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Viernes, 8 de enero de 2010

ENTREVISTA

Transformer

Artista visual desprendido de su obra, maestro de modelos en el arte de recorrer la pasarela, mujer cuando quiso, chongo para evadir el peligro; sirena o sireno, cuando el devenir de su huella lo arroje al mar. Ariel Gorostidi, alias La Vogue, se jacta de todo lo que ha sido y jura que puede ser mucho más.

 Por Juan Tauil

¿Quién sos?

–Soy Ariel Eugenio Gorostidi. Al “La Vogue” me lo gané en el primer desfile que hice con Charly Grilli..., eran principios de los ’90, y yo bailaba en Búnker la canción “Deep in Vogue” de Malcolm McLaren, a la que después Madonna copió y salió “Vogue”. Christian Banchig me vio y me invitó a un casting. Imaginate, me produje toda, tenía 18 años. Cuando llego estaban Mariana Arias, Andrea Frigerio, Roxana Harris..., yo salía con una remera con Marilyn by Warhol y marcaba toda la coreografía. Ahí la Grilli me bautizó.

¿Cómo sos?

–Muy sensible y mi vida es una lucha constante por no encasillarme en nada. Puedo enseñar supervivencia humana, fui mutando, muto todo el tiempo. Puedo ser puto, mariquita, varonil... como todos, muto para sobrevivir. Así como hay hombres que se ponen un traje para ir a trabajar, se adecua para eso, después lo podés ver teniendo sexo con una trava, después vestido de mecánico y le gusta que le metan una llave francesa por el orto. Todo el tiempo mutamos todos. Son disfraces para concordar con la santa moral. Yo soy una mujer operada de hombre. En un momento me inyecté hormonas para saber cómo siente una mujer. En un momento era como una perra en celo.

¿Qué características de cada género pensás que tenés?

–La mujer es más exquisita que el hombre: si dos hombres se gustan van y cogen debajo de un puente, en cambio la mujer necesita un ritual. Yo me recuerdo montadísima divina con una fila de chongos atrás y, posesionada de mujer, estaba histérica y me iba sola. Cuando estoy de puto soy más animal, carnívoro. Tuve relaciones con una chica cuando hacía transformismo en Club Caniche. Ella era gay. Yo, súper asumida como gay desde los 15, jamás me hubiera imaginado que iba a acostarme durante ocho meses con una chica. Me gustaba de ella que era como una Kate Moss hombre. Uno muta, uno cambia de roles, de gustos. No estoy de acuerdo con esclavizarse con nada. Uno viene a aprender en este ciclo de vida que nos toca. En lo laboral, por ejemplo te puedo pintar una pared, hacerte una obra de arte y puedo enseñar a futuras modelos a caminar en una pasarela como lo hice en la agencia de Dotto y de Piñeiro.

¿Cómo terminaste interviniendo en el arte del nuevo disco de Miranda?

–Me invitó Alejandro Ros para hacer las fotos en lo de Marcelo Setton. También soy amigo de Lolo, los de Roho..., creo que todo salió de la muestra que hice en Miau Miau.

¿Te la creés?

–Decir que enseñé a caminar a modelos top es un tipo de angustia oral. Por decir algo. También cago con olor, me tiro pedos, me saco sangre, cocino un huevo frito... todo tiene un valor. He ayudado, he dado, he quitado...

Hasta hicieron un corto sobre una anécdota mía de cuando tenía 15 años y me vestía de chica —me llamaba Luján—, me subía al tren que iba de Palomar a San Miguel y me quedaba en el último furgón. Imaginate a esa edad, era jamón del medio, gran comilona. Enrico Kahn se ganó la beca Tribeca con ese corto. Salió en La Nación...

Nombrate, por favor, más allá de tu nombre.

–Maravilloso, comprador, comprensivo, sé perdonar, soy humano, perro de metal: ladro pero no muerdo, aprendí cosas buenas y malas. La peor esclavitud es tratar de ser un ser de luz en nirvana, es imposible. Me expongo.

¿Cómo es tu familia?

–Me quedé huérfano hace 13 años. Mi papá se suicidó de un tiro en la cabeza, mi vieja al mes se fue con otro tipo. No me quedó otra que venirme a vivir solo desde Castelar a la Capital a mis 18 años. Soy una western girl, así como me ves. Lo poco que me entraba de dinero siempre fue por lo estético. Soy adicto a la estética. Soy consciente de que mi cuerpo va a desaparecer en algún momento, entonces voy dejando hijos. Mis obras, mis dibujos, son mis hijos. Otro don que tengo es que hago reír. Levanto una fiesta, es mi alma así. Cuando tenía dos años decía que yo era una nena y me cortaban el pelo como si tuviera una olla en la cabeza. Si mis padres me hubieran hecho caso y me hubiesen mandado a danzas con mi hermana, estoy seguro de que ahora estaba bailando en el American Ballet. Cariiiiiiisima.

¿Cómo es tu relación con las sustancias?

