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Jueves, 2 de junio de 2011

CORREO

El parto domiciliario

En estos últimos cincuenta años el avance de la ciencia en el terreno de la obstetricia ha sido y sigue siendo sencillamente maravilloso. Nuestro país, en la materia, no tiene nada que envidiarle a los más aventajados. Aún así la atención del natural acto de parir continúa evolucionando en búsqueda de un equilibrio armonioso para la madre y el bebé. Desde mi situación de obstetra (egresé de la universidad en 1961), pude ser partícipe de muchos cambios. Durante el siglo pasado, en las década del 50 y 60, se fueron abandonando las prácticas de los partos en domicilios. La creación de maternidades, hospitales y sanatorios con sectores exclusivos para la atención de los nacimientos fueron convenciendo a las familias que ésos eran los espacios más convenientes para el insuperable momento. Los neonatólogos formando parte del equipo de salud pusieron la nota que faltaba para que la atención fuera completa. En un todo de acuerdo, en la Argentina se comenzó a transitar el camino de una obstetricia diferente, cuyos resultados fueron evidentes en el corto plazo: franca disminución de la mortalidad materna y fetal en los nacimientos. Aún así, en ese deambular eterno en búsqueda quizás de mayor perfección, o simplemente por tratar de ser original, se intentó realizar el llamado "parto en el agua". Afortunadamente no prosperó. Sin embargo, en este buen sendero que la obstetricia transitaba algo hizo crack. Porque las parejas comenzaron a pensar en el retorno al parto domiciliario. Actitud un tanto inexplicable porque todos sabemos que en una casa de familia no se cuenta con lo indispensable para atender patologías intempestivas. Debemos admitir que algo ocurrió en algunos países y en algunas familias argentinas para que se resolvieran por ese antiguo modo de parir. Si el parto es absolutamente normal, no necesita, ni necesitó jamás una atención profesional, la historia así lo demuestra. ¿Entonces para qué está el obstetra, la obstétrica, el neonatólogo, la enfermera? Indudablemente que para una mejor atención y para la detección oportuna que permita asistir a la madre o al niño en forma urgente y con los medios indispensables, cuando los minutos cuentan para la vida. Los cursos de preparación para el nacimiento tendrán que ser dictados por un equipo interdisciplinario que por ningún motivo debe excluir al obstetra u obstétrica y sus fundamentos deberán dirigirse al logro de un parto normal. El aumento del número de cesáreas que no sólo preocupa a prestadores y obras sociales, sino a la población en general, tendrá que ser analizado muy profundamente, para que las mismas vuelvan a ser solamente la resolución acertada cuando la naturaleza se niega o no permite el arribo a un parto normal. Finalmente la obstétrica, como lo hace hoy en los países más avanzados del mundo, deberá volver a ocupar en el equipo de salud el irremplazable espacio de espera que necesita un nacimiento natural.

Edith Michelotti

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