Domingo, 15 de enero de 2006 | Hoy
Por Roberto Sukerman*
Una temática que se repite en el debate público rosarino y que hemos analizado repetidas veces en estas columnas es lo referente a la autonomía y a la descentralización municipal. Estos institutos pueden ir juntos y es mejor que así sea, pero pueden ir por separado y desarrollarse independientemente. La autonomía municipal es una especie de descentralización del poder federal (Nación-Provincia-Municipio). Pero a su vez, el mismo municipio puede descentralizarse en distritos, comunas o como queramos llamarlas a esas células que conforman como unidad el municipio. La autonomía es la profundización del federalismo y la descentralización del poder la idea rectora. La falta de autonomía municipal conspira, sin duda, con la descentralización plena del poder municipal. Una ciudad limitada en su accionar y dependiente de la provincia no puede distribuir el poder como si fuera libre. Sin embargo, los hechos demuestran que hay acciones que tienden a descentralizar el poder y abrir el juego democrático a los ciudadanos aún sin autonomía. Pero antes de analizar estos temas queremos recalcar, una vez más, que se pregona mucho sobre la falta de autonomía municipal pero de acciones concretas para lograrla, nada. Si Rosario es tan importante en el contexto nacional y tiene tanto poder productivo, político y económico no entendemos como todavía nunca se pudo ejercer la presión necesaria para lograr la autonomía que nos merecemos pero que no nos sabemos ganar. Dejemos el lamento y volvamos al análisis. Aún sin autonomía Rosario comenzó hace muchos años un proceso llamado descentralizador. A nuestro entender, más desconcentrador que descentralizador. Desconcentrar es únicamente crear unidades de gestión más pequeñas, sea para facilitar la organización interna de la Administración, o para acercarla a los usuarios o vecinos. Descentralizar hace referencia en cambio a tres cuestiones fundamentales: el traspaso de competencias y atribuciones de una unidad superior a una o varias inferiores con capacidad de decisión autónoma (léase Centro Municipales de Distrito), la transferencia de recursos y la posibilidad de elección directa de los decisores por parte de los ciudadanos locales (por ejemplo, concejales distritales). Esta claro que en Rosario se han desconcentrado funciones y es muy positivo que se haya concretado, pero se debe avanzar hacia la descentralización política plena para transformar el discurso en acción. Dos ejemplos de descentralización del poder y participación ciudadana (son inescindibles) pueden darse con el Concejo en los Barrios y el Presupuesto Participativo.
Cuando todavía estaba fresco lo sucedido en el diciembre trágico de 2001, el "que se vayan todos" y roto el contrato social, el Presidente del Concejo Municipal repitió sus proyectos de 1987 y 1991 para que el Concejo sesionara en los barrios. Así a partir de mayo de 2004 el Concejo sesionó, con sus comisiones y en pleno, una vez al año en cada uno de los seis distritos municipales. La cantidad de proyectos presentados por los vecinos siempre fue abrumadora y el entusiasmo esperanzador. Eso sí, los proyectos casi en su totalidad versan sobre cuestiones de gestión, servicios y obra pública. De los más básicos a los más complejos.
Tomando como ejemplo lo realizado en Porto Alegre (Brasil) la Municipalidad lleva adelante desde hace algunos años el Presupuesto Participativo. Este instituto es uno de los paradigmas de la democracia participativa y la descentralización del poder dado que los ciudadanos concurren a reuniones en sus barrios para decidir en que quieren gastar el presupuesto destinado a lo participativo (una porción menor del presupuesto general anual). Como toda actividad política tiene objetores. Las críticas mayores versan en que el partido oficialista lleva a sus afiliados para direccionar las decisiones en las asambleas y en que la porción del presupuesto participativa es muy baja. El tiempo seguramente pulirá estos defectos y el instituto pasará a ser más transparente y confiable y con esto se elevarán los montos participativos.
Ahora resta analizar cómo funcionan todos los institutos juntos. Tenemos Centros Municipales de Distrito (CMD) y Concejo en los Barrios; presupuesto general y presupuesto participativo. La oferta es atractiva pero a poco de andar se ven descoordinados. Si los vecinos tienen los CMD y el presupuesto participativo, además de la gestión global financiada por el presupuesto general ¿por qué tienen que esperar un año para que llegue el Concejo a su barrio y reclamar poda, escamonda, bacheo, zanjeo, problemas con la basura, el transporte, etc.? La gestión municipal debería dar respuesta a estos simples reclamos. Así el Concejo en los Barrios se transformaría en la caja de resonancia de cuestiones más complejas y dejaría ser el último recurso esporádico para intentar solucionar lo que la gestión debería cumplir. Si las estructuras estatales no trabajan coordinadamente se malgastan recursos y los vecinos perderán las ilusiones creadas.
* Profesor de Derecho Constitucional U.N.R.
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