parloteo fácil y guitarra

encontrada en las antípodas de la muerte.

Amontonados los minutos salen del reloj, intentan pasar la desesperación a cuna, la habitación deviene una pieza de plomo y ese paisaje casi

hospitalario decora todo.

Tres y media. Cinco y diez. ¿Por qué no cicatrizo?

A veces llevo el vuelo de las aves en el sueño y me choco con el contrapeso de la cortina de enrollar. Paso de lo fortuito a la certeza. Y me resulta triste.

De pronto me parece única la serena madrugada, suelo pensarla aislada y no un antecedente del día y el trabajo, son tan diferentes las etapas, tal lejanas estas cronologías que supongo un hiato indefinible donde caigo con poca inteligencia.

Busco la libertad del sueño y aparece un encierro aterrador y poco

hipnótico.

Serena, Rosario vagabundea entre claves de silencio.

A la hora en que pasan a recoger las inmundicias decididas en bolsitas, la hora del borrón en que mis ojos se abren sin mí.

Gobernar la noche es un don que no tengo.

Tal vez lo he cambiado por buscar su infinita belleza.

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