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Miércoles, 5 de septiembre de 2012

CORREO

Correo

Creciendo

El amigo y colega, Carlos del Frade, dijo muchas veces aquello que en la cancha chica del fútbol puede leerse qué pasa en la cancha grande de la historia.

El último domingo, Envar y su mamá, el Fede y sus papás, se fueron a pasar la tarde a los jueguitos del Parque Independencia. Envar tiene cinco años, y una pasión desatada por Rosario Central que ha heredado de las historias comunes de sus viejos. Se fue al Parque, a jugar, con una remera con los colores de su equipo.

Una remera que dice "en mi mundo canaya hay lugar para todos". El Fede, canaya también, se puso la camiseta. Se fueron al Parque, un espacio público, a jugar. Y en eso estaban, hasta que desde la sede de ese Club hermano en las desgracias, de ese Ñuls tan saqueado como el canaya, salieron dos muchachos, camisetas rojinegras.

Fueron donde el Fede y Envar corrían atrás de una redonda, y le gritaron que se saquen las camisetas.

"Estás provocando", le gritaron los valientes muchachones al pibito de cinco años, mientras le manoteaban la remerita auriazul.

Las bravuconadas siguieron con las madres, después con el papá del Fede, un laburante metalúrgico que intentó explicar en medio de los gritos, las amenazas, el silencio de las muchas familias que había alrededor. Se sabe: es domingo en un parque público. Intercedió un tercer hombre, que también salió de la sede.

Y a la sede del club volvieron a entrar los tipos sensibles provocados por dos pibes de cinco y once años, y sus remeras canayas, jugando a la pelota en una plaza.

Se hizo necesario que la tarde siga en otros espacios públicos, con menos juegos y más palabras.

Esas que se hacen necesarias para explicar lo muchas veces inentendible.

Sin embargo, Envar lloraba porque no alcanzaba a entender la dimensión de esa violencia.

Hubo quien le dijo a las mamás: "A quién se le ocurre, ir con una remera de Central al Parque. Es como caminar por Génova y Cordiviola con la camiseta de Ñuls". Nunca se me hubiera ocurrido semejante naturalización de la violencia. Con Carina, la mamá de Envar, nos negamos profundamente a pensar en esos términos.

Educar en la libertad también tiene que ver con estas decisiones.

Más allá de colores, hablamos de dos tipos pasados de rosca manoteando a un pibe de cinco años, porque "los provoca". Naturalizar la violencia es abandonar esa pelea indispensable.

Jorge Cadús

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