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Jueves, 31 de diciembre de 2015

PSICOLOGíA › EL BORDE QUE PERMITE CONFORMAR UN CUERPO

El límite entre adentro y afuera

 Por Sergio Zabalza*

La palabra borde refiere un polo de atracción para las personas. Desde chicos nos atrae caminar por el borde de una pared, acercarnos al marco de una ventana, hacer equilibro en el cordón de una calle, probar hasta dónde uno es capaz de llegar, averiguar cuál es el límite, desafiar la autoridad. El borde es una marca que nos permite conformar un adentro y un afuera. Quizás también por eso suele atraernos tanto la costa del mar, en ese horizonte otea aquello que no sabemos de nosotros mismos. Algo parecido opera en el ansia de hacer cumbre, como si se tratara de tocar un borde del infinito, por cierto, sutil y excitante manera de interrogar nuestra mortal condición.

El cuerpo nos brinda magníficos ejemplos acerca de cómo opera el borde de la finitud. En efecto, según Roland Barthes (1) el erotismo habita en los bordes. Por ejemplo, allí en el corte que marca la ropa interior está ese afuera que sin embargo tanto concierne y convoca nuestra más inquietante intimidad. Lo suficiente como para poner en duda dónde comienza mi cuerpo y donde termina el tuyo.

Es que de alguna manera caminamos y nos movemos junto con aquellos cuerpos que nos han resultado significativos a lo largo de nuestras vidas, basta colegir el vacío que experimentamos cuando algún amor nos abandona o algún ser querido fallece. Así, todo intercambio es posible porque hay un borde, desde los fluidos en una relación sexual o la leche que amamanta a un bebé, hasta la voz que suena en el celular, se constituyen como tales en virtud de ese límite que constituye el cuerpo propio y el del Otro.

Ahora bien, hay sujetos que no tienen borde, carecen de cuerpo y erotismo, en ellos el lenguaje se mostró renuente a dejar las marcas que separa el adentro del afuera, quizás por eso sufren la ausencia de todo interés vital: no hay horizontes a partir de los cuales interrogar la muerte, tampoco infinitos que consientan la caricia de una cumbre.

Por eso, la tarea con familias en el hospital de día apunta a constituir ese borde que permita a un sujeto conformar un cuerpo, es decir: maniobrar para que las palabras fijen límites a partir de los cuales orientarse en la escena del mundo. Desde esta perspectiva, la familia de un paciente constituye "ese afuera que no es un no adentro"(2) con el cual Lacan describe la fina topología que distingue al hablante ser. De hecho, los familiares no figuran en la nómina de pacientes del dispositivo y sin embargo, su singular problemática se encuentra íntimamente "emparentada" con los conflictos que, de manera cotidiana, enfrentamos en el hospital.

Nada mejor que el duelo para ilustrar el punto. Por ejemplo, el padre de un paciente confesaba durante una entrevista que cuando su hijo le preguntaba si lo quería, el hombre le respondía: "No", dado que: "si aflojo ﷓decía﷓ se me vuelve en contra". Al ser interrogado por ese "aflojar", lo que apareció en el horizonte fue la muerte de su propia esposa. Establecer una separación entre este dolor y la demanda de amor de su hijo marcó la estrategia para que esta vez el límite de la finitud jugara a favor de atemperar el desarreglo subjetivo del paciente.

*Psicoanalista. Integrante del dispositivo de hospital de día del Hospital Alvarez.

1-Roland Barthes, El placer del texto y lección inaugural, México, Siglo XXI, 1996, página 19: "¿El lugar más erótico de un cuerpo no es acaso allí donde la vestimenta se abre? En la perversión (que es el régimen del placer textual) no hay "zonas erógenas" (expresión por otra parte bastante inoportuna); es la intermitencia, como bien lo ha dicho el psicoanálisis, la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (el pantalón y el pulóver), entre dos bordes (la camisa entreabierta, el guante y la manga); es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición ﷓ desaparición".

2 Jacques Lacan, El Seminario: Libro 22, RSI, clase del 14 de enero de 1975.

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