–Una lucha. He estado sin consumir años... son ciclos. Está bueno tener conciencia de que las situaciones no se vuelvan irreversibles. Entro y salgo. Necesito de la luz y de la oscuridad. Necesito meterme en un cine porno, necesito experimentar una atmósfera de David Lynch y después leerme un Siddharta de Hesse en un día de sol en el campo. Son diferentes planos. A mis 38 años no me apego a nada. Como cuando me muera no me voy a llevar ni mis zapatillas ni mi heladera..., empecé a distribuir mi obra, así que te encontrás que vas a una villa y ves una obra mía y en el Faena también.

¿Hay arte en el reviente?

–Tengo una colección de imágenes, resultado del hecho de que no me meto en un corral. Esa libertad me ha permitido hacer performances como pintar montada después de mucha joda y también pintar careta, sin sustancias. Cada situación hizo que hiciera diferentes trazos. Lo horrible y lo bello me inspiran. Puedo ver belleza en basura y resignificarla, como un tubo de papel agujereado que encontré en la calle y tapicé toda la vidriera del Espacio Cúbico por ejemplo. Lucho contra la belleza masiva, contra la falta de la personalidad.

Definí libertad, por favor.

–Viento. Tiene el poder de destruir. Cambia, arrastra, enrosca. La libertad es no tener miedo. El miedo paraliza. La libertad es aprender. El miedo es el ruido, la contaminación, la educación... no es mala, pero traba, frena... igual tarde o temprano llega lo que tiene que llegar. El miedo al qué dirán te evita superar barreras de evolución. Vos ves a la gente en la calle y te das cuenta de que no se relacionan bien con el espacio: están todos amontonados... basta con ver la salida de un colegio por ejemplo. Todos en fila, no hay una idea de constelación. Hay gente que cumple su ciclo de vida sin expresar lo que siente: ¡si no mirá cómo Dennis del Mar nunca termina de decirle te quiero a su amante chongo en Secreto en la montaña!

El hecho de distribuir tu obra habla de tu relación con el espacio...

–Totalmente, soy muy espacial. Cuando uno se encasilla no crece en conocimiento. En el espacio del amor me encantan los amantes, los touch and go. Tengo amantes sin sexo también, gente que amo y me ama. Amigos y amigas... a veces me hacen sentir como una virgencita. ¡Ay La Vogue, ay sos divina! Es lo que hay.

¿Tenés alguna frase de cabecera?

–Sí, la simpleza es la elegancia. Chanel. La escuché una vez y tiene que ver con la piel, con el cuerpo. Cuantas menos cosas uno se cuelga, más se muestra uno.

¿Tenés marcas en tu cuerpo?

–¡Ay... estoy marcadísima! Tengo las marcas del aprendizaje. Mi vida es muy Tarnation, esa película me hizo recordar a mi madre, que tomaba pastillas para los nervios y la hacían quedar mirando hacia arriba durante semanas. Eso me marcó.

¿Qué te hace sentir pleno?

–Caminar por la mañana por el campo, la comunicación con los pájaros. En otro momento me hace sentir pleno tomar una raya e ir a un cine porno. Recomiendo el de Constitución, que se llena de chongos... ¡carniceros de Lanús!

Definí homofobia, por favor.

–No existe para mí. Yo tengo chongofobia... a veces pienso cómo hago para pasar por la vereda llena de chongos... entonces muto y me hago el macho. Soy un puto mutante. Muchos me dijeron que tengo que vender mi código genético, soy a prueba de balas. Otra frase que me gusta es “todos somos lo que queremos ser” y lo cumplo cuando me siento mujer; todos los machos me ven como una mujer y si quiero sentirme un chongo activo, me voy y me cojo a todos los putos. La mente te permite mutar.

¿Estuviste cerca de la muerte?

–Me quise suicidar, un día que estaba pasada. Me corté las venas en diagonal. No me pasó nada, sólo quería llamar la atención o tal vez autodestrucción, ligada a un exceso de energía que a veces se encuentra sin espacio para expandirse. Está bueno querer morirse para después querer vivir. Otra frase que me gusta es “portarse mal para sentirse bien”. En líneas generales espanto a la muerte; como soy media vikinga, me visto de mostra para asustar a la muerte, a los malos espíritus. El tema del hiv, por ejemplo, tengo amigos que se murieron por la contaminación visual o auditiva y por el miedo social más que por la enfermedad en sí. Yo veo a la salud como un deseo, un brindis. La palabra tiene mucho peso. Si uno viera la pintada SIDA=SALUD, sería diferente.

¿Cómo te ves en el futuro?

–Me imagino vieja con siete tetas en la columna. Soy mi propio arquitecto, soy un edificio, un templo.

Si tuvieras que tomar una ruta, ¿hacia dónde irías?

–Ruta me suena a rutina. Tiene un destino. Creo que preferiría correr en un descampado, terminar en un acantilado, tirarme al mar y convertirme en sireno...

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Imagen: Sebastián Freire
 
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