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Jueves, 7 de diciembre de 2006

PSICOLOGíA › LA RELACIÓN ENTRE DESEO Y PODER EN EL PSICOANÁLISIS CLÍNICO

Esos encuentros pactados y a solas

El autor de la nota es psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Americana, y disertará en Capital. Aquí un anticipo.

 Por Owen Renik*

La situación analítica clínica, en la que dos personas se encuentran a repetición, a solas, en privado, para hablar acerca de los temas más íntimos, es intrínsecamente seductora. La generación de sentimientos sexuales difícilmente pueda evitarse. Si se estimula a una persona (el paciente) a esforzarse al máximo para reconocer y expresar estos sentimientos cuando ocurren, mientras que la otra persona (el analista) se esfuerza al máximo para no comunicarlos, la ilusión de un desequilibrio del deseo se crea inevitablemente y se establecen un conjunto de actitudes y expectativas. El analista, que sólo parece ser deseado, tendrá poder por sobre el paciente, que desea.

Entonces, difícilmente nos sorprendamos al notar la interesante, aunque triste, observación respecto de las así llamadas violaciones a los límites de que, cuando se entrevista a las pacientes mujeres que han sido sexualmente explotadas por sus analistas varones, es bastante habitual que la paciente informe que la conexión sexual era muy importante para ella porque le brindaba un sentimiento de poder dentro de la relación, y que fue cuando el analista intentó alejarse de la conexión sexual que ella hizo la denuncia. En otras palabras, la paciente experimentaba estar físicamente involucrada con su analista, lo cual volvía los deseos de ambos participantes completamente evidentes, como un correctivo a lo que de otro modo constituía una relación de poder abusiva que suponía el desequilibrio de deseo aparente! Obviamente, en estos casos desafortunados el remedio es por lo menos tan dañino como el problema que lo causó. Pero esa ironía debiera aclararnos cuán mal se manejan con frecuencia el deseo sexual y el poder en el análisis clínico cuando el analista participa de un modo tradicionalmente "apropiado".

Cuando tenía treinta y pico de años analicé a una mujer de aproximadamente mi misma edad, Sylvia, cuyos síntomas se vinculaban con su incapacidad de mantener relaciones amorosas. Era batalladora y juguetona. Yo la encontraba muy agradable y pensaba que era atractiva. Pero Sylvia tenía una dificultad. Se ofendía fácilmente y yo podía ver cómo el hecho de "saltar" rápidamente a lo que imaginaba era defensa propia podría estar entorpeciendo su vida romántica. Traje a colación este tema cuando pensaba que estaba ocurriendo, en particular entre nosotros, y ello pareció tener un importante efecto.

Un tiempo después, Sylvia comenzó a encontrar motivos para describir su vida sexual en considerable detalle. Yo tenía la sensación de que el objetivo principal de sus descripciones era tener un efecto sobre mí. Estaba buscando la forma de hablarle acerca de esa posibilidad cuando, en la mitad de una sesión, recostada en el diván, Sylvia me sobresaltó al levantar su bien torneada pierna en el aire, de manera tal que la falda se corrió totalmente, y ajustar su media a la liga que tenía alrededor del muslo, de un modo similar a Marlene Dietrich (a quien, de hecho se parecía) en su famosa escena de El ángel azul.

Tragué saliva y le pregunté qué estaba haciendo. Una pregunta brillante ﷓ absolutamente convencional e inútil ﷓ que obtuvo la respuesta que merecía! "La media se me estaba cayendo", me dijo maliciosamente. Bien. Ambos sabíamos que ella quería excitarme. Y, en realidad, ambos sabíamos más que eso. Ambos sabíamos que ella se sentía sola, que se sentía atraída hacia mí y que yo no estaba disponible. Mucho de esto no había sido puesto en palabras aún, pero había estado implícito en todo lo que pensábamos y hablábamos, así como también en nuestro agradable rapport y en el respeto y reconocimiento mutuos que eran evidentes en nuestra relación de trabajo. Yo también tenía consciencia de cuánto sentía Sylvia que tenía que defenderse y de cómo, en respuesta a mi interpretación de su combatividad, había renunciado en medida significativa a su estilo habitual de auto-defensa.

Tenía todo esto en mente de alguna manera cuando intenté abordar lo que estaba pasando. Le dije a Sylvia, "La debo estar torturando, porque usted con toda seguridad está intentando torturarme a mí" "¿Y estoy teniendo éxito?", me preguntó. "Sí, pero lo puedo soportar", le respondí. Se rió y dijo luego, mostrando arrepentimiento, que le gustaría encontrar un joven médico agradable con quien salir y que estuviera interesado en todos sus problemas. La hora ya casi llegaba a su fin y cuando la sesión terminó Sylvia volvió a sorprenderme al darse vuelta en la puerta y decir "Gracias". Ví que había lágrimas en sus ojos.

Fue un momento bastante inusual y conmovedor con esta joven mujer que habitualmente se mostraba tan a la defensiva, y resultó constituir una suerte de viraje en nuestro trabajo juntos. Sylvia se volvió cada vez más capaz de tolerar la exploración en profundidad de su vulnerabilidad, lo cual a la larga tuvo un efecto decisivo y positivo sobre su vida amorosa.

Para mí, este episodio fue una introducción a la importancia de reconocer que los deseos del analista, del mismísimo modo que los deseos del paciente, participan constantemente en el encuentro clínico.

*Entrevista completa en www.sapsicoanalisis.org.ar

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