rosario

Miércoles, 9 de junio de 2010

CORREO

Conciencia sensible

Entre los poetas españoles de la llamada generación del 27 tan pródiga en talentos, brilla con singularidad y luz propia Federico García Lorca. Nacido el 5 de junio de 1898 en la Villa de Asquerosa, conocida como Valderrubios, cercana Fuentevaqueros en la Provincia de Granada, fue fusilado por los falangistas alzados contra la II República el 19 de agosto de 1936. su condición de librepensador siempre solidario con los oprimidos de todas las latitudes.

En efecto los esbirros de la reacción militar eclesial nunca le perdonaron que en sus versos y obras de teatro, en sus conferencias y en todas las ocasiones manifestara su rechazo a las injusticias sociales de toda índole.

Personalidad multifacética, espíritu creador expresado en dibujos, canciones, composiciones musicales, y sobre todo piezas escénicas como Yerma (que indaga el drama de la mujer esteril), La zapatera prodigiosa, Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba, verdadero alegato contra el autoritarismo y la hipocresía de los terratenientes.

García Lorca encarna el talante a la vez universal y particular de la cultura andaluza, paradoja que se resuelve al revelar en la poesía las alegrías y tristezas de las mujeres y hombres del pueblo con la profundidad y la firmeza de una conciencia sensible.

En sus versos, aparecen con potencia y sin igual belleza metáforas como aquella del Romance de la pena negra en el que dice: "las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya" o Antoñito el Camborio que "tres golpes de sangre tuvo y se murió de perfil".

Este Federico García Lorca, a quien no pudieron acallar sus verdugos, porque pervive en sus obras, visitó Nueva York y dejó plasmadas en sus poemas el rechazo a la sociedad mercantil cuando escribió: "Los maestros enseñan a los niños/ una luz maravillosa que viene del monte; pero lo que llega es una reunión de cloacas/ donde gritan las oscuras ninfas del cólera. Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas; pero debajo de las estatuas no hay amor, no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo./ El amor está en las carnes desagarradas por la sed, en la choza diminuta que lucha con la inundación; el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre, en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas y el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas... Porque queremos el pan nuestro de cada día, flor de aliso y perenne ternura desgranada, porque queremos que se cumpla la voluntad de la tierra que da sus frutos para todos".

Carlos A. Solero

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